Tuve un flashback en la autopista del llano venezolano vía Cúcuta. Los postes de luz, forrados en propaganda política, mostraban a lo que ha sido sometida esta república bananera durante más de una década: propaganda. Ahora, bigotes por todos lados como distracción. No es para menos: el "redentor" se ha esfumado, y con él la esperanza de muchos que no encontraban salida a la opresión del "capitalismo yanqui" y al "engaño" de la Cuarta República. Lo han perdido todo. Bueno, casi todo.
Recordé que cuando se anunció su muerte no había servicio eléctrico en la casa. Así pasó en muchas partes del país. A través de la cadena nacional de radio y televisión la noticia se regó entre quienes tenían luz, y pocos minutos después del anuncio gemebundo de Maduro, "radiobemba" suplió la congestión masiva de las telecomunicaciones. Ese fue el cierre de la era A. Ch. en la historia de Venezuela. La transmisión del ministerio de información se dio en la tarde del 5 de marzo. El comandante "cruzó la línea" a las 4:25 de la tarde. Se lo llevó "La Pelona".
Inmediatamente, saltaron los corchos de champaña en Doral, Miami, era el momento de la celebración; sonaba el gas aprisionado en las botellas. Llevaban más de una década esperando. "¡Fiesta Carajo! ¡Se murió el hijo de puta!", decían empinándose el cáncer y la muerte del que alguna vez le dijo 'donkey' y 'mr. danger' a George W. Bush. El mismo que circula ahora en panfletos callejeros como Chávezcristo: El protector de los pobres.
Después de lo esperado e inevitable, la imagen de quien ya era un ícono se mitificó hasta extremos grotescos. Las estrategias de comunicación y el enorme volumen de más de quince años de propaganda habían cobrado su sueldo. Incondicionales y disidentes sintieron un vacío. Por la ausencia, por la incertidumbre. ¿De quién se mofarían ahora los comediantes? ¿Quién protegería a los desposeídos del apetito voraz de la oligarquía? ¿A quién culparíamos cuando la electricidad se ausentara? ¿A quién agradeceríamos la comida subsidiada e intermitente en los anaqueles?
Por esos días se pudo ver el efecto real de la muerte del hombre. Se agravó el culto a la personalidad y se afincó el mesianismo representado por sus herederos. Aún muchos bromean citándolo, amenizados por la escasez y el olor a caca del agua del grifo: "¡Tenemos Patria, no joda!". Es un panorama entre virginal y desolador. Entre inocente y nauseabundo. Un pobre país rico minado de retratos y grafitis con el rostro del Comandante en todas sus localidades. Miles de pendones en todos los faros y autopistas, gigantografías millonarias: su sonrisa, un abrazo a la ancianita sin dientes, un beso al bebé campesino, un joropo zapateado. Así se pudo ver en todas las localidades durante el viaje de doce horas hasta la capital fronteriza de Norte de Santander.
***
Salimos a las cuatro de la mañana de Maracay –ciudad cercana a la capital venezolana- con destino a Cúcuta, para hacer unas diligencias. Armados con la oscuridad y una tanqueada de gasolina a dólar, rodamos sin contratiempos por la principal arteria vial del país de Bolívar y por las carreteras del llano. Una buena ruta para contemplar los restos inconclusos de las obras del gobierno del Comandante; las vías de un tren a medias que empezó a prometerse desde el año 2000, por ejemplo. Rieles adornados de vinil alusivo al Socialismo del Siglo XXI, la quimera que algunos románticos siguen esperando.
El ferrocarril tiene varios tramos, de los cuales solo se ha concluido uno. Dicen desde las entrañas del monstruo que "es la cagada más grande entre las obras que se han hecho en Venezuela", y que "los chinos nos están robando descaradamente y tienen una megacorrupción con los altos funcionarios del gobierno".
Asimismo, en las autopistas, sobre gigantes terrenos, se ven inmensas vallas publicitarias que indican, en tono entre retador y justiciero, la cantidad de hectáreas ociosas expropiadas por Robin Hood. Después de varios años, se mantienen en la tranquilidad de las malezas. Estos son solo fragmentos de la realidad; pero también radiografías que explican en pleno la situación venezolana.
El recorrido se extiende por varias horas, y al fin.
***
Llegamos a San Antonio del Táchira, una localidad venezolana donde los habitantes son más colombianos que otra cosa. Luego, pasamos el puente Simón Bolívar, y cuando tuvimos que cambiar bolívares a pesos para pagar un peaje colombiano, un taxista santandereano confirmó nuestros temores sobre la tasa de cambio: "¡Se murió Chávez y murió el Bolívar!". No supe si reír o llorar.
Algo había de cierto en su burla: los dos venían en picada desde hacía tiempo. Hace catorce años los venezolanos hacían fiesta de compras en Colombia. Hoy, con la tortilla volteada, los colombianos hacen rumba sin problemas en tierras criollas. La relación entre las dos monedas, peso-bolívar, invirtió su proporcionalidad, hundiéndonos un poco en el descalabro económico del socialismo pregonado por el Comandante.
Hay quienes dicen que Venezuela es una cápsula de tiempo que se quedó enterrada en las entrañas de Pachamama. Yo digo que es una máquina del tiempo que viajó al pasado y se trajo sus demonios para instalarlos en el presente. Se ve en la infraestructura de toda la extensión venezolana, que está estancada en los setenta, copiando modelos económicos guevaristas y cultivando terratenientes como en los noventa. Un cóctel de lujo, hervidero de ignorancia y vivacidad.
***
Al franquear la frontera el cambio es casi inmediato. De las casitas tipo colonial y los locales con fachadas mal pintadas de Venezuela, se pasa a otro mundo, el surreal. Deslumbrante para un venezolano, común para un colombiano: la casa de Santander, con aire histórico, bien cuidada; la señalización en su puesto, los gamines en cada esquina, el aura de negocio cambiario. Todo de otro mundo, desconocido para quienes estamos acostumbrados a una economía estreñida. Así, la burbuja fue espichada. Al llegar al hotelito baratongo cercano al aeropuerto de Cúcuta, el impacto económico esfumó la bruma surrealista. Medio salario mínimo se nos fue como agua entre las manos por el tipo de cambio que corroe el bolsillo venezolano. Los expertos dicen que el único lugar donde aceptan bolívares en el mundo es en Cúcuta, y de vaina.
"¡Salud!", dijimos bebiéndonos una cerveza imaginaria en el hotelito después de la dura faena del viaje. Esperábamos volver el día siguiente a nuestra zona de confort, donde el salario nos rendía un poco más y la ilusión de estar en un país con grandes estadios de fútbol era eso, una ilusión; donde la cara del Comandante nos mira con su sonrisa mordaz y nos dice que la corrupción es un mal del pasado, aunque el Barómetro Global de Corrupción diga que el 65 por ciento de los venezolanos piensa que la plaga se ha agravado en los últimos dos años. El tercer país más corrupto del Latinoamérica, detrás de México y Bolivia; el mismo que el año pasado era el noveno más podrido del mundo.
Pero eso es normal, ya estamos acostumbrados. Porque tenemos patria. Una patria devaluada que es capaz de aprobar créditos adicionales en la Asamblea Nacional para importar papel higiénico.
Tuvimos que partir a la mañana siguiente de la hermana república, la hermosa Colombia. Estar allí era un reto para nuestras cómodas costumbres y bolsillos rotos. Estábamos adiestrados para estar en una hamaca a la orilla de la playa y tener una gasolina ridículamente barata. La delincuencia, anarquía y corrupción nos recibirían de vuelta con los brazos abiertos. No hay problemas, es casi "el mar de la felicidad".
De vuelta en Venezuela nos dimos cuenta de que aquí pesan más el poder mediático y las ironías que nos venden contrastadas en los noticieros. Somos una patria grande, independiente. Todos hijos del Comandante. Y tenemos un sabor agridulce en los labios, ya que siempre nos queda la risa amarga porque no hay suficiente pollo, porque un kilo de carne es un golpe a la billetera. La mercadotecnia mística es el verdadero pan diario: un rosario con un crucifijo y la cara del Comandante en el centro.
A su salud, hermanos colombianos. Ustedes tienen las vallas de Pachito y nosotros un grafiti de Jesucristo con una metralleta.