Número 53, marzo 2014

Joy Division.
Un viaje de Manchester a Utrecht
Nico Verbeek. Fotografías de Anton Corbijn

Imagen: Anton Corbijn
 

En cierta época de mi vida, cuando tenía diecisiete o dieciocho años, la pregunta fundamental y casi existencial que nos hacíamos entre amigos era: ¿Qué música te gusta? La primera pregunta del examen: ¿Cuál es tu álbum favorito de todos los tiempos? Y la segunda: ¿Cuál es la mejor canción de siempre? Estas dos preguntas servían para determinar dónde se ubicaba uno en el muy importante universo de los gustos musicales. También ayudaba a establecer, de manera inconsciente, una especie de clasificación socio-cultural de los amigos y amantes de la música. En ese mundo encontrabas un lugar dependiendo de la música que escucharas.

Yo no tenía mucha dificultad para contestar las dos preguntas del examen. En el primer caso mi respuesta era el álbum Closer de la banda inglesa Joy Division, y mi canción favorita era Love will tear us apart del mismo grupo. Esta canción era la única de la banda que tenía algún éxito comercial, pues el grupo hizo todo lo posible por mantenerse en el anonimato al declinar varias ofertas de grandes disqueras. El título de mi canción favorita también figura como epitafio en la tumba de Ian Curtis, el cantante de Joy Division.

La historia del grupo es más o menos conocida, sobre todo entre los seguidores de la música alternativa de finales de los años setenta y principios de los ochenta. Joy Division surgió en la época del llamado "postpunk", tenía su inspiración en el punk y en la idea de que todo muchacho podía formar su propia banda y ni siquiera era necesario que tocara un instrumento. Lo único que se requería para hacer música eran ganas de hacerla y compañeros que quisieran subirse al bus.

Los amigos de infancia Bernard Sumner y Peter Hook asistieron a un concierto de los Sex Pistols en Manchester, su ciudad natal, y decidieron formar una banda; inicialmente la llamaron Warsaw, nombre prestado de una canción del famoso álbum Low de David Bowie. Más tarde se sumaron el vocalista Ian Curtis y el baterista Stephen Morris. Lo interesante del grupo fue que muy rápidamente se alejó del sonido puramente punk, al tiempo que desarrollaba un estilo de música dinámica y sombría, con un toque melancólico que no era muy común en el movimiento punk, donde primaban la agresividad y el ruido puro.

El grupo duró poco menos de cuatro años, de julio de 1976 hasta mayo de 1980, con dos puntos bien marcados: el concierto de los Sex Pistols en julio de 1976 y el suicido del cantante, Ian Curtis, el 18 mayo de 1980, a la edad de veintitrés años.

Era inevitable que una muerte tan prematura lo catapultara al estado de héroe de culto y al cielo de los angelitos caídos, donde también se encuentran almas gemelas como Jim Morrison y Janis Joplin, con la diferencia de que Ian Curtis no sucumbió a las drogas ilícitas; lo suyo fue un final con receta médica: murió debido a su condición de epiléptico y a los medicamentos lícitos pero muy nocivos que le prescribía su doctor. Nunca sabremos en qué medida su visión pesimista de la vida influyó en la decisión final.

Hoy intento responder cuál era el motivo de la atracción que la música de Joy Division generaba en personas de mi generación. Primero hay que decir que la música era muy buena, y sobre todo muy diferente a lo que centenares de bandas estaban haciendo en esa época. El grupo apenas alcanzó a grabar dos álbumes de larga duración titulados Unknown Pleasures y Closer, ambos de una gran belleza y con un sonido único. Hay que decir también que para lograr esta hazaña el grupo contó con un productor supremamente creativo, Martin Hannett, quien puso su sello personal al producto final.

También fueron muy importantes las letras de las canciones, todas escritas por Ian Curtis. Si hubieran sido editadas hoy estaríamos hablando del gran Ian Curtis, otro poeta maldito, de la tradición de Arthur Rimbaud o Paul Verlaine, y no de un simple cantante de rock. Otro toque especial de la música de Joy Division era el timbre oscuro de Curtis, que parecía salir del infierno. Los temas que trataba Curtis giraban alrededor de su crisis existencial, su visión pesimista y algunas referencias literarias.

Debió ser en 1978 o 1979 cuando escuché por primera vez la música de Joy Division. El final de los setenta significó, en muchos aspectos, un quiebre en la cultura del mundo occidental. En países como Gran Bretaña, Holanda, Alemania y Francia los jóvenes habían perdido los ideales asociados al movimiento juvenil de los sesenta, los jipis, que querían cambiar el mundo, hacerlo mejor, más justo, más igualitario, más democrático, más libre de la autoridad… Estos ideales se habían dado por perdidos, y se acercaba una década que fue un punto de no retorno para el mundo: la era de Reagan, de Thatcher, del neoliberalismo, que en cierta manera fue la obertura de una época nefasta para la economía mundial, y que terminaría con la crisis bancaria de 2008 que casi derrumbó el sistema económico y social de Occidente.

Como sea, la esperanza de cambiar el mundo se había esfumando entre un escepticismo sano y un materialismo extremo, y los jóvenes de la "época del yo", como se conocieron los ochenta, ya no creían en nada. En la música todo eso se reflejaba en una corriente que en Europa llamaron new wave. Los padres de una de las variantes más negras de esta nueva música eran, sin duda, Joy Division.

En lo personal me llamaba mucho la atención todo este pesimismo cultural, ayudado sin duda por la visión apocalíptica causada por el armamentismo nuclear, que estaba en su esplendor. 

 

No sé en qué medida mis experiencias personales influyeron en este concepto fatalista, pues en 1980, a los dieciocho años, abandoné mi pueblo natal para ir a vivir solo por primera vez a una gran ciudad, Utrecht, donde tenía mi matrícula universitaria. Alquilé una pieza pequeña y oscura en el ático de una casa donde vivía una señora de edad que me vigilaba todo el día, o al menos eso pensaba yo. Eran muchos cambios a la vez, abrumadores para un joven. De todas formas, me sentía atraído por ese ambiente donde los colores preferidos eran el negro y el gris, y la música no era para bailar y amenizar la fiesta sino para retirarse con unos audífonos y dejar penetrar los sonidos de grupos como Joy Division, The Cure, Echo & The Bunnymen, Simple Minds…

Cada movimiento cultural tiene su estética, y por ende un fotógrafo de corte. En el caso del doom and gloom de Joy Division y sus correligionarios, este hombre era Anton Corbijn, un joven fotógrafo que había llegado a Inglaterra en 1979 porque era "hincha" furibundo de Joy Division y quería conocerlos. Se atrevió a decirles que quería tomarles unas fotos, y por arte de magia la colaboración funcionó.

Las fotos de Corbijn eran casi siempre en blanco y negro, aparentemente sin muchas pretensiones, y sobre todo muy naturales, muchas veces en un ambiente en el que se respiraba cierto spleen, para decirlo con los poetas del siglo XIX. Más tarde, en las décadas del ochenta y noventa, Corbijn imprimiría este mismo estilo a las decenas de videoclips que haría con muchos grupos y artistas, algunos de los cuales entrarían rápidamente en el mainstream de la música popular, como U2, Depeche Mode o Simple Minds. En todo caso, Anton Corbijn se ganó un lugar como ícono de la música alternativa.

Creo que las fotos más memorables fueron las que tomó de los cuatro muchachos de Joy Division en su natal Manchester. Había una sintonía casi obvia entre la banda y la imagen oscura del Manchester de los años setenta, una ciudad industrial en decadencia, fea, con mucho concreto y pocos árboles, cuna de la revolución industrial. No es difícil imaginar que la visión oscura y sombría del grupo tenía relación directa con el hecho de haber crecido y vivido en el ambiente pesado de una ciudad de edificios cuadrados y viejas fábricas abandonadas.

La influencia musical y estética de Joy Division es innegable. Muchos grupos que empezaron a ser exitosos en los ochenta pagan su tributo "espiritual" a Ian Curtis y su banda, entre ellos los que siguen la línea del rock alternativo con sello melancolía, como U2, Siouxsie and the Banshees, Depeche Mode y muchos más. También influyó en bandas que usaban paredes de sonido con mucha electrónica y muchos sintetizadores, como Orchestral Manoeuvres in the Dark (OMD), The Durutti Column y el mismo New Order, que no es otra cosa que los tres sobrevivientes de Joy Division, quienes siguieron tocando, esta vez con mucho éxito comercial.

De los conciertos que Joy Division dio en esos años, sobre todo en Inglaterra y algunos países de Europa, han sobrevivido muchas grabaciones ilegales (bootlegs) que después han sido regrabadas, reeditadas y a veces puestas en el mercado. Hay libros sobre el grupo y biografías de Ian Curtis, y todo eso ha contribuido a mantener vivo su culto. Finalmente, existe una película dirigida por nadie menos que el propio Anton Corbijn en 2007, Control, un film sobre la vida de Ian Curtis, sus inicios en la música, el ambiente de Manchester en los años setenta y los últimos días del cantante. Sobra decir que la película es en blanco y negro.

Todos los conciertos de Joy Division, incluida una corta gira por Holanda, Bélgica y Alemania, están disponibles en el sitio web de unos fanáticos que se han puesto en la tarea de rastrear cada uno de los momentos del grupo y de incluir todo tipo de información: la lista de canciones que tocaron, el número de asistentes y las crónicas de las presentaciones que encontraron en la prensa local: www.joydiv.org/concerts.htm.

El 11 de enero de 1980 hubo una presentación muy especial en Paradiso, en Ámsterdam. Paradiso fue por muchos años algo así como el templo del rock alternativo (¡una iglesia vieja!), donde todo grupo de alguna importancia en ese medio tenía que tocar. Ese día Joy Division tocó para muy poca gente, pues su nombre todavía era poco conocido. Como dato curioso se cuenta que el telonero no apareció y la banda aceptó tocar dos tandas de canciones, para un total de diecisiete, el doble de lo usual. Las grabaciones de este concierto son las más apetecidas, no solo por su duración sino también por la calidad del sonido, lo que posibilitó sacar un bootleg muy bueno.

En enero de 1980 yo estaba en los últimos meses del bachillerato. En agosto de ese año me mudaría a Utrecht, una ciudad a escasos cuarenta kilómetros de Ámsterdam, donde fue el histórico concierto. Llegué medio año tarde para ver a mi grupo favorito, y en los años siguientes traté de compensarlo asistiendo a muchos conciertos de los grupos que surgieron después de la ola negra de Joy Division.

A punto de abrirse camino en el mundo musical, y en vísperas de una gira por Estados Unidos, Ian Curtis decidió quitarse la vida. El mundo se perdió de mucha buena música, pero ganó una leyenda.UC

 
Imagen: Anton Corbijn
 
Imagen: Anton Corbijn
 
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