En 1990 se gestaron dos íconos de la cultura juvenil en la ciudad de Medellín. No nacimos pa semilla y Rodrigo D. No futuro entregaron una realidad desatinada, un retrato crudo y apenas entrevisto por una ciudad que miraba con recelo hacia las laderas. Los jóvenes se convertían entonces en protagonistas de una manera violenta e inesperada. Eran las principales víctimas y los principales victimarios de una matazón indiscriminada que dejó huellas en los mapas demográficos de la ciudad. La guerra la dirigían desde arriba los mandamases con aire de benefactores o de recios prefectos de disciplina. La muerte de jóvenes entre los 15 y los 24 años a comienzos de la década de los noventa representó una especie de epidemia social. Medellín alcanzó tasas de 381 homicidios por cada 100 mil habitantes, y es seguro que en el caso de los pelaos esa cifra llegó a duplicarse. Desde finales de los setenta los homicidios de jóvenes comenzaron a crecer en Medellín hasta encontrar una fuerte alza a partir de 1984 y un pico máximo en 1994. Actualmente cerca del 50% de los homicidios de la ciudad tienen como víctima a un joven entre los 10 y los 28 años. El 94% de los asesinados son hombres, de ellos el 8.8% registraba algún antecedente por infracciones penales o policivas antes de ser asesinado. Pero nos hemos acostumbrado a ver la muerte de los pelaos como un asunto inevitable, inherente a la vida del barrio y la esquina, y muchas veces la muerte viene acompañada de una condena social sobre la víctima, una forma velada de justificación.
A la estridencia de Rodrigo D la ciudad ha respondido con programas como la Red de Escuelas de Música de Medellín donde más de 4.500 niños y jóvenes se prueban con las cuerdas, la percusión y los vientos. Las becas del Fondo EPM han elevado al 35% el nivel de cobertura en educación superior, y el programa de primer empleo del gobierno nacional promete enganchar a cuatro mil jóvenes sin empleo este año. Pero la cantera de los combos y las bandolas sigue siendo grande y persiste el protagonismo de los pelaos en las vueltas bravas y las vueltas breves. Un estudio presentado el año pasado por la corporación Casa de las Estrategias demuestra que la reducción de homicidios de jóvenes obedece a ritmos distintos. Se tomaron los homicidios cometidos en la ciudad entre octubre de 2013 y noviembre de 2014 y las cifras de los barrios con mayores problemas confirman en quiénes se concentran los riesgos. En San Javier la tasa de homicidios es de 57 por cada 100 mil habitantes, para los jóvenes llega a 122. Lo mismo sucede en San Cristóbal (52-108), Castilla (40-102), Altavista (42-75). También las capturas se concentraron en hombres entre 18 y 28 años, sobre todo por los delitos de porte, tráfico y fabricación de estupefacientes (que corresponden a la mitad de las capturas), hurto a personas y hurto de motos.
El número de jóvenes que ni estudian ni trabajan en la ciudad ha crecido ligeramente en los últimos años y las administraciones rebuscan programas para su rebaño más temido y más vulnerable. Los datos del reciente estudio Medellín cómo vamos nos dicen que los quince años siguen marcando el punto de las grandes decisiones.