CAÍDO DEL ZARZO
VOLVER O NO VOLVER
Elkin Obregón S.
Quien se aleja
De su casa ya ha vuelto.
Borges
Hay dos clases de personas, las que vuelven a casa y las que no. En la primera clase caben dos variantes. Una es aquella, muchas veces vista, de los que tarde o temprano regresan a sus pagos, después de un largo recorrido; es lo que se podría llamar, quitándole énfasis al asunto, el síndrome del cementerio de elefantes; Freud hablaría del útero materno, pero es más bien volver, curado ya el viajero de espantos, a la arboleda perdida. Que la encuentre o no es otra historia, pero aquí se prefieren los finales felices.
La segunda variante es la de quienes no vuelven a sus querencias, sino que las encuentran en otro sitio, lo cual, en el fondo, viene a ser lo mismo. Gauguin en La Polinesia, Lord Byron en Grecia, Stevenson en Samoa. Se trata, de distintas maneras siempre misteriosas, de buscar unas raíces y de afincarse en ellas; seres así nacen para eso, para esa búsqueda; es su exigencia vital, su más firme imperativo.
Y existe la segunda clase, las de aquellos que se lanzan al viaje sin esperar nada distinto a la aventura o al delirio. No quieren volver, acaso no quieren llegar. Buscan una quimera, o, tal vez más que eso, una pirueta ante la muerte. Lope de Aguirre y Fitzcarraldo pertenecen a esa estirpe. En el campo de la literatura (que nunca miente), pienso en los dos personajes de El hombre que fue rey, de Rudyard Kipling. No pretendo narrar la historia; si no la conoces, búscala cuanto antes; enseña el fondo más oscuro de nosotros, que es de algún modo también el más claro. (O el más absurdo, o el más heroico). John Huston, experto en filmar fracasos, persiguió este relato desde los años cuarenta. Sus actores iban a ser Gary Cooper y Errol Flynn. Pero debió esperar hasta 1975 para convertir aquello en película. No fue inútil la espera, porque Sean Connery y Michael Caine dieron un recital actoral; sin olvidar a Christopher Plummer, quien encarnó soberbiamente al narrador, el mismísimo Rudyard Kipling. Seres absurdos, ficticios o no, exaltan la vida, subliman el fracaso. Y, pensándolo bien, para fracasar no necesitamos salir de casa. Todos somos héroes.
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CODA
Lila Azam Zanganeh nació en París, hija de padres iraníes. Las fotos nos muestran a una joven de rostro bello y dulce, de grandes ojos almendrados. Escribió El encantador, un libro delicioso e inclasificable, pues es una mezcla de formas y temas, a los que unifica su talento, y que viene a resumirse en una vasta declaración de amor a Vladimir Nabokov. Cita muchas frases del escritor ruso, de las que menciono apenas una: “El presente es recuerdo en formación”.
Pero tal vez la mejor frase, muy al comienzo del libro, es de la propia autora: “Nabokov murió el 2 de julio de 1977, cuando yo tenía diez meses. Nos separaban unos seiscientos kilómetros. En resumen, habíamos tenido un comienzo desafortunado”. ![UC](/portals/0/General/uc.gif)