CAÍDO DEL ZARZO
Bajo el cielo de México
Elkin Obregón S.
En 1969 la federación brasilera de fútbol nombró a João Saldanha, técnico y periodista, director de la selección de Brasil que iría al Mundial de México 70. Saldanha quiso sacar a Pelé, aduciendo una supuesta miopía del jugador, y además la brillante aparición de Tostão, cuyo juego, según un cronista de la época, era “aún más bello que la bahía de Guanabara”. Alegaba además Saldanha que ambos jugadores eran un 10, y que, ante la disyuntiva, él optaría por Tostão. Miopía o no miopía, 10 o no 10, la reacción del país fue unánime, y Saldanha salió por donde había entrado. Lo remplazó Mario Zagallo, compañero de Pelé en Suecia 58 y en Chile 62, quien pronunció una sentencia salomónica: los dos eran grandes jugadores, y sabrían entenderse en la cancha. Tuvo la razón, y lo demás es historia.
Muchos de los que tuvimos la suerte de ver en directo ese torneo, así fuera en blanco y negro, coincidimos en que fue ése el momento estelar del fútbol brasilero, que tantos ha tenido: los goles, las gambetas, la alegría de jugar: Alemania, Italia, eran meras máquinas, Inglaterra, un león presuntuoso, humillado por un rotundo disparo de Jairzinho, que lo sacó de la fiesta; fue un gol a tres manos, construido en fracciones de segundos: Pelé recibe la bola, la pasa a Tostão sin siquiera mirarlo, éste la desliza hacia Jairzinho, quien, llegando de atrás, fusila a los ingleses y los manda a casa. Un equipo de ensueño; al lado de O Rei y Tostão estaba la agilidad de Jairzinho, el cerebro de Gerson, la potencia de Rivelino, el apoyo de Carlos Alberto, la seguridad de Brito. Hubiera sido una injusticia similar al “Maracanazo” la pérdida de esa Copa (por cierto, los tres mejores goles de Pelé en ella no lo fueron: el tiro de media cancha a Checoeslovaquia, el cabezazo que salvó de modo increíble Gordon Banks, y el pase a sí mismo para burlar al arquero Mazurkievicz; tampoco esta vez el balón quiso entrar. Aquí, por desgracia, la realidad superó a la fantasía. O tal vez no).
Una estupenda película brasilera, Pra’ frente Brasil, muestra en imágenes contrastadas el triunfo en México de ese equipo y las torturas, persecuciones y desapariciones cometidas en ese mismo momento por el régimen de Garrastazu Medici (ocho años después se repitió la historia, bajo la tiranía argentina, más siniestra si cabe que la otra, y que además manchó la victoria del equipo con oscuros sobornos que jamás, por supuesto, fueron aclarados). Todos sabemos que el fútbol es el opio del pueblo, como bien lo confirman esos dos episodios. Pero aquí se intentó apenas celebrar el opio. Los tiranos pasan, se esfuman, mueren. Pelé no.
CODA
En junio, cuando vuelva a publicarse (es un decir) esta columna, ya Colombia habrá sellado su suerte en el Mundial. No pretendo saber de fútbol, ni menos ser profeta de desastres. Pero creo conocer un poco el alma colombiana, en este caso su espejo, el alma futbolística. De la cima a la sima. Desde Chile 62, pasando por el 5-0, hasta el golazo de Freddy Rincón. A cada una de estas hazañas sucedió su natural contraparte. Se teme uno que es una fatalidad genética, contra la que nos vamos a seguir estrellando. A menos que nos pasemos al ajedrez, donde nos va peor.