Los barcos españoles amarrados a buen puerto dejaron apenas un asiento contable en los libros del imperio. Solo el infortunio permite reemplazar la normalidad comercial por la literatura, sus mentiras y sus hazañas ciertas. Debemos honrar a los capitanes torpes y melindrosos. El de esta historia tiene un nombre que auguraba el desastre: Portogalete. Comandaba un barco mediano cargado de "tiros y pólvora" que zarpó de Santo Domingo rumbo a la Isla Margarita. Buscando su norte tropezó con tierras varias donde el miedo lograba que los dardos triunfaran sobre los mosquetes. Portogalete y el viento llevaron el barco hasta Aruba. La tripulación decidió hacerle un pequeño consejo de reclamos al capitán y Portogalete decidió quedarse en Aruba y abandonar su nave. Una tormenta Caribe se encargó de poner fin a la travesía.
Los restos terminaron cerca de una pequeña isla de "arenas muertas" con fama de trasnochar a las naos de todas las banderas. Según la versión más autorizada, Pedro Serrano y su cuchillo fueron los únicos sobrevivientes. El Inca Garcilaso se encargó de describir la tierra que mantuvo en vilo a su infeliz habitante durante ocho años: "aquella isla, que es despoblada, inhabitable, sin agua ni leña…" Desde el primer día Serrano la bautizó con sus lágrimas: "Así pasó la primera noche llorando su desventura, tan afligido como se puede imaginar que estaría un hombre puesto en tal extremo".
Pero Serrano tenía su cuchillo y un hambre extremeña. Al día siguiente estaba bebiendo sangre de tortuga y utilizando sus caparazones para cubrir lo que serían sus pozos de agua dulce: "Así se entretuvo hasta que vio salir tortugas; viéndolas lejos de la mar, arremetió con una de ellas y la volvió de espaldas; lo mismo hizo de todas las que pudo, que para volverse a enderezar son torpes, y sacando un cuchillo que de ordinario solía traer en la cinta, que fue el Serranamedio para escapar de la muerte, degolló y bebió la sangre en lugar de agua; lo mismo hizo de las demás; la carne puso al sol para comerla hecha tasajos y para desembarazar las conchas, para coger agua en ellas de la llovediza, porque toda aquella región, como es notorio, es muy lluviosa".
En las tardes de sol se dedicaba a bucear un coral que pudiera entregarle alguna chispa. Su cuchillo sería el encargado de completar el milagro. Inventar el fuego era una de las obsesiones de Pedro Serrano. Lo necesitaba para hacer señales desde los "faros" que había levantado en los extremos de la isla, para mejorar el sabor de los camarones que Garcilaso llama "sabandijas", y para ser el mejor de los hombres primitivos del Nuevo Mundo. Serrano se consolaba como todos los hombres, y como todos los hombres de su tiempo y su patria: dedicaba las mañanas a sí mismo y las noches al Credo. En las tardes envidiaba la muerte de sus compañeros de naufragio que habían terminado como pasto para los tiburones.
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Pero no todo sería soledad para el infeliz Serrano. Cuando corría el tercer año de encierro a cielo abierto apareció un cristiano en sus playas. Un nuevo naufragio le ayudaría a conservar el fuego de todos los días y a maldecir en coro. Al comienzo los dos hombres, maltrechos de agua y de sal, se miraron con terror: "Cuando se vieron ambos, no se puede certificar cuál quedó más asombrado de cuál. Serrano imaginó que era el demonio que venía en figura de hombre para tentarle en alguna desesperación. El huésped entendió que Serrano era el demonio en su propia figura, según lo vio cubierto de cabellos, barbas y pelaje. Cada uno huyó del otro, y Pedro Serrano fue diciendo: '¡Jesús, Jesús, líbrame, Señor, del demonio!'. Oyendo esto se aseguró el otro, y volviendo a él, le dijo: 'No huyáis hermano de mí, que soy cristiano como vos', y para que se certificase, porque todavía huía, dijo a voces el Credo, lo cual oído por Pedro Serrano, volvió a él, y se abrazaron con grandísima ternura y muchas lágrimas y gemidos, viéndose ambos en una misma desventura, sin esperanza de salir de ella".
Los hombres pelearon por sus sueños y sus hambres, renegaron de las torpes señales de humo que cada uno fabricaba desde su "faro". Durante meses vivieron en repúblicas independientes, hasta que lloraron juntos de nuevo bajo el mismo Credo que los había hermanado.
Desde el aire la pequeña isla Serrana parece una medusa: su porción de tierra es imperceptible y sus bajos de arena son velos blancos y azules. Esa misma forma tenía el humo que se vio desde el barco salvador de Serrano y su compañero sin nombre. Antes, muchos habían despreciado las señas que los náufragos hacían desde la isla: "Pedro Serrano y su compañero, que se había puesto de su mismo pelaje, viendo el batel cerca, por que los marineros que iban por ellos no entendiesen que eran demonios y huyesen de ellos, dieron en decir el Credo y llamar el nombre de Nuestro Redentor a voces, y valióles el aviso, que de otra manera sin duda huyeran los marineros, porque no tenían figura de hombres humanos. Así los llevaron al navío, donde admiraron a cuantos los vieron y oyeron sus trabajos pasados". Serrano fue recibido por los reyes y su compañero murió sin alcanzar tierra firme.
El primer territorio colombiano independiente desde 1818 hasta hoy, liberado "con poco trabajo y sin disparar un tiro" por un marino francés amigo de la Independencia, fue Providencia, una de las hermanas mayores de Serrana. Hoy, la isla de Pedro Serrano está en los mares de Nicaragua, pero diez soldados con bandera colombiana custodian nuestro pedazo de historia literaria. Según cuentan los nuevos cronistas de indias, comen atún en lata y galletas.
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