Número 105, marzo 2019

CAÍDO DEL ZARZO

VIRUTAS
Elkin Obregón S. 

 

“Como este pájaro que espera para cantar a que la luz concluya…”. Escribió alguna vez la poeta uruguaya Ida Vitale ese verso cargado de sugerencias. Todo gran verso es un abridor de puertas; ¿cuál eliges, lector? La mía, no la digo. Ni lo hace la autora, por supuesto. Se escribe para callar.

Dice el español Andrés Trapiello (Do fuir, Ed. Pre-Textos): “En realidad todos los chicos hablan dos idiomas, uno, fuera de casa, para entenderse entre ellos y con sus amigos, y otro con sus padres”. Adhiere el cronista a esa teoría, que además parece complementar una modesta teoría suya: entre las muchas diferencias que marcan las clases sociales, resulta esencial el lenguaje. El pequeñoburgués ignora cuál es el de ese plomero que ahora arregla los grifos de su apartamento; o el de ese futbolista que, ante las cámaras de televisión, se esfuerza por usar con solvencia el discurso de “los cultos”. Mi amigo X, aspirante a novelista que compartía esa opinión, me confió alguna vez su proyecto de implantar en un bar proletario unos cuantos micrófonos ocultos, y dejar que, noche tras noche, recogieran las hablas de sus contertulios; saldrían de allí, aseguraba, estupendos materiales novelísticos, adobados con frases y estructuras lingüísticas nunca antes registradas por nuestra académica ignorancia. X se dedicó a otras vocaciones, y seguimos a la espera de su novela.

En ese mismo libro narra Trapiello un viaje a La Habana, cuando vivía el país su momento más ruinoso. Una noche caminaba con un poeta cubano por un barrio espectral, sombra apenas de lo que había sido. El poeta señaló una casa, protegida por un jardín. Tras una ventana sin cortinas, una anciana, sola, parecía leer o meditar; el cubano le informó que era Dulce María Loinaz, y le preguntó si quería conocerla. “Somos buenos amigos”, dijo. Trapiello declinó la invitación, no quiso profanar aquella soledad. Nos dejó a cambio esa imagen, quizás la más entrañable de su viaje.

Veo en la tele un documental sobre Paco de Lucía. Cuenta este la segunda vez que oyó cantar a Camarón de La Isla (antes, siendo Camarón casi un niño, Paco, a pedido de alguien, le había dado el beneficio de la duda). Esta segunda vez (el lugar, un huerto sevillano, la hora, la madrugada), el guitarrista hizo unos acordes, el cantaor cantó, y Paco sintió que algo había ocurrido en el universo. No fueron esas sus palabras —son palabras de Borges—, pero sí lo que sintió.

Por cierto, en la película Calle 54, de Fernando Trueba, el cantaor Niño Josele y la banda de Chano Domínguez hacen del flamenco y el latin jazz un matrimonio feliz. No es país para Cigalas.

Elkin Obregon

CODA

Un bel finale (Andrea Mejía):
“Hay momentos muy bellos en la novela. Hay momentos también devastadores. Y la escritura sabe siempre estar ahí. Se hace pequeña en los momentos pequeños, crece y llega alto en los momentos de mayor intensidad vital. Permanece fiel al dolor y a la belleza. Eso es algo en verdad muy difícil de escribir”. UC