Días lluviosos, bizantinos
Líderman Vásquez. Ilustraciones: Mónica Betancourt
Desde ayer, cuando la coordinadora informó que mañana, a las diez de la mañana, es decir, hoy, había reunión de profesores sin desescolarización, que los estudiantes de la jornada de la tarde entraban a la una, intuí que sería un miércoles largo y monótono, un día maluco. Flotando un centímetro por encima del suelo, con su vocecita de cotorra, leyó la circular en la que se instaba a los profes a ponerse de acuerdo en qué fue primero, si el huevo o la gallina. Como ustedes saben, dijo, hay que hacer modificaciones al PEI y dejar bien claro cuál es la filosofía del colegio. Un profesor pidió la palabra y le recordó que no se decía colegio sino institución educativa. La coordinadora levantó una de sus cejas, miró al imprudente por encima del hombro, lo convirtió en carroña y se lo comió. Solo quedaron los huesitos.
Y sí, fue un día maluco. Caía una llovizna menudita y tenaz que lo hacía sentir a uno miserable y los buses arrojaban sobre los peatones desprevenidos agua de charco en la que seguramente iban pequeñas partículas de excremento humano. El Centro, enervante los días de sol, bajo esa llovizna monótona ofrecía un espectáculo deprimente.
Llegué con una hora de retraso. Un señor de chaleco, con pinta de director de orquesta, hacía una exposición sobre las dos concepciones. Citaba a historiadores, filósofos, escritores, y aunque quería ser imparcial, se notaba, sin mucho esfuerzo, su preferencia por la idea, aceptada por la mayoría, de que primero fue la gallina. Parecía, según los comunicados que enviaba Adida a los colegios, que era la idea predominante en el Ministerio y en Palacio. Es un psicólogo de Secretaría de Educación, me susurró una profesora de la jornada de la mañana, y sabe mucho. El señor parecía tener veinte bocas de las que salían verdaderos caudales de palabras, y los movimientos de su cuerpo, sus gestos, la manera como miraba, estaban en perfecta armonía con lo que decía. El público femenino, en trance, seguía los movimientos del orador, y la coordinadora, que a estas alturas lo había convertido en alpiste, no cesaba de picotear, incluso lucía un vestido amarillito que la asemejaba a un canario.
Alguien que no era del colegio, pero al que había visto en el sindicato y en las marchas, un sindicalista de tiempo completo, pidió la palabra. El director de orquesta cerró sus veinte bocas y durante una fracción de segundos fue un náufrago en su propio caudal de palabras, se veía frágil, como si la fuerza lo hubiera abandonado, y me acordé del calducho de huevo con cilantro y cebolla que mi madre hacía en un dos por tres y que servía para quitar el guayabo, para levantar a los enfermos y para devolverle la fuerza al que le había dado la pálida. Los ojitos de la coordinadora ubicaron al maleducado, posó en él una mirada salvaje, antigua, lo convirtió en carroña y se lo comió, despacio, hasta el último huesito. Pero mientras el sindicalista hablaba, la coordinadora regurgitó no solo la carroña sino también el alpiste, y abandonó el auditorio, indispuesta. Era evidente que la carroña de sindicalista la indigestaba. Por qué no revela abiertamente su pensamiento, argumentaba el hombre de Adida, diga de una vez que para usted fue primero la gallina y no se las esté dando de imparcial, usted es un sofista neoliberal enviado por Secretaría de Educación para embaucar a los maestros y maestras que… Fue interrumpido de manera abrupta por el director de orquesta. Con sus veinte bocas, reponiéndose a medida que arrojaba caudales y caudales de palabras, el director de orquesta argumentó que era absurdo imaginarse a un huevo echado poniendo otros huevos, que eso era propio de una mente perversa, asilvestrada y contumaz, y no de la mente de un maestro, caracterizada por la templanza, proclive a reproducir en sus pupilos las buenas costumbres, sin las cuales es imposible la sociedad. Lo normal es que sean las gallinas las que pongan los huevos, así ha sido y así será hasta el fin de los tiempos.
Sin duda, el director de orquesta logró sembrar la confusión en casi todos los docentes, que no estaban de un lado ni del otro, situación que, según los de Adida, podía inclinar la balanza hacia la posición neoliberal. Me gustan los huevos revueltos, cocidos y en tortillas, y también me gustan las gallinas, viejas y jóvenes, dijo el profesor Everardo, haciendo alarde del más acendrado eclecticismo. No esperó la respuesta del sindicalista, que lo tildó de facilista. Abandonó el auditorio dejando tras de sí la estela de murmullos que lo seguía por todas partes dada su condición de bisexual, condición que no ocultaba y que todos juzgaban aberrante. Se hicieron algunas preguntas, la profesora Rita, de Lengua Castellana, pidió al sindicalista que le explicara el significado de “sofista neoliberal”, y la profesora Nora, cuyo nombre leído de atrás hacia adelante es Arón, como el hermano de Moisés, el del Antiguo Testamento, preguntó al director de orquesta qué significaba contumaz y este le contestó que “obcecado” y la profesora quedó en las mismas.
El profesor Abelardo, a quien se respetaba mucho porque siempre que abría la boca ponía a pensar a todo el mundo, como López, uno que hace años fue presidente, no de Adida ni de Fecode sino de Colombia, pidió la palabra. Lo primero que resaltó fue la falta de seriedad de algunos profesores que, mientras el señor conferencista intentaba dar lo mejor de sí volviendo fácil lo difícil, estaban dedicados al susurro y al saboteo. A mí, dijo, la imagen de un huevo echado poniendo otros huevos, aunque contraria a toda lógica, me parece lógica. La idea del huevo primordial poniendo huevos que devinieron después en gallinas y gallos, contraria a la de una gallina enjundiosa venida de no sé dónde, supone el cambio, la transformación y el laicismo. Parece mentira, pero hace treinta años, y algunos profesores aquí presentes que ingresaron el mismo año que yo a la carrera docente son testigos, se discutía lo mismo, unos decían que el huevo, otros que la gallina. Nunca se llegaba a un acuerdo porque no se investigaba, nos limitábamos a estar de un lado o del otro. Hoy, en cambio, gracias al trabajo de la ministra Cecilia María Vélez se le ha dado un nuevo impulso a la educación aumentando la cobertura y logrando que los profesores del país se pongan de acuerdo en lo esencial. Aunque como dije, y no tengo mentalidad asilvestrada y contumaz, estoy del lado del huevo, aceptaría la posición contraria con tal de que marchemos unificados. Sé de colegios a los que separan escasas tres cuadras y tienen filosofías diferentes, en uno es la gallina, en otro el huevo. Las fans de Abelardo aplaudieron, y como ocurre siempre en los recintos atiborrados, los aplausos se extendieron. Los únicos que permanecieron impasibles fueron los profesores que recibieron las indirectas de Abelardo.
Se habían formado dos corrillos, uno pequeño en torno al hombre de Adida, y otro tres veces más grande en torno al director de orquesta. Imagínate a un señor de chaleco, bien educado él, que te invita a compartir un tesoro, y cuando de él solo ha quedado el perfume, te das cuenta de que te hizo el paquete chileno, eso es un sofista neoliberal. Ahora sí entiendo, decía la profesora Rita al sindicalista, muy horrible. Por eso, compañera, debemos ponernos de acuerdo y rechazar la idea de la gallina. En el otro extremo del auditorio el director de orquesta, con sus veinte bocas funcionando, arrojaba caudales y caudales de palabras que mojaban las mentes de unos y otros. La coordinadora, que había regresado mientras Abelardo exponía su idea del huevo primordial, picoteaba montañas de alpiste, y el rector, de pie en la tarima del auditorio, llamaba al orden: Profesores, decía, la reunión no ha terminado, señora coordinadora, llame a los profesores que están afuera, por favor.
El personal se fue ubicando en sus puestos, y desde su pequeña eminencia el rector instó a que nos pusiéramos de acuerdo. Hoy más que nunca, dijo, es necesario que la institución tenga una filosofía, sin ir muy lejos, la I.E. Darío Gómez, nuestra vecina, determinó, por consenso, que la gallina había sido primero que el huevo, y, también por consenso, agregó al escudo de la institución una gallina echada. Tener una filosofía, continuó, es clave para la certificación. Por tal motivo, la próxima reunión queda para dentro de quince días y, si es necesario, desescolarizaremos. Dejemos por hoy la discusión, retomémosla con fuerza en quince días y, como lo expresó el profesor Abelardo, marchemos unificados. Están invitados a almorzar, pueden pasar a la cafetería, doña Erlinda nos hizo un sancocho de gallina criolla, gallinas frescas, desplumadas desde muy temprano en la institución… Ah, y por favor, sean puntuales y lleguen primero que los estudiantes al aula de clase.
La coordinadora pidió la palabra, dijo que la charla del doctor Conrado, así se llamaba el hombre del chaleco, había sido de las mejores, que estuvo confundida mucho tiempo, pero que ahora todo le parecía claro, obvio. ¿Cómo dudar de que fue primero la gallina? Y empezó a devolver todo el alpiste que se había tragado, pero transformado en florecitas de muchos colores. Primero una, parecida a un beso de novio, cayó en el hombro, entre el chaleco y la camisa, varias magnolias y siemprevivas se introdujeron por entre el cuello, y aquello hubiera seguido si un profesor no rompe el idilio con un comentario que provocó oleadas de risas. Aquí, o había algo, o está naciendo algo, dijo. La coordinadora levantó una ceja, arropó con su mirada todo el auditorio, concluyó que era mucha carroña para antes del almuerzo y salió, acompañada del doctor Conrado, al que tantas flores no le eran indiferentes.
Siempre que termina una reunión, los profesores quieren salir al mismo tiempo y en la puerta se forma un nudo hecho de bolsos, morrales, bolsas, brazos y piernas. Es el momento aprovechado por el profesor insidioso para dejar en el pabellón de las orejas un poquito de basura. Profesor insidioso: ¿por qué en ningún momento se habló de los pollos?, si se habla de gallinas y huevos, debe hablarse de pollos, de los que se comen asados o sudados, y de los otros, los que desvelan a Everardo. Las dueñas de las orejas en las que cayó el poquito de basura, festejaban, se carcajeaban, parecían cacarear de felicidad.
Como los miércoles tengo libre las tres primeras horas, me fui para la sala de profesores. Iba pegado a las paredes, intentando pasar desapercibido, no fuera que me viera la coordinadora y me convirtiera en carroña por llegar tarde. En el trayecto, vi a algunas estudiantes con plumas en la cabeza, plumas blancas y cafés. ¿Habrá un nombre, una palabra, que defina el estado de ánimo en el que no se quiere hablar, ni oír, ni dormir, ni estar despierto? Tanto Proust, tanta montaña mágica, en fin, tantos buenos libros que leía yo en los días heroicos… para acabar en este antro.
Empecé a revisar unas evaluaciones cuando sentí en el hombro algo entre duro y blandito. Era Rita, o más bien, lo mejor de Rita. Con quién estás, con las gallinas o con los huevos, preguntó. En la mañana con los huevos, y si en el almuerzo se me atraviesa una gallina, me la como, dije, intentando ser gracioso… Ja, ja… Entonces vete para la cafetería, hay sancocho de gallina criolla. Una profesora de la mañana entró a saludarla y Rita le dijo que estaba bien y mejorando. Guardé las evaluaciones y salí sin despedirme, sin darle las gracias por esa cosita blanda y dura que había puesto sobre mi hombro. Me deprime la gente que está bien y mejorando, sobre todo en los días lluviosos, bizantinos.