Castilla alta abajo
David Herrera. Fotografía: Juan Salazar
(Homenaje a Helí Ramírez)
A mis padres, Olga Castrillón
y Ramiro Herrera
La última vez que lo vi tal vez iba camino a casa con uno de sus hijos. Ya lo había encontrado cuatro veces por el mismo sendero, en las antiguas mangas de Niquía, al lado de su compañera, como una aparición fantasmagórica, repentina. En direcciones contrarias, él venía, yo iba. Ese día que me lo topé, a finales de noviembre del año pasado, llevaba en mi bolso su novela La noche de su desvelo, publicada en 1987. Al notar su presencia a lo lejos saqué el libro, y cuando lo tuve en frente, en plena calle, donde reina el azar, lo encaré. Solo acaté a mostrarle la portada. Su hijo esbozó una sonrisa que jamás olvidaré, mientras él, serio, rumiante, me escrutó de abajo arriba. Su respuesta, entre saludo y despedida, mezcla de agradecimiento y desinterés, fue extender la mano para estrechar la mía y decirme: “Hombre, muchas gracias, hasta luego”.
Cruce de destinos, nada más. No hubo más gestos ni palabras. Cada quien en su marcha. A medida que nos alejábamos, viajé a 2014 para recordar la primera vez que lo leí. Fue en los pasillos de la Universidad de Antioquia, semanas antes de escucharlo en persona al pie del cerro El Picacho. Ese día también “eran las tres de la tarde, las tres”, cuando Jair Trujillo, un amigo, sin mediar presentaciones me entregó unos papeles ajados, fotocopias de algunos poemas de En la parte alta abajo, escritos por un tal Helí, entre los que estaba cual conjuro el poema XXXIII: “Cruce de destinos cara a cara codo a codo […] Sinceridad desacrificada de un destino por otro destino / y no pasa de ser / cruce de destinos […] Un destino es un destino y otro destino es otro destino”. Cruce de destinos en los barrios, las comunas, el Centro, las cuadras, las esquinas, las canchas, las tiendas, los bares y las bibliotecas; destinos cruzados en la escritura y en la lectura como prácticas de lo cotidiano.
Yo tenía veinte años, vivía en Tricentenario y era un estudiante de Historia entregado a la literatura. Entonces, claro, empecé por ir hacia sus libros, sin faltar ninguno, ya fuera en bibliotecas o en la web, desde La ausencia del descanso hasta Desde al otro lado del canto, a la vez que me preguntaba qué se había dicho sobre Helí Ramírez, sobre su obra y su personalidad. Volcado en esa dirección, espontáneamente, por instinto, indagaba publicaciones que giraran en torno a sus trabajos: reseñas, opiniones, ensayos, entrevistas, videos, discursos en eventos públicos, revistas de poesía, recortes de prensa, artículos de revistas académicas, tesis de pregrado y de posgrado, fanzines, cortometrajes, fotografías, pinturas, dibujos, canciones de rock y salsa.
Días después supe que Helí estaría en el II Festival de Poesía Comuna 6, invitado por el colectivo Citibundas, en el Parque Biblioteca Doce de Octubre Gabriel García Márquez, a una conversación sobre arte, poesía y barrio. Hasta allí subí con Jair y con Andrea Lara, total general, entonados. Fuimos testigos de un encuentro entre vecinos y amigos que marcó la apertura de nuevos proyectos, entre ellos la publicación en camino de Crónicas de mi barrio, libro de Jhon Muñoz, pionero en la investigación sociológica en torno a los barrios populares. Ese sábado 8 de noviembre de 2014, Helí reforzó sus lazos de amistad con Jhon y se reunió de nuevo con Juan Cano, docente de la Universidad Autónoma Latinoamericana, y con el maestro Fredy Serna, en un diálogo que moderó el historiador y urbanista Hamilton Suárez.
Breve, conciso, sincero, Helí retomó un tema que se convirtió en una constante cuando asistió a este tipo de actividades: pensar en nosotros mismos, en los jóvenes de ayer y de hoy, en el futuro de los barrios. “Una de las cosas maravillosas que me parece a mí es estar con habitantes de la comuna como son ustedes: interesados, inquietos por la cultura, por la educación. […] Hoy miro acá jóvenes, hombres y mujeres, que algunos tienen las veinticuatro horas para estudiar, otros hacen el esfuerzo y estudian y trabajan, y eso es indicativo de que hay una nueva juventud en la comuna nororiental, en la comuna noroccidental, en la comuna suroccidental o suroriental, es decir, la juventud de los barrios populares, hoy en día hay unos gérmenes que son diferentes y que son los que están planteando una nueva visión desde el arte, desde la cultura, desde cada una de las profesiones”.
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Hay quienes consideran que fuera de Medellín, la poesía de Helí no es reconocida. Pero quien se lance a escarbar diversos materiales hallará pistas que dan cuenta de la recepción que han tenido sus libros en lectores probados, que desde la década del setenta lo valoraron como un gran poeta del barrio Castilla, un poeta extraño. Eso hizo Gustavo Álvarez Gardeazábal cuando apuntó, en un artículo publicado en El Colombiano el 20 de agosto de 1978, que “un poeta de esa clase, capaz de enredarse en los mejores momentos metafóricos y en la más clara y brillante explotación del lenguaje de su barriada, del lenguaje deformado que la juventud ha ido manejando y el camaján ha estado puliendo en sus bohemias mariguaneras, es aquí y en cualquier parte un gran poeta”.
El 28 de octubre de 1979, en el mismo periódico, Gardeazábal ratificó el alcance de los poemas de Helí en otras ciudades, esta vez refiriéndose a En la parte alta abajo, publicado ese año: “Tal vez con este libro estemos en presencia del poeta que no teníamos, del nuevo bardo de la tierra, del representante neto de ese lenguaje, ese mundo y esa realidad que elitistamente la literatura colombiana había mantenido marginada”.
El nadaísta Jotamario Arbeláez, en su artículo “El solitario de la montaña”, publicado en El Tiempo en octubre de 1997, constató una vez más que la poesía de Helí, monstruo de la poesía paisa, estaba llegando poco a poco a distintos territorios, con la fuerza de una “poesía suburbana, de invasión, callejera, sin pavimentar, de hálito ronco y sin agüeros, frentera, cuchillera, irrespetuosa con la misma palabra que la construye. Con ternura de dispensario. Era una vía sin salida, más atrevida que nuestro ‘camino que no conduce a ninguna parte’. Me puse de parte de este atorrante verbilugio”.
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Criado en los márgenes de una Medellín letal, en su caleta, solo, con su familia, con sus amigos; tomaba cerveza al clima, gozaba del aroma de las flores de verde rubio y escribía para retocar su locura, sus cortinas corridas, en las alegrías, las tristezas y las rabias.
A Helí le bastó la escritura como el arte de repetirse a sí mismo y a los suyos, y con ella, más que promocionar cualidades, difuminó un sinnúmero de defectos, vicios y flaquezas; en los abismos interiores de ese recóndito silencio engendró una poética de lo inexpresado, una estética de lo no escrito y lo no expuesto. De pensamiento irreverente, rebelde, revolucionario, volado, sin control, más indomable que el punk, gambeteó clichés, evitó prédicas, concibió la educación como un camino digno para salir de la pobreza y se dirigió de lleno a los jóvenes cada vez que fue convocado a discurrir en público.
“Hace tres días estuve en una especie de conversatorio en Eafit —contó en noviembre de 2013, durante el II Festival de Cine de Castilla—. Nunca esperé que me invitaran a ese lugar. Y aproveché la oportunidad para hablar del talento que hay en los barrios populares. Y dije que el talento no era solamente Helí Ramírez, Fredy Serna, etcétera, etcétera. Sino que Castilla había producido y produce médicos, ingenieros, sociólogos, músicos, profesores de secundaria, universitarios. La educación es el camino por el cual los jóvenes de los barrios populares podríamos ir labrando un futuro, no solamente individual, sino colectivo”.
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Desde finales de los años noventa, esa nueva juventud de profesionales del barrio, que él tanto admiró, le tendió una serie de emboscadas para intentar atraparlo y expandir la realidad de sus palabras entre los callejones y los adobes de las empinadas barriadas en el reverso de la ciudad. La idea de los miembros de Común…@, medio informativo cultural de la zona noroccidental de Medellín, era entrevistarlo y lo lograron. El estudiante de filosofía Edgar Arias presentó a Helí como habitante del barrio, autor de lecturas infaltables y exponente de la cultura de los de abajo, “en las comunas de Medellín el arriba es abajo y no existe forma más simple de describir una anomalía que pone en tela de juicio las leyes de la lógica de la naturaleza”, escribió Arias.
Juan Salazar, maestro en artes plásticas, tomó con su cámara analógica un conjunto de imágenes de Helí en esa entrevista, entre ellas una en la aparece en primer plano empuñando una malla, y detrás, al fondo, un rostro desenfocado, una camisa a rayas blancas y negras, oculto sol. Aquel día habló con generosidad, intercambiaron historias del barrio como la apertura educativa de la mano de los colegios piratas, el surgimiento de la gaminería en el Centro, las películas mexicanas y de pistoleros y gansters, el valor de la poesía y las bibliotecas, los recitales de los nadaístas en la plazuela San Ignacio en los sesenta y los primeros poemas que Helí publicó desde 1974 en la revista Acuarimántima.
Hélmer Cañaveral, hoy magíster en educación, asoció a Helí en un horizonte vital compartido con otras personas de su entorno más directo. Esto escribió en el primer número de Común…@, “cualquier producción cultural, por muy individual que parezca, tiene un componente social. En esa medida, Alfázar, Helí Ramírez, Luis Eduardo Arango, Janeth Cartagena, Las Camanduleras, René Higuita, Miguel Restrepo, una buena gente que hace algunos años se ganó el premio “Escriba la historia de su barrio” y profesionales de varias áreas académicas, también son frutos de lo que cotidianamente se construye en estos espacios comunes”. ¿Y qué más común que un lenguaje que late en un territorio desnudo y que con medios muy escasos se arroga a sí mismo visibilidad, el poder de la enunciación, a través de una poesía que brota de lo cotidiano?
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Gracias a la organización de exposiciones de arte y a la programación de conciertos, los bares se insertaron como espacios de encuentro en la evolución del barrio. “Las casas de la cultura han sido realmente los bares. Los bares son las casas de la cultura donde está el bohemio, el poeta, el artista”, me dijo hace poco Felipe Laverde, músico, amigo de Helí, cuyo padre, Argiro Laverde, fue compañero de estudio del escritor.
Un ejemplo fue Ventana de verano: Helí Ramírez. Una exposición de algunos de sus poemas, acontecimiento que marcó la historia cultural del barrio Castilla, llevado a cabo en 2006 en La Jíkara Galería Café, bar que perteneció a Héctor Echeverría, narrador oral, fallecido ese mismo año. La exposición consistió en una selección de poemas, imágenes de portadas de los libros, pintura, dibujo, fotografía, y algo excepcional, un video documental del Chiqui Arredondo y Marta Hincapié, Medellín. Movimientos. 1960-1995, en el que Helí apuntaló su consabida posición: “Yo de por aquí, era imposible ponerme a escribir sobre alfombras mágicas, corceles, princesas; no, yo tenía que escribir sobre mis muros oscuros, mis callejones sin pavimentar, el odio, la alegría, la tristeza de la gente que me rodea, de mí mismo, de mi familia”.
El 23 de junio de 2006 múltiples celebridades de la ciudad letrada confluyeron allí para juntarse alrededor de la poesía de Helí, en un evento planeado por la cofradía de los “tres malditos”, Enrique Betancur, Juan Cano y Fredy Serna; y que el periodista John Amariles refirió en una de sus columnas en el periódico El Mundo. Para Juvenal Gutiérrez, artista de la zona, esa exposición “fue como una reunión de muchos personajes en el barrio alrededor de una gran obra, alrededor de un gran personaje; fue inolvidable para todos porque hubo una convocatoria increíble y eso cayó hasta el perro y el gato. Fue una integración maravillosa, se sentía la vida de la cultura, se sentía vivo el ambiente, una belleza”.
Pero el barrio no fue a ellos, sino que ellos llegaron hasta allá. Óscar Jaramillo, Víctor Gaviria, Beatriz Mesa Mejía, Luis Fernando González Escobar, Luis Fernando Macías, Juan José Hoyos, entre otros artistas, docentes universitarios e investigadores, se dirigieron hacia el corazón de Castilla, al caer la tarde, en la madurez de la noche, en tiempos de seguridad democrática. Esa noche, en la inauguración, doña Aura Vásquez, reina de acera, vestida como de costumbre con su delantal blanco, surtió de frituras a todos los asistentes, que tuvieron el placer de degustar esas empanadas crocantes, doradas golosinas de sal que todavía vende en la esquina de la iglesia San Judas, en la carrera 68 con calle 98, y que Helí no pasó por alto: “Él venía, y me preguntaba cómo se hacía, qué le echaba, cómo se me hizo pa prender el bombillito, pues, de yo poner esto acá, yo con mis hijos tan pequeños”.
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A los que vivimos en esta ciudad de amores y desencantos, Helí nos instó a advertir el paisaje que nos rodea y a adentrarnos en esas cartografías y devenires que trazó con originalidad en sus relatos, rebosantes de imaginación y realidad, entre sueños e insomnios. Sus textos son la manifestación de un imaginario urbano singular, alcanzado en un estilo de escritura ligado a una forma de vivir y ver el mundo, un lenguaje cambiado para que las “fuerzas del orden” no les cortaran la lengua; narraciones que como hecho literario amplifican la comprensión de una época vista desde los barrios de las laderas, tanto en lo agradable como en lo desagradable, con una luz de acá que se hizo de la oscuridad de aquí.
El hombre continúa vivo en la ciudad, habita en el amor de sus familiares, en la memoria de sus vecinos y de sus parceros de andanzas. Generaciones por venir se toparán con sus libros. Lo leerán en toda Antioquia, de la a la z, desde Abejorral hasta Zaragoza, de vuelta por Ebéjico. “Mi discurso no ha de llevar pasos de censura / a los jóvenes de ese siglo. / Mi discurso no ha de alabar la ley que se inventan / unos humanos para dominar a otros”. Su discurso seguirá visibilizando lo que era invisible, invisible no porque no se pudiera ver sino porque no existía el lenguaje para traducirlo; no porque no se viera sino porque no se quería mirar: el chisme, los revoliones, los bonches, las batidas, la pachanga, el erotismo, lo trágico; el rebusque, la inconformidad, el silencio; la Colina, Pedregal, Guayaco, Palacé; la gallada, Milín, el Zarco, el Tuzo, el Gago, el Vizco; el que arregla sombrillas dañadas y ollas a presión; el de los dedos hinchados de tanto camellar.
Porque el futuro es de nosotros, los de la parte alta abajo.