"Maravilloso libro al que el viento le solía pasar las hojas"
Fernando Vallejo

Si por los apocalípticos fuera, a estas alturas los libros impresos estarían convertidos en piezas de museo, exhibidos en bibliotecas como el último vestigio de cuando el hombre leía en papel, y la industria editorial sería una anodina estructura de antaño sobrepasada por cuanto dispositivo electrónico hay, hubo y habrá.

Por suerte, los vaticinios sobre el fin del libro, venidos a cada vez más desde hace unos quince años, no se hicieron bola de nieve como en el cuento de García Márquez, en el que nada estaba destinado a pasar hasta que se regó como pólvora, de boca en boca, el rumor de que algo muy grave iba a suceder en ese pueblo.

Al contrario, la industria editorial siguió su camino, diversificándose, poniéndose al día, con bajones y caídas, por supuesto. Pero no desapareció de la faz de la tierra como pregonaban ángeles y arcángeles.

La decadencia del libro, Los días contados del libro, El mundo editorial en busca del tiempo perdido, presagios a los que no les apostaron ni el Municipio de Medellín ni las editoriales independientes que se decidieron a conformar hace dos años el Fondo editorial de Medellín.

Es un Fondo que promueve la escritura y la lectura en la ciudad, potencia talentos, mejora los canales de distribución y convoca a correctores de estilo, diseñadores, ilustradores, dibujantes y libreros. En fin, a todos los que iban a desaparecer con el nuevo diluvio.

Evidencia del trabajo y el significado del Fondo editorial es la publicación y distribución de las cuatro colecciones (Letras Vivas, Becas a la Creación, Bicentenario y Laboratorio Medellín) de las que ya se han impreso setenta títulos. Novela, cuento, poesía, periodismo narrativo, literatura infantil, entre otros. La lectura en la ciudad está viva y los libros respiran el mismo viento que todavía juega a pasarles las hojas.