CAÍDO DEL ZARZO
ANTIPOEMA
Elkin Obregón S.
Yo, señor, no soy acontista.
Mi profesión no es hacer disparos al aire, no he descendido
ninguna nube.
Bueno sería curvar el arco, sí, y suponer el éxito de la flecha.
Mas no tengo voces para tantos pájaros, azores y neblíes, gerifaltes,
tagres, sacres, alcotanes, halcones. No acudan a mi voz, pues no soy
acontista.
Ni juglar en los mesones, ni revendedor de bulas, o tañedor de laúd, o engullidor
de sables, o bufón en las ferias.
No diéronme a catar frutos de acendrada virtud, en bendecidas noches,
damas de los castillos, ni las novicias de ya no sé qué iglesia, abadía o convento,
cuyos votos de castidad resistieron siempre mis embates.
Mi profesión, si oficio es ello, es no hacer disparos al aire, no intentar la
conquista de las nubes, volubles como los corazones… y —cual los corazones—
siempre iguales.
Tampoco me he entretenido en cosas serias: no conocí al asno de Buridán,
ni al propio Buridán, que estuvo en la Tour de Nesle. Algo de letras sí…
pero pocos buenos vinos, poca vianda tierna, poco del mejor pan.
Señor, no soy acontista. No he descendido la primera nube. Libres de mis
dardos azores y neblíes, gerifaltes, tagres, sacres, alfaneques, halcones: no
acudáis a mi voz.
Si tuvo flechas mi carcaj, todellas las he soltado…
Mi oficio —si oficio es ello—, es cantar la palinodia, es irrumpir en monótonos
trenos. Nada más, nada menos. No he sido jugador de dados, ni asesino
en ciernes, ni, en lontana ocasión, hurtador de sagrados vasos.
Tampoco he sido nunca aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach.
Pero la vida está pasando, y ya no es hora de aprender.
León de Greiff
CODA
Con ocasión de un trabajo que me ocupa por estos días, llegó a mi escritorio el nombre de Francisco Villaespesa, poeta y novelista andaluz, trotamundos, modernista a ultranza, ya casi olvidado, no sé si con justicia. Estuvo en Medellín, creo que en 1928, y aquí escribió un poema en homenaje a la ciudad, cuyo nombre olvidé; pero treinta años después se lo oí recitar a su hija, Lolita Villaespesa, primera actriz de la compañía teatral de Alejandro Ulloa, en uno de aquellos deliciosos “fines de fiesta” con que se despedían, tras largas semanas de estadía, las viejas compañías de repertorio, casi siempre españolas o mexicanas. Fue en el teatro Junín, por supuesto. Sito en la esquina de La Playa con Junín, donde hoy se alzan las ruinas del Edificio Coltejer.