El otro León de Greiff
León de Greiff. Fotografía Rodríguez, 1899. Archivo BPP.
León de Greiff, el gran poeta colombiano, acaba de morir y, como siempre, la prensa oficial está dispuesta a recuperar a los disidentes, canonizándolos después de muertos. Con León de Greiff no podrá hacer eso: su vida y su obra, tan indisolublemente ligadas, no admiten semejantes apropiaciones. Este inquebrantable hombre de izquierda que nació el 22 de julio de 1895 en la Villa de la Candelaria de Aná del Aburrá, mantuvo a todo lo largo de su vida una actitud tan digna y erguida enfrente de los poderes tradicionales, que bien vale la pena repasar esa trayectoria ejemplar. Bautizado en la iglesia de la Veracruz de Medellín, su padre, ante la observación del cura de que León era nombre de animal, respondió enérgico: “El animal es usted. No sabe que el papa de ustedes los católicos es León XIII”, agregando luego que no era bautizado así en honor de este, sino de León Tolstoi, el gran novelista ruso.
Expulsado del Liceo Antioqueño por un incidente con un jesuita centroamericano “insufrible como catedrático” y a quien le organizó en clase una revuelta de cucarrones, ya en ese entonces efectuaba burlonas parodias de Guillermo Valencia. Se inició luego en la Escuela de Minas de la Universidad Nacional, donde estuvo por tres años, apareciendo en la matrícula como: NO CATÓLICO. “Me preguntaron mi religión y dije que era librepensador. Me dijeron que eso no era religión. Traté de explicarles y resolvieron rebautizarme así. Oh, las intonsas gentes dando siempre opiniones”.
Una sociedad beata
Ya en ese entonces empezaba a vislumbrarse su capacidad crítica en relación con la sociedad en que vivía. Un texto de 1914, “Villa de la Candelaria”, es elocuente acerca de esa actitud: “Gente necia / local y chata y roma. / Gran tráfico en el marco de la plaza. / Chismes. / Catolicismo. / Y una total inopia en los cerebros… / Cual / si todo / se fincara en la riqueza, / en menjurjes bursátiles / y en un mayor / volumen de la panza”. En 1915, con carátula diseñada por Ricardo Rendón, aparece en Medellín la revista Panida: el gran caricaturista, incisivo y mordaz, el gran poeta y los 13 Panidas, entre los cuales se destacaba Fernando González, iniciaban así su vida pública, satirizando una sociedad beata y demasiado conservadora.
“Lejos de Santanderes y Bolívares” transcurría, entonces, la existencia de León, quien fue, toda su vida, un honesto y cumplido funcionario público, rigurosísimo en el cumplimiento de su horario, lo cual no interfería, claro, sus peripecias bohemias. En esa época es cuando trabaja en el Ferrocarril Troncal de Occidente en Bolombolo, donde su poesía empieza a fijarse con atención lúcida en la gente y el paisaje colombiano. Se ha querido, por parte de una crítica incompetente, situar siempre a León de Greiff en un ámbito nórdico y legendario, olvidando que su obra, en todo momento, ha partido, recreándola, de la circunstancia y los motivos nacionales. Desde Rosa del Cauca hasta Itagüí nadie ha sido más fiel a su tierra: “Oh Bolombolo, país exótico y no nada utópico”.
Los Nuevos
Luego León de Greiff viaja a Bogotá, allí se empieza a conformar, bajo el influjo de la revolución rusa de 1917 y con aire de inconformismo, el grupo de Los Nuevos: integrado, además de él, por Luis Vidales, Rafael Maya, José Umaña Bernal, los hermanos Felipe y Alberto Lleras Camargo, Germán Arciniegas y José Mar, en torno a los seis números que aparecieron de una revista homónima, “bastante mediocre”, según la confesión de alguno de sus redactores. Los Nuevos se enfrentaron a la generación del Centenario, y si bien alguno de ellos, Lleras Camargo, Arciniegas, pasaron a convertirse, al poco tiempo, en hijos putativos (y nunca el término ha sido más exacto) de los centenaristas, otros, como De Greiff y Vidales, mantuvieron siempre su distancia y su repulsa ante los Eduardo Santos y los Laureano Gómez, que manejaban el país.
La publicación en 1925 de su primer libro, Tergiversaciones, Primer mamotreto, y la aparición, el año siguiente, de Suenan timbres, de Luis Vidales, constituye el inicio de la vanguardia poética en Colombia. Humor, sarcasmo, irreverencia: estos jóvenes poetas empezaban a sacudirse de encima una herencia abrumadora de retóricos patrioteros, que habían mistificado totalmente nuestras letras para usarlas como instrumento de poder; un medio más de engañar y alienar. En cambio, De Greiff y Vidales ironizaban y caricaturizaban un medio provinciano riéndose de todo, especialmente de ellos mismos. Esta ironía, corrosiva, les impedía tomarse en serio y convertirse en los figurones grandilocuentes en que se han convertido la casi totalidad de los poetas colombianos.
La prisión
El 9 de abril de 1948 León de Greiff es destituido de su puesto y en 1949 sufre prisión “y en que ergástula”, con sus compañeros Diego Montaña Cuéllar, Jorge Zalamea y Alejandro Vallejo, constituyéndose así en “el decano de los presos políticos en Colombia”. Pero nada de esto interfería el crecimiento, cada vez más vigoroso, de su vasta obra poética.
En 1930 aparece Libro de signos, Segundo mamotreto; en 1936, Prosas de Gaspar, Tercer mamotreto y, en el mismo año, uno de sus libros definitivos: Variaciones alrededor de nada. Dejemos que sea un crítico, Hernando Valencia Goelkel, quien nos diga en su recopilación, Crónicas de libros, en qué consiste la tan mentada originalidad de León de Greiff. Dice Valencia: “Simplemente, es un hecho insólito en cualquier latitud y que en Colombia cobra dimensiones injuriosas: la de ser tal, la de la fidelidad a sí mismo. En este país de estilos intercambiados, en esta capital de man, del on, del se, la actitud de León de Greiff es tan insólita que escapa a la comprensión. Así, su obra da testimonio de una perseverancia, de una consecuencia, de una evolución interior, pero es también como el anverso de un momento en la vida de una nación. Es también una negativa prolongada y austera a inclinarse ente requerimientos de una burguesía que confunde la catatonia con el dinamismo”.
Desenfado y alegría
De ese modo, la obra de León de Greiff, impar, iba suscitando alrededor suyo un gran silencio; más tarde se prefirió alabarla y exaltarla, otorgándole premios que los idiotas recolectores de impuestos pretendían quitarle, pero todo este aspecto anecdótico en torno a su figura, sus amigos, su tertulia en El Automático no podía ocultar la verdadera dimensión del poeta, quien mantenía explícita su fe en la revolución socialista: sus viajes a Rusia, sus viajes a Cuba, su admiración declarada por el Che, su vinculación al Comité por la Liberación de los Presos Políticos, su trabajo en pro de la revolución cubana y su respaldo constante a la causa de la izquierda en Colombia.
Que el más importante poeta colombiano, sin lugar a dudas, de este siglo, haya muerto, no constituye, entonces, un pretexto para necrologías y editoriales lacrimosos: su obra vasta, polifacética, está viva, intacta, comunicándonos su desenfado y su alegría, su vinculación con lo mejor de Colombia y con el hecho de que en ella los colombianos nos reconocemos e identificamos en la misma medida en que en la persona de León de Greiff reconocemos al más auténtico de nuestros escritores.