La primera expedición masiva de ciclistas colombianos a Europa tuvo como insignia la camiseta de Freskola. El equipo comandado por Alfonso Flórez, Patrocinio Jiménez y Rafael Acevedo fue invitado en 1980 al Tour de l’Avenir en Francia. Los colombianos llegaban como una excentricidad, y como una esperanza para quitarles la camisa amarilla a los rusos que llevaban dos años dominando la principal prueba amateur del calendario mundial. Sergei Soukhoroutchenko era el rival a vencer, venía de ganar la medalla de oro en los olímpicos de Moscú y tenía el respaldo de la hoz y el martillo, aunque corriera sobre una Colnago italiana adornada con un inofensivo trébol negro.
Flórez terminó sacándole más de tres minutos al capo ruso en la general, y el ciclismo colombiano pasó de ser un exotismo para que los europeos aplaudieran a una realidad que cambiaría la manera de correr en las etapas de montaña. Los diarios franceses saludaron así el triunfo del ‘Pequeño Diablo’, nombre que le dieron a ese inusual ciclista de bigote: “Sorprendentemente el corredor colombiano Alfonso Flórez ganó el Tour de L’Avenir, valiéndose de sus aptitudes como escalador y respaldado por un poderoso equipo, una táctica poco usual en el ciclismo y aprovechando al máximo los errores cometidos por los soviéticos.”
Durante seis años los colombianos fueron protagonistas en el Tour de l’Avenir, una carrera que ganaron hombres como Gimondi, Zoetemelk, Lemond, Fignon e Indurain. En 1981 Patrocinio Jiménez fue tercero y en el 82 ese lugar fue para Cristóbal Pérez. En el 85 llegaría el segundo título bajo la casaca de Pilas Varta vestida por El Negro Martín Ramírez. Era el momento de que los colombianos fueran a dar batalla en las tres grandes pruebas de Europa. El Tour de l’Avenir se convirtió en recuerdo y los colombianos desaparecieron de la primera página de la clasificación general durante 25 años. El regreso al podio de la carrera que entrega los nombres del porvenir en el ciclismo de Europa fue con títulos consecutivos: en el 2010 el campeón fue el boyacense Nairo Quintana con tercer puesto de Jarlinson Pantano; al año siguiente ganó el bogotano Johan Esteban Chávez; y en 2012 el nariñense Juan Ernesto Chamorro se clasificó segundo tras la rueda del francés Warres Barguil.
La nueva aventura de los ciclistas colombianos en Europa, como escuadra, con hombres regados por los grandes equipos y marca propia, no obedece a los ciclos de las generaciones brillantes que van y vienen. Según algunos especialistas las promesas de Quintana, el podio de Urán en el reciente Giro y la Camisa de Betancur como el mejor joven de la carrera, tienen que ver sobre todo con un nuevo ciclismo, donde la EPO y las transfusiones han quedado en la historia de los juzgados y los masajistas han dejado las jeringas para volver a las cremas aplicadas a mano limpia. El mismo Armstrong lo dijo en una de sus famosas confesiones: “El ciclismo es un deporte muy distinto al que era hace diez años”.
Entre 1989 y el 2000, la EPO fue un secreto muy bien conocido en el mundo del ciclismo.
Los controles no detectaban esa nueva forma de entregar oxígeno extra en la sangre y se dio por entendido que no era más que una especie de complemento vitamínico. Dos años después de su aparición ya se contaban 18 ciclistas muertos en condiciones extrañas en solo Bélgica y Holanda. Luego vendrían las transfusiones y algunas “nuevas tecnologías”. La aparición de la EPO coincide con la decadencia de la aventura colombiana en Europa. En 1989 Café de Colombia no logró ganar una sola etapa en las carreras del viejo continente y en el 90 no recibió invitación para el Tour.
Todos los grandes equipos han tenido sus sagas frente a los jueces o los periodistas. “Del 96 al 2012 la formación del Rabobank trabajó con el dopaje”, dice la carta firmada por doce exciclistas y enviada hace poco a un diario holandés. Un masajista del Telekom publicó su libro acerca de la farmacia en la que se había convertido la poderosa escuadra alemana. Ya sabemos cuál era el cóctel del UsPostal y el Discovery Channel (EPO, transfusiones y testosterona). En el Lotto pasaba igual, y en el Festina y el T-Mobile, que dejó dos médicos sancionados, y en el Castorama, el Kelme, el Gan. En las neveras caseras de Eufemiano Fuentes se encontraron cien litros de sangre en bolsas a las que no les faltaba sino el número de cada corredor en el dorsal, para hablar con el tono de los narradores. La justificación de todos es la misma: no se trataba de hacer trampa sino de estar en el mismo punto a la hora de la partida. Armstrong ha dicho que no era posible ganar sin ayuda de la jeringa. El manager de Ullrich, la sombra de siempre tras del tejano, recordó que el alemán corrió limpió en 2001 y el resultado fue muy claro: “Vimos que nada era real en ellos. Ullrich estaba en la mejor forma de su carrera, pero Armstrong jugaba con él”.
No solo el ciclismo vivió una especie de revolución de cuenta de la EPO. También los atletas africanos de fondo vieron como su primacía encontraba resistencia frente a europeos bien oxigenados. Luego del año 2000, cuando la EPO ya era detectada, quienes viven y se entrenan en la altillanura africana volvieron vuelto a ser amos y señores de las distancias medias y largas en calles y pistas. Nuestros ciclistas, acostumbrados a las cumbres de Antioquia, Boyacá, Cundinamarca o Nariño, donde entrenan sobre los 2000 metros de altitud, tienen de nuevo la ventaja natural para enfrentar el desafío de las cuatro o cinco etapas de montaña en las grandes carreras. Además, le han perdido el miedo a las cronos y Europa se ha convertido en un sitio más de trabajo y no en la pesadilla de un continente ajeno y hostil.
Muchas cosas han cambiado en el ciclismo, pero ver a los colombianos ganar y dar batalla como los mejores en las grandes cimas, dan ganas de gritar a la usanza de los viejos narradores: “etapa épica en las cumbres de Cerler, Alpe de Huez, Tre Cime di Lavaredo, Morzine, Alto de Campo… “; Y de repetir la famosa estrofa de Rubén Darío Arcila cuando Herrera llegó vestido de amarillo al Paseo de La Castellana: “Paso a la victoria, paso a la victoria… ”