Buena parte del trabajo de Iván Herrera tiene como referente las caminatas por el centro de Bogotá, donde confluyen seres anónimos de todas las pelambres, como lo demuestra una de sus primeras series, La Ventana, tomada desde un viejo café: transeúntes desprevenidos se asoman a la vitrina de un local donde el fotógrafo los espera agazapado.
En varias entrevistas el fotógrafo japonés Daido Moriyama (Osaka, 1938) ha dicho que le habría gustado ser marinero, ir de puerto en puerto, ligero de equipaje, siempre dispuesto al asombro. El sueño de tener la gracia del mar de su lado no se cumplió, pero la atracción por el vagabundeo nunca se fue de su vida. Moriyama es reconocido en el mundo por su fotografía callejera. Su universo solo tiene sentido cuando recorre sin rumbo la ciudad, en su caso Tokio. La mención de Moriyama viene a cuento al hablar de Iván Herrera (Bogotá, 1977), quien desde sus inicios en la fotografía ha tenido una vocación similar a la del japonés.
Después de caminar las calles céntricas bogotanas hasta el agotamiento, Herrera se lanzó a trabajar en color. Así nació Paisajes Humanos, un conjunto de tomas a fábricas abandonadas o culatas de edificios donde palpitan William Eggleston, Joel Mayerowitz, Trent Park y Joachim Brohm. Al respecto, Herrera dice: "Creo que me gustan porque todos tienen en común su gusto por las fotos callejeras y alguna inclinación por el diseño (los letreros de almacenes, los carros, el mobiliario urbano). Además, con frecuencia sus fotos son sencillas y no acuden a situaciones fuera de lo común para hacer de ellas algo interesante".
En Los sobrevivientes, una de sus últimas series, también anclada en el centro bogotano, Herrera conserva la misma sobriedad, pero en esta ocasión atraviesa el umbral y toma la vieja ciudad desde adentro. Dispuesto a rescatar del olvido un puñado de almacenes, billares, restaurantes y bares, Herrera presenta un grupo de composiciones clásicas con una distribución perfecta del espacio, lugares donde el color, en lugar de evocar el pasado, habla de la lucha de sus dueños por mantenerlos vivos..
Los sobrevivientes rebasa ampliamente lo documental para adentrarse en el alma oculta, secreta, del centro de una ciudad, además de dialogar con maestros contemporáneos y hacer propios algunos de sus elementos. Allí encontramos la actitud vital de Moriyama, el color de Eggleston y quizás algo del enfoque de Alec Soth en su libro Dog Days Bogotá, mezclados con el mundo propio de Herrera, que parte del vagabundeo para llegar al espíritu de las cosas.