Daniel Londoño tiene 27 años y colecciona el Panini. Los sábados se reúne con algunos de sus amigos en Unicentro, donde intercambian láminas repetidas y comentan los avances en sus respectivos álbumes. Puso una cara de sonso cuando le regalé las ocho “figuritas” que me llegaron con el periódico El Tiempo: cuatro de Croacia y cuatro de Portugal. Me dijo, tras revisarlas y escarbar en su memoria para saber si alguna le hacía falta, “muchas gracias parce”. Luego hizo una pausa y me soltó la pregunta que yo andaba esperando para frenarle el ímpetu de fanático de ocasión: “Parce, ¿y vos no lo estás llenando?”. “No, ese álbum es un asco”, le respondí secamente.
Daniel, que me tiene un inexplicable afecto, se echó a reír, y sin decir nada más se fue a sus asuntos.
Lo estimo, es un buen tipo Daniel, y no tiene nada de malo que sea uno de esos postmodernos hinchas gomelos del fútbol: amantes del Play Station y de las camisetas contrabandeadas del Chelsea, el Real Madrid, el PSG y el Barcelona. Esa especie de secta que, además, de vez en cuando se dedica al fútbol en las canchas sintéticas de algún centro comercial estrato cinco. Secta en la que llenar el Panini es una evidencia más de la devoción simbólica por un deporte que antaño era pura y sensata pasión.
El álbum Panini es un asco. Lo digo yo, que llené el de “chocolatinas” de los ochenta. Ese sí que daba gusto terminarlo. También tuve otros álbumes en mi niñez: uno de ciclismo maravilloso, con esas fotos de sudorosos “escarabajos” con patillas de ‘Bonzo’ Bonham y mostachos aspaventosos tipo vaquero; otro cuyo nombre no recuerdo, traía una serie de monstruos escatológicos, totalmente anárquicos, grotescos, groseros, deformes. Ese álbum no duró mucho, por obvias razones. También tuve álbumes de fútbol, incluyendo el aclamado Panini: el del Mundial del 90 y el del 94; tuve además uno de la Liga Italiana, muy completo, de la época en que el ‘Tino’ jugaba en el Parma; y otro de la Bundesliga, de cuando el ‘Tren’ se pavoneaba con la camiseta del Bayern.
En ese tiempo no se sabía mucho de fútbol internacional porque claro, Internet no era la “autopista cibernética” que es hoy día, con redes sociales, blogs de todos los tenores y páginas de todas partes del planeta. Lo poco que podíamos ver de Europa era a través de la “perubólica”, que trasmitía, si acaso, un partido de Champions cada quince días. Caracol pasaba los juegos del Tino y del Tren, a veces los de otros equipos, mientras que la Liga inglesa, la escocesa, la holandesa y la española eran regalos esporádicos e inesperados de alguna “perubólica” que tuviera ESPN. En esas circunstancias, cuando llegaba el Mundial, muy pocos, pero muy pocos, conocían las nóminas de los equipos participantes, exceptuando algunas de las grandes figuras como Maradona, Careca, Alemao, Romario, Brolin, Zola, Gascoigne, Matthaeus o Klinsmann.
El álbum Panini, entonces, se convertía en una especie de oráculo para los aficionados, quienes en sus páginas podíamos enterarnos de los perfiles de los héroes de ultramar. “¡Ahhh, mirá parcero, en Suecia, además de Brolin, juega un man que se llama Stefan Petterson y es figura del Ajax. Y en Alemania hay un tal Thomas Hassler, y como que es crack!”, decíamos impresionados mientras intentábamos dar con la dosis adecuada de colbón para pegar una de las laminitas sin que se pegaran las hojas. Esos álbumes, recuerdo, traían las fotos de los técnicos y las listas completas de los jugadores con un pequeño historial mundialista de cada una de las selecciones.
Pero el Panini de ahora compite con al menos diez súper canales que chorrean fútbol y páginas web que son verdaderas biblias de la “pecosa”: Transfermarkt, Calciomercato, Marca, Bild, France Football y A-Bola, entre muchas, muchas otras. Acceder a la televisión por cable y al Internet ya no es un problema en este país del Señor Caído, y por si eso fuera poco, están los juegos de video como PS4, que traen bases de datos más amplias y certeras que las de la misma Fifa. En lo único que evolucionó el álbum Panini fue en las figuras autoadhesivas, en lo demás retrocedió, se hizo aburrido.
Imagínese, cada equipo del álbum trae apenas 17 jugadores y no 23, y varios de ellos ni siquiera estarán en Brasil, y no sólo por lesión, circunstancia ineluctable para los dueños de Panini, sino que algunos no irán por cuestiones deportivas o personales, como Samir Nasri, algo que la mayoría de los fanáticos ya sabíamos. Panini tampoco incluyó a los entrenadores y si uno no llena el álbum, jamás sabrá qué jugador iba en cada casilla.
Me reitero, el álbum Panini es un asco. A pesar de que los medios hablen de una supuesta fiebre por completarlo, que no es más que una manía nostálgica de los viejos, pues lo jóvenes no corren a comprar las figuritas, ni mucho menos a cambiarlas o a jugar con ellas “tapaoquis”.
A un mes del inicio del Mundial, visité varios de los lugares históricos para cambiar o comprar los "caramelos" de cualquier álbum: la iglesia de La América, La Bastilla, Envigado, Itagüí y Castilla. En ninguno vi filas o corrillos de gente negociando con las "monitas". Le pregunté a Gerardo y a Fabio, quienes desde hace 36 años comercian con álbumes en el sector de La Bastilla, y ambos se quejaron: "Se vende más o menos; nos va mejor con el de (Atlético) Nacional", me dijo Fabio, un sesentón gracioso, lleno de achaques y buenos recuerdos. Fabio trabajó vendiendo cerveza en el Atanasio Girardot, luego fue mesero del Bar La Cascada, vecino del Bar Colón en el Pasaje La Bastilla. Fabio es hincha del fútbol, pero más cuando le ayuda a pagar sus gastos.
Vende álbumes y láminas desde hace tres décadas, desde que empezaron a temblarle las manos y las botellas de aguardiente se le escapaban antes de servirlas en las mesas de La Cascada. El dueño, quien es su amigo, le dijo: "Hermano, mejor monte una chaza de chicles y cigarrillos al pie de la puerta, porque como mesero ya no me funciona".
Fabio hizo caso, pero además de chicles, empezó a vender el álbum Jet y otros de esas épocas.
"Ese álbum de chocolatinas fue una locura. Había gente que pagaba mucha plata por escasos como Inundaciones o la Chinchilla. Había gente que llenaba más de diez álbumes. Vi señoras y señores que se gastaban la plata del mercado en figuritas", recuerda el viejo encogiendo su pálido y arrugado rostro, en un esfuerzo por esbozar algo muy parecido a una sonrisa.
Ese tipo de locura no se compara con la supuesta fiebre por el actual Panini, que además entrega "certezas" que, una vez culmine el Mundial, serán registro equívoco del pasado. En dos años, cuando veamos la página de Francia, nos encontraremos con la falsedad de que Samir Nasri jugó el Mundial de Brasil, al igual que Ashley Cole con Inglaterra o Christian Benteke con Bélgica. Pensaremos, además, que el 'Capitán América', Landon Donovan, jugó para Estados Unidos cuatro mundiales consecutivos, lo que no es cierto. O puede ser peor, puede ocurrir que Raheem Sterling sea la gran figura de Inglaterra en Brasil, y en dos años, cuando uno revise el álbum, se encuentre con la fatídica sorpresa de que el atacante del Liverpool no estuvo presente. Un adefesio total. Ni siquiera esperaron a que se divulgaran las listas preliminares.
Pasó con Panini lo que con los álbumes familiares, que ya nadie los hace porque la onda es lo digital. Y es que ¿quién quiere tener un pesado libro lleno de fotos de medio cuerpo y con una información discutible, sabiendo que con un click se pueden ver mil fotos del belga Thorgan Hazard, el hermano de Eden, quien ni siquiera estará en el Mundial? Solamente los viejos, los pasados de treinta que se hacen pasar por hinchas pero no son capaces de recitar la formación titular del equipo al que alientan; o esa secta de jóvenes con complejo de adolescentes que van a fútbol para darle la espalda al partido; o algunos que se niegan a desligarse de los tiempos pasados, porque fueron mejores. O porque le tienen fobia a la tecnología, pues crecieron al aire libre.
No hay ninguna fiebre por el álbum Panini, no nos engañemos. No es fiebre que veinte fulanos se junten en las afueras de El Tesoro para negociar el "caramelo" de Neymar por diez mil pesos. Qué fiebre va existir por una colección tan fácil de completar; en la que Cristiano Ronaldo y Messi salen tan repetidos como el Árbol Botella o el Pequinés de los tiempos del álbum de Jet. En Medellín se vende más el de Atlético Nacional, e incluso tiene buena venta el de Antioquia es un Caramelo. A la gente le gustan las cosas con gracia, que aporten algo nuevo, algo inédito, que no sepa, y más a los jóvenes y a los niños, quienes son los que terminan arrastrando a los padres hasta La Bastilla o La América para comprar las "figuritas".
La supuesta locura por el álbum del Mundial no es más que una campaña mediática de la gigantesca empresa italiana, asociada con la Fifa y, en Colombia, con Caracol Radio, El Tiempo y RCN. Además, Panini pauta en todos los medios grandes y medianos del país, en los cuales también hace concursos de todo tipo. Hace poco selló una alianza con Direct TV y hasta le paga a fastidiosas estrellas de la farándula criolla para que "tuiteen" bobadas sobre el álbum.
En Medellín hay un solo punto fuerte de venta del álbum: La Bastilla, donde más de treinta personas lo comercian explícitamente y algunas otras camuflan los sobres entre billetes de lotería o libros de segunda. En Junín con Maracaibo hay dos puestos más: uno junto al histórico revistero de la esquina de la tienda Bosi, y otro al frente, debajo de un carrito de gafas de sol.
Por Carabobo se puede observar, con paciencia, algún comerciante huidizo anunciando el álbum como se anuncian los aguacates. Más arriba, en Boyacá con Palacé, se ve uno que otro Panini compartiendo espacio con los más recientes éxitos del cine porno. Y también por Boyacá, antes de salir a Junín, una negra de impostadas trenzas lo vende con el más expresivo de los aburrimientos.
En el Obelisco hay quienes se reúnen a intercambiar láminas repetidas mientras apagan el calor del día con una buena cerveza. También hay quienes las intercambian en las canchas sintéticas de la 80 y Plaza Mayor, luego de un "picadito" entre amigos. Me dicen que al Tesoro también lo frecuentan algunos adictos al álbum. En todo caso, no se trata de una tendencia generalizada en toda la ciudad, son más bien iniciativas particulares de "yupis" que compran la caja de sobres de 120 mil pesos, y que no saben quién rayos es Miralem Pjanic o Lorenzo Insigne. Tampoco lo sabrán por el Panini, el que llenan con la única motivación de ganarse un premio en La W, si es que a Julito se le ocurre llamarlos antes de que arranque la fiesta en el "país más grande del mundo".