EDITORIAL
Las ciudades se empinan, se agachan, sacan pecho e inflan sus virtudes a conveniencia a la hora de exhibir sus indicadores sociales. Sus dirigentes públicos y privados se encargan de subrayar bondades y esconder vergüenzas en presentaciones de Power Point. Es una de las asignaturas más importantes para quienes se hacen llamar la dirigencia. Caminar y hacer preguntas son claves para medir temperaturas, miedos, carencias y avances entre generaciones. Muchas veces las historias barriales o personales nos entregan verdades que los números gruesos contradicen. Pero mirar los estudios nunca sobra a la hora de los diagnósticos, sobre todo en vísperas de elecciones, cuando viene la avalancha de lugares comunes, mentiras elegidas y desconocimientos involuntarios.
Un reciente informe de Medellín cómo vamos intenta mostrar condiciones de bienestar, necesidades básicas y oportunidades comuna a comuna. El Índice de Progreso Social (IPS) es una muestra del sustrato en el que se para cada habitante de la ciudad según la comuna donde vive. Se miden 43 variables entre las que se cuentan números oficiales y percepciones ciudadanas. Una mirada en tres dimensiones que tiene en cuenta la tasa de homicidios, el embarazo adolescente, la calidad del aire, las muertes en accidentes de tránsito, la deserción escolar, el acceso a la educación superior, la posibilidad de ver televisión por suscripción y navegar en internet, la atención en salud, el peso de los recién nacidos, los hurtos a personas y las extorsiones, el ingreso de las familias y la discriminación sobre mujeres y grupos minoritarios… Señales inequívocas entre muchas otras.
Las cifras son del año 2017 y la mala noticia es que Medellín retrocede en casi todas sus comunas (excepto la 13, San Javier) entre 2013 y 2017. Es decir, se han perdido cuatro años a pesar de tener el segundo presupuesto entre las capitales colombianas y la más alta inversión pública per cápita del país. Aquí no vale la publicidad ni las exposiciones mediáticas y las implosiones coloridas. Tampoco es suficiente el número de adoquines instalados ni el número de comodines del crimen capturados. Hay esfuerzos loables pero insuficientes, hay énfasis discutibles e inversiones descolocadas. Y lo más triste es que quienes aspiran a ser alcaldes solo dicen ser gerentes, recomendados, innovadores y carismáticos o herederos. Hasta ahora no hay una sola propuesta, solo vallas repetidas y caminatas para entregar volantes. Los carteles de las firmas callan, caminan y sonríen.
El estancamiento de la ciudad muestra la dificultad de los avances reales y las respuestas efectivas a los mismos retos de las últimas dos décadas. Entre 2013 y 2017 las comunas que más perdieron en el IPS fueron en su orden Castilla, Belén, Robledo, Candelaria y Manrique. Ahí está la comuna más poblada y el Centro de la ciudad, y allí vive un poco más del 30% de los habitantes de Medellín.
La Candelaria concentra sus problemas en la seguridad donde es la peor comuna por sus indicadores de homicidios, accidentes de tránsito, hurto a personas y tasas de extorsión. Sumados al aturdimiento y el ahogo por ruido y calidad del aire. De modo que el Centro sigue siendo un vividero con desventajas en temas claves para sus cerca de 85 000 habitantes.
Belén es la comuna más poblada de la ciudad y la cuarta en el escalafón de progreso social. Tiene ventajas considerables en acceso a la educación superior y en el índice de mayores de 25 años con título universitario o tecnológico. Paradójicamente la deserción escolar en niños y adolescentes marcó su mayor deterioro.
Castilla fue la comuna que más perdió en los puntajes del Índice y en las posiciones donde en un año pasó del puesto 8 al 13. Sus mayores pérdidas se vieron en temas de tolerancia, discriminación (porcentaje de padres de familia que consideran más importante la educación de los hombres) y convivencia. Además fue penúltima en acceso a la educación superior y crecieron sus índices de deserción infantil.
Robledo tuvo el último puesto en Acceso al conocimiento básico por sus índices de deserción en niños y jóvenes entre los 5 y los 15 años. También el embarazo adolescente marcó sus retrocesos. Y la seguridad en 2017, sobre todo en hurto a viviendas, extorsión y desplazamiento intraurbano, subrayó sus desventajas frente a otras comunas.
Manrique mostró problemas crecientes en nutrición y seguridad alimentaria donde se ubicó entre las cuatro comunas con peores indicadores de la ciudad. También mostró grandes desventajas en la calidad del acueducto y alcantarillado. Y de la mano fueron el alto embarazo adolescente y la deserción escolar. Solo La Candelaria y Popular están por debajo en la tabla general del Índice de Progreso Social.
El crecimiento de los homicidios y la inseguridad en general en 2018 y 2019 seguirá marcando bajas en el bienestar en muchas comunas. La llegada de inmigrantes de Venezuela y desplazados del Bajo Cauca señalarán nuevas necesidades y marcarán nuevas carencias en los estudios. Algo dice que la Comuna 1, Popular, que tiene el menor ingreso per cápita y el mayor nivel de pobreza extrema, tenga peores condiciones de vida en 2017 de las que tenía en 2013. ¿Se ha mirado hacia donde no es, se han aplicado estrategias equivocadas?
Es clave que la ciudad se formule esas preguntas en debates públicos, que el Concejo plantee interrogantes ciudadanos y no solo acuerdos privados, que los empresarios hagan balances más allá de sus propias cuentas y las organizaciones sociales tengan fuerza para convocar y cuestionar. Medellín tiene que dejar de ser una ciudad muda y satisfecha, una tierra de orgullos y retrocesos. Mirar antes que admirar.