CAÍDO DEL ZARZO
HOMO LUDENS
Elkin Obregón S.
Alicia a través del espejo plantea el desarrollo de una partida de ajedrez, que de algún modo estructura la trama. Por lo demás, el libro comienza con un problema de ajedrez cuya solución se deja al lector; según creo haber leído, muchos han tratado sin éxito de resolverlo. Tal vez no tenga solución, tal sea apenas un caprichoso non sense. Pero con el reverendo Dodgson nunca se sabe; pues solía guardar más de una carta en la manga, como bien lo sabe Alicia.
Aparte del de Carroll, son muchos, y muy citados, los relatos literarios que se ocupan del juego ciencia. No obstante, todos tratan el tema de soslayo, como un mero telón de fondo; un pretexto narrativo, si así puede decirse, para adentrarse en otros asuntos. El arte al servicio del arte.
Pero lo que aquí se quiere postular es que toda partida de ajedrez lleva implícita una historia, una estructura narrativa (creía este cronista que era esa una idea suya, pero supo luego que alguien se le adelantó, como lo verás si llegas a la posdata). Podría ejemplificarse este aserto si algún narrador —por descontado, adicto a los escaques— se animara a demostrarlo. Para ejercitar la mano, le convendría empezar con un minicuento, ficcionando el famoso mate pastor, que consta de tres movidas. Podría seguir luego con una partida corta, o miniatura, como las que prodigaron en sus tiempos el italiano Greco o el gran Paul Murphy. Aquí sería oportuno continuar con un ejemplo de zugzwang, esa dramática situación del ajedrez en que cada movimiento que hagas te lleva fatalmente al abismo. Y al fin, ya superados esos escollos, nuestro escritor debería enfrentar el reto de transformar en novela una partida larga y compleja, de aquellas llenas de meandros, sutilezas, variantes e intuiciones brillantes; un difícil desafío, sin duda, para el que sería preciso tal vez un nuevo Joyce, o un nuevo Cortázar, un nuevo Georges Perec, o, desde otro ángulo, un nuevo León Tolstoi. Todos ellos insignes jugadores del idioma, insignes auscultadores del alma humana; y el final de la obra, como exige la gran literatura, sería la inevitable derrota, la inexorable muerte: el rey ha muerto, o se resigna al destierro. Queda ahí la idea, factible a pesar de todo, porque el arte todo lo puede.
P. D. “Contar un cuento es una partida de ajedrez…”. Me quedo con esas palabras, y omito las que siguen. Pertenecen al señor de Aracataca, y hacen parte de un ensayo sobre José Asunción Silva. Un precioso texto, dígase de paso, y poco divulgado. Si lo encuentras, lector, me doy por bien servido.