La prensa de ajos
Pedro Carlos Lemus. Ilustración de Elizabeth Builes
Un diente de ajo, cualquiera que sea, deja de ser uno en la prensa de ajos: se hace múltiple y se hace mejor. ¿Cómo mejor?: se esparce, da su olor y su sabor; se estrella contra el acero y sale a través del vacío para unirse a algo mayor que él. Tengo una prensa de ajos nueva. No la necesitaba, pues nadie necesita una prensa de ajos, pero nunca antes había tenido una y ahora la tengo, así que cocino solo y con ajo. (El ajo reduce la presión sanguínea y disminuye el riesgo de enfermedades cardíacas). Entonces, decía, el ajo se deja triturar y sale a través del vacío para darse a algo mayor que él: el plato, una nueva unidad. Luego, va del plato al cuerpo, unidad mayor, si cabe hablar de jerarquías entre todo lo que es uno. Enseña que, hecho pedazos, se engrandece (y hablo del ajo, no del corazón. El corazón no cabe en la prensa de ajos).
Tiene un tamiz mi prensa de ajos, por donde, presionados por una palanca, salen a chorros los pedazos de ajo. Puede decirse que tiene dos partes: los mangos, por los que se sostiene la prensa, que son de caucho para no maltratar la mano que presiona, y el acero brillante —espejo impedido— implacable para la trituración. Una parte cuidadosa, donde se ejerce la fuerza, y una brusca, que es pura reacción. Y entonces tritura, pero no es una trituración que arruina, sino que multiplica. (Un corazón tiene cuatro partes, también llamadas cámaras: una aurícula derecha y una izquierda, y dos ventrículos, también uno a cada lado. El corazón entero tiene la forma de un puño, y es simultáneamente la mano que ejerce la fuerza —el latido— y el acero implacable —la pura reacción—. Se excita y golpea; acelera y se rompe. Un corazón contiene ambas partes de la prensa de ajos, pero un corazón no es de caucho ni es de acero).
Se llama prensa de ajos —y hay que ser precisos en esto si se va a buscar a un supermercado, pues también existe el mortero—, aunque podría prensarse lo que fuera. Por el tamaño: una uva, una lenteja, un arándano. Pero también cualquier otra cosa, fruta o vegetal; ya no importa el tamaño, pues todo es susceptible de hacerse pedazos y encajar en la prensa. (El corazón también se hace pedazos, pero ¿cómo sacarlo del pecho y meterlo en el tamiz?). Ya ven que incluso el ajo, para el que ha sido inventado la prensa, no cabe entero —es decir, una cabeza de ajo— y se introduce en dientes —que son al ajo como los cascos a la naranja—. ¿Cómo es saber, desde el nombre, para qué has sido inventado? ¿Cómo, aunque puedas contener mucho más —aunque puedas contenerlo todo—, eres solo una cosa? Es, imagino, un alivio y una carga. Como todos los nombres, como cada destino. (Mi corazón guardaba un nombre, pero ese nombre no era su destino).
Quien ha triturado antes un ajo sabe que de ninguna manera el ajo se entrega del todo. Queda dentro de la prensa, en el tamiz, la cáscara que lo encerraba, una fina coraza que no impide la trituración y que es residuo aunque se mantenga entera. (La coraza del corazón es el pecho, y, en el pecho, las costillas. Tampoco el pecho ni las costillas pueden preservar un corazón). Liberado, el diente de ajo se lanza a la amplia unidad de la preparación, pero también parte de él permanece en la prensa de ajos, recién utilizada y untada, en forma de minucias que no quedan en la parte superior ni en la inferior del tamiz, sino en la mínima, casi inexistente, parte lateral del orificio. Por más que se lave, y no hay que haber lavado mucho para entender esto, ese untado de ajo quedará residente en la prensa. (Pienso en el tamiz untado de corazón: ¿llamaría a las moscas, como los residuos de comida, o a los buitres, como la carne en descomposición? Si yo fuera mi corazón, no llamaría a nadie, pues no guardaría ningún nombre: preferiría permanecer en una prensa de ajos; y entre moscas y buitres, me daría igual).
No sé si con el paso del tiempo —con la sucesión de ajos— crezcan aquellos residuos, o si siempre permanecerá untada la misma cantidad de ajo, el untado primero de este primer triturado, mientras que los siguientes, impulsados por el agua, como llegan, se van. Sé, sí, que el ajo primigenio perdura cuanto tiempo se use la misma prensa de ajos. Y habrá noches en las que el rancio olor incomode, pero el ajo ahuyenta a los vampiros, y a veces uno prefiere proteger la sangre, conservar entero el corazón.