Número 113, febrero / marzo 2020

EDITORIAL

Exponer la U

 

Al comienzo fue el mundo al revés. Se inauguraba la década del sesenta y Medellín discutía el modelo para ampliar la Universidad de Antioquia en busca de una “ciudadela” para la creciente ciudad. En un principio la propuesta más aceptada era llevar la nueva sede a un espacio alejado, con un prudente retiro, no fuera que ese hervidero impredecible fuera a contagiar con ideas explosivas y gavillas atizadas al corazón de la villa. La ciudad no era peligrosa para la creciente universidad, al contrario, el campus podría enturbiar comercios, sermones y familias. Al final, aparecieron las veintitrés hectáreas que el Municipio vendió a la Universidad y se firmó el acuerdo de voluntades sellado con el correspondiente discurso: “El terreno, situado aproximadamente a un kilómetro del Centro, tiene innumerables ventajas para la universidad como para el desarrollo urbanístico de la ciudad”.

Menos de dos años después una malla protegía a la “Nueva Universidad de Antioquia”. Los peligros iban y venían, los posibles contagios ahora eran de lado y lado. Tropeles, ideología, revolución contra atracos, cuchillos, comercios ilegales. Las razones para el cerramiento quedan claras en un artículo de Ariel Escobar Llano, uno de los arquitectos del campus, al recordar la idea original de Ignacio Vélez Escobar: “La Ciudad Universitaria fue concebida como un parque, y los primeros años funcionó como un parque. De ahí que no estuviera cercada por mallas. La premisa que el doctor Vélez Escobar quiso que se plasmara era que la universidad debía ser de toda la ciudad y que los domingos pudieran ir los padres de familia con sus hijos a distraerse y a disfrutar con el ambiente. En realidad todo fue muy bello en el ambiente de gestación de la Ciudad Universitaria hasta que comenzaron a robarse los equipos y ese problema fue el que determinó el cercamiento”.

La Universidad ha construido, desde entonces, una dinámica propia que incluye muchos de los problemas sociales de la ciudad siempre adobados con una buena porción de luchas políticas y grescas ideológicas. Seis días después de la apertura en la sede norte, en mayo de 1969, El Colombiano daba cuenta del primer tropel entre estudiantes y fuerza pública: “12 horas de combate” y “160 lesionados”. Problemas a su escala, como si fuera un laboratorio de la ciudad con su dosis de control y silencio, con su ósmosis y sus contagios permanentes.

Tal vez el más grande de sus tropeles, en junio de 1973, incluyó el asesinato de Luis Fernando Barrientos, estudiante de economía, a manos de un “detective del DAS”. Ese día los estudiantes quemaron el bloque administrativo y la ciudad entera vio el penacho que salía del campus en el norte. El humo fúnebre de una universidad ardida. Lo que siguió fue el blindaje de la nueva sede administrativa y su bautizo como el búnker. Las directivas asumían el papel de un pequeño y protegido “palacio presidencial”. En 1998 cayó el muro de la fortaleza y sonó de regreso la idea de la universidad abierta. El rector de entonces Jaime Restrepo Cuartas fue el revolucionario del momento: “La idea es volver a la Universidad sin mallas, abierta a todos, como era antes, integrada a la cotidianidad de la ciudad”.

Hace diez años el campus sufrió el más fuerte blindaje de su historia. El gobernador Luis Alfredo Ramos impulsó los torniquetes de entrada y la tarjeta TIP para el ingreso de los miembros de la comunidad universitaria. El Esmad entró al campus en varias ocasiones y los penachos de papas bomba y gases lacrimógenos ya eran de mallas para adentro. Los líos se veían venir desde que, dos años antes, el rector Alberto Uribe habló de una conexión entre protestas, consumo y venta de estupefacientes y robos. La expresión “orden público” estaba de regreso en los comunicados institucionales. La revista Semana de junio de 2010 describía el nuevo filtro en la Universidad: “Es más fácil entrar a una guarnición militar que a la Universidad de Antioquia. Quienes no tienen la exclusiva tarjeta TIP, que acredita a quienes trabajan y estudian allí, deben tener un contacto adentro que autorice, bajo su responsabilidad, el acceso del visitante. No basta con decir que la intención es hacer una consulta en la biblioteca o asistir a una exposición en el museo”.

Hoy el Esmad y la idea de la universidad abierta han vuelto. Acciones y propuestas al parecer extremas y enfrentadas. Y son obligatorias las preguntas. La Universidad está cerca de un exitoso proyecto de espacio público diverso en Carabobo Norte. Pero al mismo tiempo tiene fronteras con líos varios, muy cerca de uno de los lugares del Centro con más homicidios, Estación Villa. Con la posibilidad de ser el “centro noche” para los habitantes de calle en el norte. Con la necesidad de la informalidad laboral por todos los flancos. Es necesario mirar los riesgos más allá de los grafitis sobre derribar muros y las muy parecidas frases oficiales sobre tumbar cercas y estar más cerca. El trabajo tan difícil como dedicado de Museo de Antioquia en una zona dura, puede dar cuenta de la tenacidad de los esfuerzos y los problemas. La Plaza Botero es un referente turístico adornado y aromatizado por ollas y plazas más duras. Riesgos y retos que hay que medir.

Desde adentro se mira con recelo a la ciudad y al vecindario. Viven de cerca las calenturas actuales protegidos por un filtro tranquilo, por el que ingresan en promedio entre mil y mil quinientos visitantes por día. No sería lógico que se tomaran decisiones sin oír con mucha atención a los habitantes habituales, profesores, administrativos, estudiantes. Dado que la propuesta surgió luego del comunicado, protocolo según Daniel Quintero, para el ingreso de la fuerza pública, vale la pena preguntar si quitar cualquier protección le restaría poder y protagonismo a la protesta violenta.

Pero la desconfianza también está dada por una nueva relación con la policía en un campus abierto. ¿Un CAI en el “aeropuerto”? ¿Agentes rondando en bicicleta? ¿Una patrulla parqueada entre los bloques? ¿Requisas con perros antinarcóticos?

Se han señalado algunos ejemplos locales para respaldar la idea. Lo que pasó con las UVAS hace unos años. Pero abrir un tanque de agua no es lo mismo que dar acceso y protección a una comunidad de 35 000 personas en un espacio como la U. de A. Tal vez las experiencias de Carlos E. Restrepo y Suramericana, con una fuente de Arenas Betancur y la sede de una de las instituciones económicas de la ciudad, sean más pertinentes. En la Universidad argumentan ser un espacio que requiere condiciones especiales, una incubadora con reglas y temperatura propias, aptas para un grado de concentración y de tranquilidad, que no obligue a estar pilas en la biblioteca y mosca en el salón por si caen los gatos. Un ejemplo, en algunos casos los profesores son responsables del inventario en sus oficinas. Les roban y les cobran.

Tal vez se puedan encontrar soluciones medias. Y la universidad sea menos vulnerable precisamente por ser más abierta al entorno. Pensar en un cierre distinto, más amable, si la palabra es posible, y más poroso. Hasta ahora no hay un proyecto, ha sido solo un arrebato político en un momento difícil para el alcalde. Por lo pronto vale la pena oír las palabras de Carlos Castro Saavedra en 1968: “Personalmente deposito mi fe en esta ciudad universitaria y sueño con que llegue a ser grande en todos los sentidos, libre, democrática, ajena al fanatismo, al personalismo y a la política menor...”. UC

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Vista aérea de Ciudad Universitaria. Gabriel Carvajal Pérez, 1971. Archivo BPP.

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Universo Centro N°113

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