Número 99, agosto 2018
 

EDITORIAL
Medellín, examen sin diagnóstico
 

No es fácil ponerle el termómetro a las ciudades. Se resisten a dejarlo bajo la lengua, lo escupen, lo muerden. A cada habitante le toca sacar sus conclusiones por la cara del paciente, la temperatura en la calle que le tocó, los sudores necesarios para comprarle las pepas. De vez en cuando vale la pena leer un diagnóstico un poco más cierto, ver algo de la hoja clínica; así sea para fungir de tegua y aventurar dos o tres remedios con algo más que la simple angustia y los lamentos.

Hace dos semanas se publicó el Informe de Calidad de Vida de Medellín 2017 que hace la alianza Medellín cómo vamos desde hace más de diez años. Los números sobre pobreza, educación y seguridad entregan luces sobre la magnitud de nuestras sombras. Esperamos que la retahíla de cifras que se viene sirva para tomar nota, soltar preguntas, subrayar dolencias repetidas o, aunque sea, mejorar la salud de la discusión pública.

Empecemos por lo obvio, ¿cómo está el conteo en el valle cerrado? Hasta el año pasado en Medellín éramos 2 214 494 habitantes. El crecimiento de la población fue el más bajo en los últimos doce años. Las mujeres son amplia mayoría, un 6% más que los hombres. En el 90% de los casos de homicidio la víctima es un varón y eso ha dejado su hueco. Entre los hombres, los jóvenes entre 24 y 29 años arman el parche más grande (8,8%); el combo más amplio de las mujeres está entre 50 y 54 (8,1%). La era de mirar a las catanas. Belén y Doce de Octubre son las comunas más pobladas de la ciudad, 187 824 y 185 673 vecinos respectivamente. El Centro, la comuna La Candelaria, es la menos apetecida para armar rancho, solo 85 658 viven entre sus calles que son sobre todo hogar de paso. Cada vez llega más gente a vivir a los corregimientos, vienen de afuera o de adentro del Valle de Aburrá, entre 2005 y 2017 la población que buscó los filos, el paisaje y el frío creció más de un 100%, mientras en las comunas el crecimiento fue de 7,2%. Crecen los campechos de ciudad.

Para hablar de pobreza primero hay que dejar claras las líneas que traza el informe. Un hogar conformado por cuatro personas con ingresos inferiores a $1 103 536 es considerado pobre, y cuando los cuatro viven bajo el precario techo de $487 956 es considerado pobre extremo. Eso es lo que llaman pobreza monetaria, líos de bolsillo. En 2017 el porcentaje de pobres de bolsillo en Medellín se redujo frente al año anterior y se ubicó en 14,2% de la población. Los pobres extremos también mermaron hasta llegar al 3,6%. Para que nos hagamos una idea de las afugias individuales pensemos que en Medellín y su Área Metropolitana hay 356 200 personas pasando penas por el vil metal (pobreza), y 92 788 sufriendo los rigores del hambre duro (pobreza extrema). Además de la plata contante, el informe se encarga de medir dieciséis variables para entregar un indicador más completo sobre las condiciones de vida en la ciudad. En las planillas se anota sobre servicios públicos, ingresos, nivel de escolaridad, condiciones de la casa, transporte, percepción de seguridad, acceso a salud y más. En esa lista retrocedemos. Entre 2016 y 2017, catorce de las dieciséis comunas mostraron reducción en sus condiciones de vida. Las excepciones fueron San Javier y Guayabal, y las que más perdieron puntos como vividero, Castilla y Villa Hermosa. Durante la última década, el presupuesto de la ciudad ha tenido la inversión en la población vulnerable en el cuarto puesto entre dieciséis sectores. La plata para primera infancia se lleva un poco menos de la mitad. Pero desde hace tres años se gasta menos en los más pobres. El informe lo dice muy claro: “A partir de 2015 la inversión per cápita en población vulnerable se redujo año a año, alcanzando su nivel mínimo en 2017 con $132 001 por persona”. Cuando terminó 2015 se atendían 61 264 hogares vulnerables, al terminar el año pasado eran 53 659 los que recibían apoyo municipal.

Al contrario de lo que dice el viejo eslogan Medellín es la menos educada aunque es el sector en el que más invierte La Alpujarra, un billón de pesos en 2017. Los miembros de los hogares con menos ingresos tienen menos años de educación que los habitantes de los mismos hogares en Bogotá, Barranquilla, Cali y Bucaramanga. En resultados de pruebas Saber tenemos la medalla de bronce en la competencia que plantea el informe entre Bogotá, Bucaramanga y Medellín. Los números no nos ayudan, sobre todo porque el año pasado 77% de los estudiantes de quinto obtuvieron resultados de no satisfactorios en matemáticas, en noveno grado los “reprobados” en la materia llegaron a 73%. Para que salgamos a recreo. En Medellín el promedio de la población mayor de dieciocho años no ha terminado el bachillerato. Se necesita que sumáramos doce años de estudio y solo llegamos a diez. Con el crecimiento actual de años de clase para que todos logremos el cartón de bachillerato hará falta que pasen dos décadas.

Llevamos tres años por fuera de la lista de las cincuenta ciudades más violentas del mundo. Pero muy seguramente al terminar 2018 vamos a completar tres años de crecimiento de la tasa de homicidios. El año pasado la inversión en seguridad fue la más alta desde 2008, se mostraron las fotos de los doce cabecillas y los 1800 pillos capturados, pero la cosa no mejora. La mitad de las víctimas de homicidios son jóvenes entre 14 y 18 años y un poco menos del 20% se cometen en el Centro de la ciudad. En los últimos tres años la calentura ha crecido con fuerza en Robledo, San Javier, Belén, el Centro y los corregimientos de Altavista y Palmitas.

Como lo hemos repetido varias veces en este editorial, el gran reto de la ciudad tiene que ver con los jóvenes que no se hallan y que terminan encontrando un lugar al lado de los pilos curtidos. En la ciudad hay 157 117 jóvenes entre 14 y 28 años que ni estudian ni trabajan. Parchan, conspiran, juegan, trabajan por cuenta de otros, crían sus hijos, malviven, malpiensan, desesperan y siguen creciendo a pesar de la carreta del emprendimiento, las planillas del Sena, las becas de EPM y Ser pilo paga.

Dejamos esa pequeña radiografía sin atrevernos a insinuar soluciones y rogando al gobierno municipal más por sus logros reales que por sus apariciones y sus gestos amables con la inteligencia artificial. UC

editorial UC

 
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