Número 77, julio 2016

La antorcha olímpica prende siempre un emocionante patrioterismo de quince días. Se puede ver el espectáculo como si fuera una serie de NatGeo o un especial geopolítico de CNN. En vísperas de las emociones recomendamos una página de Javier Marías escrita hace veinte años, luego de las justas de Atlanta. Donde dice España pueden leer Colombia. Suena nuestro pistoletazo.

 

Más para qué
Javier Marías
 

Campo de tenis, Sergius Pauser.En el velódromo, Jean Metzinger.Velódromo, Paul Signac.Béisbol, Jacob Lawrence.
 

Ser aficionado al fútbol y a algún que otro deporte no me impide darme cuenta del carácter enfermizo y perverso que afecta y rige a ese mundo, que tal vez refleja mejor que ningún otro el descabezado espíritu competitivo que domina cada vez más a nuestras sociedades.

Hace dos semanas concluyeron los juegos olímpicos de Atlanta, y durante otras dos los periódicos, las televisiones y las radios de todo el globo prestaron una atención obsesiva a las pruebas que allí se celebraban. No sé cuál es ya la cantidad exacta de estas, pero en todo caso es excesiva. Se descubren deportes absurdos de los que solo han oído hablar quienes los practican, especialidades sin cuento dentro de cada uno de ellos, bien troceados: individual y por equipos, masculino y femenino, peso gallo y peso mosca y peso hipopótamo y peso tábano y minielefante, K-2 y K-4 y K-28 y K-825 o como quiera que se llamen los piragüistas, gimnasia rítmica y arrítmica y con aparatos y con cintas y con aros y con globos terráqueos y con maracas, esgrimistas y judokas y arqueros inimaginables, trampolines y palancas y baptisterios, toda clase de artilugios. La mayor parte de la gente o espectadores jamás se ha interesado ni ha contemplado una sola competencia de estas proezas. Antes de unos juegos olímpicos nadie conoce el nombre de un solo jugador de waterpolo o balón-volea, de un solo remero o saltador de rana, de un solo regatista de la clase Huck ni de la clase Finn, de la clase Sawyer ni de la de Tom, exceptuando a los cuatro devotos de cada una de estas actividades raras. De pronto, el país entero se apresta a mirar un partido de waterpolo porque nuestro equipo se ha plantado en la final y puede hacerse con el oro. No interesa el deporte ni tan siquiera el encuentro, solamente el resultado. ¿Y para qué el resultado? Pues lo han dejado bien claro todos los comentaristas que nunca parecían satisfechos cada vez que un español obtenía una medalla. “Es la décima”, decían, “vamos ahora por la undécima en alguna otra cosa”. Y si esta llegaba, la impaciencia por conseguir la decimosegunda les impedía disfrutar ni un minuto de la undécima antes ansiada. No hace falta añadir que a nadie le importaba nada el espectáculo de la destreza o la velocidad o la fuerza de un equipo o un atleta que no fueran nuestros. Ha desaparecido casi por completo la capacidad de admiración, incluso el mero goce ante una hazaña, también la de emocionarse por la incertidumbre o por la disputa de una primacía.

 

En el fondo todas las pruebas se veían como trámites a la espera de su resultado. Y a su vez los resultados se veían como meros sumandos para lo que se llama “medallero”, una estúpida lista de países ordenados por sus logros de oro, plata y bronce.

Con todo, lo más grave y preocupante no es solo eso sino el hecho de que ni siquiera ese medallero satisfará los anhelos de nadie. España consiguió no sé si diecisiete medallas, pero las de bronce no contentan porque pudieron ser de plata, y las de plata tampoco porque pudieron ser de oro. Y las de oro no colman porque pudieron ser más de las que fueron, siempre más, infinitamente más, que es lo que amargará a su vez al país que más obtuvo, los Estados Unidos. Fueron unas cuarenta, pero podrían haber sido cincuenta o sesenta o setenta, hasta un máximo aproximado de doscientas cincuenta, el número de competiciones dirimidas. En realidad, los Estados Unidos “solo” ganaron un dieciséis por ciento de las pruebas, lo cual es un pobre balance puesto que aspiraban al triunfo en todas.

En el mundo del deporte todo es poco y nada basta, nada dura y en realidad solo hay frustración y desengaño. El Atlético de Madrid llevaba medio siglo sin ganar la Liga. La ganó este año, con la Copa de propina, y ya le sirve de bien poco, es pasado nada más haber ocurrido. Acaba de coronar con éxito un esfuerzo de nueve meses y ya está preparándose para el siguiente, que es el que cuenta. En el deporte no se trata de vencer, sino de vencer siempre, una vez tras otra sin respiro y sin que nada sea suficiente ¿Que un equipo ha sido tres años seguidos campeón de Europa? No importa nada, deberá serlo también al cuarto y al quinto y al sexto, y así hasta el fin del infierno. La cosa no es nueva, está inventada con Sísifo desde los griegos, solo que ellos la concibieron como maldición y tormento. Lo peor del asunto es que esa perpetua insatisfacción deportiva o competitiva va invadiendo todos los demás ámbitos de la vida. ¿O acaso no es la máxima de casi todos “más y más y más”, en lo que quiera que hagamos?UC

Del libro Salvajes y sentimentales. Letras de fútbol.
Random House Mondadori, 2007.

 
Fútbol, Aleksandr DeynekaCorredor, Kazimir MalevichNadador, Anna Bocek.
 
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