Número 55, mayo 2014

Digo chimba
Carlos Sánchez Ocampo. Ilustración: Camila López

 
I

Aprendí a leer en Medellín de los años sesenta y en la escuela a decir chimba o carechimba, si era el caso y, por supuesto, chimbo, pues siendo una palabra tan decididamente femenina tenía destinado un masculino inmediato.

En todos los casos pronunciarla era tan prohibido como robar o mentir. En boca de un chico de escuela básica podía causar un escándalo escolar y hasta precisar la ayuda de algún cura para saldar la deuda del muchachito con el cielo y para sacarle al diablo de adentro. Aun así, ilegal y castigada, era tan popular en escuelas, colegios y calles que en toda pelea o intercambio de insultos aparecía rápida, radical y caliente. Si tenías diez o doce años sabías decir chimba, pero con rabia, y de saberlo y decirlo podías sacar de ese orgullo que animaba tu rebeldía. No era igual cuando aprendías a decir: vegetal, novela, compromiso, cordillera, simples palabras.

En esos días chimba no significaba tantas cosas como hoy, pero su referencia más concreta ya era anatómica: aquello por lo que Adán perdió el paraíso y condenó a su infinita descendencia. Así que en la palabra tremolaba la bandera del pecado contra el que todos estábamos advertidos. En casas y escuelas rayaban el idioma con eso. Y hasta serían curas y maestros los que inventaron el insulto carechimba y dejaron en él esa carga de dinamita católica. Imagínese, tener alguien cara de pecado.

La palabra pertenecía al ámbito del agravio, del mal lenguaje, de lo prohibido. Sin embargo, prohibirla no fue posible y tampoco impedir su expansión hasta el estado de felicitación actual. En ese Medellín era inevitable oírla, siempre como acto de grosería y desobediencia y ni siquiera resultaba raro que aquello gozado por Adán tan natural, ejemplar y recíprocamente, terminara convertido en insulto en la boca de la gente.

Crecí escuchándola, cada vez más, y de tanto en tanto advirtiéndole un nuevo rol. Chimba también creció, y más, mutó, se agregó sentidos, asociaciones, copó edades, espacios sociales y geográficos y de boca en boca se hizo colombiana. El sustantivo derivaba en verbo, en adjetivo, en interjección. Iba de un contexto a otro sin perder la marca de origen y al contrario, adaptándose en perfectas curvas de significado. Así llegó al año 2000 siendo tantas cosas que podía referirse a casos totalmente contrarios. Podía expresar golpe de suerte: “la alcancé pero de chimba”, hacer un llamado a la cordura: “no te creas tan chimba”, indicar aprecio: “qué chimba de paseo”, ponderar a una mujer y con notoriedad: “qué chimba de vieja”, con sus variables chimbita y chimbota”. Ante muchas mujeres podía oírse: “chimberío” o “chimbal” y ante el suertudo, el casanova de allí: “chimbero”. Si una satisfacción resultaba muy grande era una rechimba. Sin dejar de expresar lo bueno ya expresaba lo incómodo, la molestia: “dejá de chimbiar", “dejá la chimbada, ¿sí…?” o “váyase a la chimba”. También podía sellar un desacuerdo o negación: “pa usté, ni chimba”, “la chimba e Lola” (¿en desuso?) y así, por esos caminos impredecibles que toman las palabras afuera de los diccionarios, llegó a significar nada: “no tengo ni chimba de sueño”, “me vale chimba”.

El 2002 oí que Juanes repetía en las emisoras: ¡Qué chimba! y en la calle toda clase de gente ya la multiplicaba en esa forma estilizada y complaciente que expresa algo muy especial: ¡Qué chimba!, que por este tiempo es el uso generalizado en Colombia, aunque libros, telenovelas y películas la difundan con todo el rigor callejero expresado antes. En El patrón del mal se ve a papá Pablo Escobar, años ochenta, regañando a su hijo porque pondera un regalo con la fea palabra. Pero en 2011 el líder de Aerosmith, Steven Tyler, dizque encendió la noche bogotana, con solo decir: ¡Qué chimba! en español apurado.

Tanta popularidad la llevó, según se ve en internet, a tarjetas de felicitación, camisetas, pocillos. En algunos de estos productos ofrecidos por Urban Dictionary puede leerse una definición: Chimba: it`s a woman real. It`s your dream woman. I can´t stop of thinkin about that chimba. (Chimba: es una mujer ideal. Es la mujer de sus sueños. Yo no puedo parar de pensar en una chimba). En una postal, también de Urban Dictionary, aparece una profesora frente al tablero enseñando la palabra chimba como diciendo: niños, escriban bondad.

Chimba logró legalidad en un territorio que ya había conquistado y ahora cumple de superlativo publicitario para las ciudades de ese territorio: “Medellín es una Chimba”, “Pereira es una Chimba”, Cartago, Manizales, las ciudades enteras quieren ser una chimba y sus habitantes también, siempre beneficiados por el reciclaje que pulió su significado.

Diríase que una parte del vocablo logró asilarse en ese cómodo lugar común ofrecido por la publicidad, los cantantes y los alcaldes. Nada declara que tenga descanso ahora en ese asilo de lujo, puesto que nunca lo ha tenido en la calle. Su vigor y sensibilidad etimológica seguirán, sin duda, involucrándose en la vida de la gente y produciendo las conjugaciones inesperadas que le han dado tanto idioma.


 

Camila López


II

Como habitante de Medellín crecí, pues, al lado de la vigorosa palabra, escuchándola en todas direcciones y sobre todo diagonalmente y acompañada de tantos ademanes, riesgos y compromisos, que finalmente adquirí consanguinidad verbal con su sonido y también competencia y variedad de significados y emociones para expresarla, oírla o leerla. Años después, ahora, cuando quise escribir sobre ella, llegué a pensar que bastaría con ese saber empírico y con el sabor casero del idioma.

Lo que me hizo reconocer su sabor lingüístico y su poderosa filiación fue escucharla en Cusco (Perú) dicha por colombianos. Cumplía tres años fuera de Medellín y al oírla me ofrecía un sabor de oído que nunca había registrado. La vibración que brotaba de esas bocas al decir chimba y que yo recibía afectado por la distancia y los años lejos de su influencia y por la tela de significaciones que le reconocía y que me pertenecían, había tocado muchas cosas en el camino y en ese momento, al tocar mis oídos hechos en Medellín, me ofrecía la conocida sonoridad. Entonces me sentí un pariente suyo y decidí escribir sobre ella.

Sabía que en Medellín no me conmovería así. La proximidad y repetición la agotarían igual que a esos invisibles afiches de habitación. Leerla tampoco me trasmitía tanto impacto. Precisamente hacía poco la había leído, y en placa de bronce, en un antiguo puente inca de la misma ciudad y sin otro resultado que admiración.

Tal vez hubiera bastado con ese sabor y saber caseros, pero internet me amplió la complejidad y riqueza de esa palabra de una manera impensada e imposible de ignorar. En Centroamérica nombra un pan dulce y un refresco de piña con huevo; en Honduras quiere decir revólver de fabricación casera. En alguna región del Perú, un hombre puede declarar que le duele la chimba porque le duele la cabeza. En Santiago te pueden invitar al barrio La Chimba fundado en 1600. Otras ciudades como Antofagasta y Arequipa también tienen su barrio La Chimba. La demasiada humanidad o densidad de esta palabra permite aclaraciones como ésta que gravita en internet aportada por un colombiano: “Carechimba significa literalmente cara de pene, y como ya te dijeron es un insulto pero no tan grave”. En Suramérica chimba existía antes de 1600, pues a ese barrio patriarcal de Santiago de Chile, habría emigrado desde su territorio de origen en el Perú inca. En la Academia Mayor de la Lengua Quechua, sede en Cusco, apenas la admiten como una derivación de chinpa: la otra banda u orilla opuesta de un cauce de agua y por extensión el barrio o sitios que quedan allá, al otro lado. Al contacto con los españoles chinpa se habría convertido en chimba y producido derivaciones como chimbador que en Perú es el que pasa o vadea los ríos.

Fuera de Colombia chimba existe, pero sin despeinarse y sin contar nada que no haya contado siempre. Solo en Colombia se revuelca en el anonimato plural de la calle y al mismo tiempo se pavonea en la embajada de las buenas palabras. ¡Oh, saludable palabra!UC

 
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