El amanecer de las máquinas
Todos hemos visto un exprimidor de naranjas. Existe el de plástico ordinario que se pone sobre la jarra para que el líquido escurra adentro. O el electrodoméstico, que suena en las mañanas en casi todas las casas de clase media del mundo. O el minimalista que diseñó Philippe Stark; un objeto tan estilizado que él mismo reconoce que no sirve para nada, pero que se exhibe como ícono del diseño en el Museo de Arte Moderno, ubicado en Nueva York. O el metálico de palanca, con el que a puro brazo vuelven jugo las naranjas apiladas en pirámide de las carretillas del Centro y llenan peceras con hielos que se pescan con cucharón. En fin, todos hemos visto un exprimidor de naranjas. Pero no uno como el de la foto: parece una lámpara de araña, un escaparate de la abuela, una máquina del tiempo de H. G. Wells. La imagen es una reproducción fotográfica a partir de una ilustración, que seguro estaba impresa en algún catálogo de mercancías extranjeras de los que llegaban a Medellín al despuntar el siglo XX, cuando todo era importado. En la foto se ve, incluso, la seña desgastada del doblez de la lámina. Mirándola de cerca surgen pequeños números que señalan las partes del aparato. Es decir, en otra hoja estaban las instrucciones de uso, pero de eso no quedó registro. Por eso no sabemos con certeza cómo operaba esta máquina hecha de cristal y hierro forjado al estilo art déco, frase que dicha en los tiempos del acrílico y del plástico chino suena a chiste. En todo caso: de alguna manera subía la naranja para ser cortada en dos mitades, volverse jugo y salir por, todo parece indicar, las válvulas laterales identificadas con el 19. En el amanecer de la revolución industrial las máquinas fueron bellas, pero el atardecer mercantilista y utilitario las acabó.
Archivo fotográfico de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín.
Benjamín de la Calle. Sin fecha.