El barrio de Guanteros fue ficha clave en la fundación en Medellín. De él subsisten historias de lo íntimamente popular, intelectual y festivo que vivió la ciudad durante el siglo XIX y principios del XX, y bien habría podido ser un reducto que insinuara lo que es hoy La Candelaria en Bogotá, por dar una idea, si el empujante desarrollo del Centro no hubiera llevado a sus habitantes y a su ronda hacia las laderas. Perdió el aire una calle que ahora llamarían “distrito cultural”.
Niquitao, por ejemplo, que hacía parte de Guanteros y que hoy está lleno de inquilinatos, casonas de valor arquitectónico y patrimonial, habitadas por familias en condiciones precarias, tuvo su época dorada. Su agonía empezó bien entrado el siglo XX, pero desde los años setenta la administración no ha encontrado una estrategia de recuperación acorde con su importancia. Guanteros, leyenda de arrabal Siempre se encargaron de “corregirlo”, sin éxito, para adaptarlo al gusto urbanístico que impone el plan electoral.
Guanteros abarcaba el sector que comprende lo que hoy es la Plazuela de San Ignacio y se internaba hacia el sur casi hasta la glorieta de San Diego. Estaba formado concretamente por la que hoy es la calle Maturín, por el Camellón de La Asomadera, hoy Niquitao, por la Barranca de Caleño, lo que era San Félix y hoy es la Oriental, y por la Barranca de San Antonio, más o menos lo que hoy es la calle San Juan. Sin descuidar que entre la calle del Zanjón, hoy Bomboná, y la plazuela de San Francisco, hoy San Ignacio, estuvo la famosa calle de Las Peruchas.
Autores como Jairo Osorio, Heriberto Zapata Cuéncar, Rafael Ortiz, Carlos Escobar, Uriel Ospina, por citar algunos, dan sus versiones. Casi coinciden en que se llamó así porque allí vivieron unas hermanas, hijas de un tal don Perucho, e insinúan que quizá fueron celestinas de amores furtivos y las mejores guisanderas de sancochos, tamales y embutidos del contorno. El callejón que inauguraron las dichas Peruchas, según Ospina, en su tiempo fue “una especie de ‘Préaux- Clercs’ en versión tropical para los que aprendían latines, retórica, religión cristiana, hermenéutica, algo de música y trivium y quadrivium”, aunque según Escobar no era más que un “zanjón hediondo y peligroso”.
uanteros fue un lugar complejo más allá de que los cronicones antiguos lo engalanaran como típicamente festivo y variopinto, y de que Tomás Carrasquilla lo nombrara como “lugar nefando y tenebroso de los bailes de garrote, de los aquelarres inmundos y de las costumbres hórridas”.
Fue el primer barrio de clase baja, el límite suroriental de la ciudad, sobre la vía que conducía al sur del Valle de Aburrá, adonde llegaron los indígenas, libertos, mestizos y mulatos que el Cabildo desplazó en el siglo XVIII de la Plaza Mayor, que era el Parque Berrío, y donde luego se asentó el resto de la masa popular, artesanos, obreros, pequeños comerciantes, estudiantes, viajeros, militares y uno que otro intelectual llegado de los pueblos aledaños. Un lugar de confluencia. De ahí que las fondas no demoraran en abrir sus sedes, lo mismo que las fritanguerías, cafetines, prostíbulos, tertuliaderos, alambiques, bailaderos y otros tantos.
Y tenía dos vecinos con otras reglas: curas y militares. En los albores del siglo XIX fray Rafael de la Serna puso la primera piedra de la capilla franciscana, en la que era la plazuela de San Francisco. Después de las guerras de independencia y de que el complejo franciscano —capilla, convento y colegio— pasara a ser cuartel militar en 1876 y 1885, el Estado les concedió el terreno a los jesuitas y se convirtió en la plazuela de San Ignacio. No queda claro, pues, al menos no en crónicas concretas, cómo hicieron para convivir la moral de los godos y la de los bohemios.
Algo se sabe de un Padre Gómez que junto a su sacristán y unos devotos, cuando el ejército desocupó la plaza llenó de agua bendita cada esquina de su templo, como quien dice lo exorcizó, pero más por los desmanes de un militar liberal, Timoteo Zapata, que por las obras de borrachos y pendencieros. Al parecer Guanteros era el anidadero underground donde pasaba de todo y nadie decía nada, porque lo que hay es material para desplegar la imaginación.