CAÍDO DEL ZARZO
OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS
Elkin Obregón S.
Lo pasé muy bien durante mi estancia en España, hace de aquello un tiempo inmencionable. Pero nunca pude habituarme, en mi calidad de modesto cinéfilo, a la absurda costumbre del doblaje cinematográfico. En esa época solo en dos teatros madrileños las películas hablaban con su voz real; el uno era la cinemateca, y el otro, si no recuerdo mal, el cine Gayarre. Un minúsculo oasis para la nutrida oferta de salas, donde, en filmes de todas las nacionalidades, los actores se expresaban sin excepción en el más rotundo españolete. Ver en esas condiciones películas de Bergman, de Truffaut, de Fellini, de Tarkovski, de Hitchcock, te hacía sentirte un exiliado.
Cedo la palabra al crítico —español— José Luis Sánchez Noriega: “La interpretación también se hace con la voz; doblarla hace desaparecer el timbre particular del actor, la prosodia (…) el acento de una región o un grupo social concretos…”.
Pues eso. Nunca pude entender aquella norma y menos la pasiva complacencia de los espectadores, que además empezaban a conocer aires de destape. Cuando planteaba el tema ante algún nativo, me miraba con asombro, como si cuestionar ese escamoteo fuera una simple gilipollez; en fin, no quiero añadir obviedades, apenas consignar que tal estado de cosas sigue vigente en la madre patria. Condolencias, hermano ibero. ¿Has pensado alguna vez que nunca oirás hablar a Audrey Hepburn?
P. D.
Aunque no guarda relación con lo dicho arriba, una curiosa anécdota corrobora, desde su esquina, las falacias del doblaje: en Mogambo (John Ford, 1953), Grace Kelly hace parte de un triángulo que bordea (o traspasa) los límites del adulterio; bajo la censura franquista, el doblaje dio otro destino a Kelly, quien pasó de esposa infiel a simple hermana (no tan simple, hay que decirlo, pues compartía lecho con el hermano). El anestesiado público aceptó sin parpadeos la nueva situación, sin duda más sugestiva.
CODA
Para escribir bien hay dos requisitos. El primero, sobre qué. David Eufrasio Guzmán eligió y recreó unas cuotas de memoria, fragmentos ubicados en una unidad residencial, una finca, una casa de barrio alto con sabor cubano. El otro requisito, bien se sabe, es el talento. Husmea, lector, esas páginas, y verás qué bien huelen. Se habla aquí de un libro de cuentos (Piel de conejo, Editorial Eafit). Si tuviera que quedarse este cronista con uno, se quedaría con dos: El último vuelo de la araña y En las barbas de Joseíto. También se quedaría con los demás.