El pasado 24 de marzo murió Johan Cruyff (1947-2016), o simplemente JC o el Salvador, en alusión al otro JC cuya pasión se recuerda el Jueves Santo, el mismo día de la muerte de la leyenda del fútbol holandés. Desde octubre del año pasado se le diagnosticó un cáncer de pulmón y en febrero aún estaba optimista sobre su recuperación: “Siento que estoy jugando un partido de fútbol y que voy ganando 2-0 en el primer tiempo, aún no ha terminado, y estoy seguro de que finalmente voy a ganar”. Por una sola vez en su vida, no tenía razón.
La historia clínica de JC es larga. En 1991 había sufrido un infarto, siendo entrenador del Barcelona. Fumaba desde muy joven y en su época de futbolista profesional no tenía reparo en encender un cigarrillo en el camerino. Otras épocas aquellas, cuando fumar un cigarrillo no era visto como un atentado contra el prójimo y la sociedad.
JC pudo iniciar su segundo tiempo a partir de ese momento. Superó su problema cardiaco, dejó de fumar y hasta participó en varias campañas contra el tabaco. En una de estas, Cruyff, vestido con su típico abrigo largo de entrenador, hacía la 31 con un paquete de cigarrillos que finalmente chutaba bien lejos, con un rechazo elegante y calculado. La voz de Cruyff acompañaba el sencillo juego: “El fútbol me ha dado todo en la vida, el tabaco casi se lo lleva todo”. Según la leyenda, no hubo necesidad de repetir las grabaciones, pues el viejo crack pudo hacerlo en una sola toma.
Cruyff era, como todos los verdaderos grandes, un futbolista muy prematuro. Nació en una calle de Betondorp (literalmente: pueblo de concreto), un barrio gris y monótono al oriente de Ámsterdam, donde empezó a jugar cuando apenas tenía seis años. A los diecisiete formó por primera vez con el Ajax de Ámsterdam, en el lejano 1964, e hizo su primer gol profesional en ese mismo partido inaugural. Pese a su juventud resultó un jugador determinante. El muchacho no tenía reparos en corregir y criticar a los otros jugadores de su equipo, casi todos profesionales curtidos, rodando los treinta años, como Henk Groot, por entonces la estrella del club holandés.
Aquel muchacho flaco y liviano se convertiría en el cerebro indispensable del llamado fútbol total que inventó Rinus Michels, entrenador del joven Cruyff. Dentro de la cancha, con el Ajax primero y después con la selección holandesa, iban a conquistar el mundo unos años más adelante.
En 1970 Cruyff empezó a jugar exclusivamente con la camiseta número 14. El origen del número sagrado es bien simpático. El jugador Gerrie Mühren, compañero en el Ajax, no pudo encontrar su camiseta antes del partido. Cruyff lo quiso ayudar y le dio su propio número que entonces era, por supuesto, el 9. Después buscó otra camiseta en la canasta y entre las que quedaban escogió el número 14. El partido que iban a enfrentar era decisivo, contra el PSV, fuerte rival en Holanda, Cruyff jugó como un rey y los de Ajax humillaron ese día al adversario. Como era un hombre terco y supersticioso, JC nunca más quiso jugar con otro número. Cuando cumplió sesenta años, en 2007, el Ajax decidió descontinuar la camiseta con el número mágico, ningún jugador del club se pondrá jamás la camiseta 14.
En todos los equipos donde jugó fue líder indiscutible. No solo por su fútbol sino por su comprensión del juego y por su largo parlamento como técnico en la cancha. Tanto que sus compañeros le daban rápidamente la razón, no siempre porque le creían, sino para que se callara y parara de dar cátedra.
Durante el Mundial de 1974 lideró la selección de la Naranja Mecánica hasta el segundo lugar, que es quizá el subcampeón más memorable de la historia de las copas del mundo. El juego de la selección, con JC como líder, dejó una impresión imborrable en todo el mundo. Siendo el favorito de todos — con excepción de los alemanes anfitriones y adversarios— Holanda perdió la final 2-1 a pesar de dominar todo el partido y generar numerosas opciones de gol. La injusticia del fútbol, dirían muchos, que hace que ese deporte a veces sea tan difícil de disfrutar.
Johan Cruyff no estuvo en el Mundial de 1978 cuando Holanda también llegó a la final. Jugó su último partido con la camisa naranja a los 29 años en el estadio de Wembley, siendo capitán y celebrando una victoria 0-2, la primera en la historia para su selección ante los ingleses. La razón por la cual desistió de viajar con la selección a Argentina todavía es un misterio y objeto de múltiples debates. Entre las múltiples teorías que se han tejido, figuran la que sostiene que el jugador no estaba en buena forma física, que no le gustó el país de los gauchos por razones políticas, que pasaba un mal momento luego de un violento atraco en su casa en Barcelona justo antes del Mundial y, finalmente, que su mujer Danny no lo dejó ir.
Después de ganar tres Copas de Europa con el Ajax (1971, 1972 y 1973), Cruyff se fue a jugar al Barcelona de España donde fue recibido como un héroe y bautizado como el Salvador. El club catalán pasaba uno de los momentos más difíciles de su historia y solamente un hombre de las cualidades de JC podía enderezar el camino. Con la presencia de Cruyff se logró la hazaña, pues después de catorce años de sequía Barcelona salió campeón de España en 1974. Y más importante aún, pudo romper la hegemonía del Real Madrid, el club del dictador Franco, odiado en Cataluña.
En 1978 decidió terminar su carrera con apenas 31 años. Todavía le gustaba el fútbol pero estaba cansado de las cosas que rodean el juego, sobre todo la presión mediática a su familia y su vida privada. A partir de ese año Cruyff se dedicó a los negocios pero todo salió mal. Fue víctima de un estafador ruso que le quitó toda su plata y se vio obligado a sacar los guayos de nuevo para poder saldar las deudas.
En 1981 Cruyff regresó al Ajax, después de un éxodo con visos de martirio por varios clubes que lo llevó hasta los “experimentos” del soccer en Estados Unidos. Se despidió del fútbol profesional en 1984 siendo jugador del máximo rival del Ajax, el Feyenoord de Róterdam. La razón era que no había logrado ponerse de acuerdo sobre la renovación de su contrato con los directivos de Ajax, algo que sí hizo con Feyenoord y su chequera. Así pudo completar una perfecta venganza contra su viejo club.
Era lógico, dados los antecedentes de JC, que después de su carrera en la cancha vendrían los tiempos del banquillo. Empezó con Ajax y después llegó al Barcelona, a principio de los años noventa. Y el resto es historia, como se dice. Un solo técnico ha ganado más títulos para Barcelona y es su antiguo alumno Josep ‘Pep’ Guardiola. Cruyff regaló al club su primera Copa de Europa en 1992, pero más importante aún, puso las bases para los triunfos posteriores, marcó un estilo y sin su influencia es poco probable que el Barcelona fuera lo que es ahora, quizá el mejor equipo del mundo. Una manera de jugar derivada del fútbol total o de la escuela holandesa, como dicen en Barcelona.
“Yo no supe nada de fútbol antes de conocer a Cruyff”, dice Guardiola, quien como jugador fue uno de los pilares claves del Barcelona de los años noventa, dirigido desde el gabán de Cruyff. JC sembró sus enseñanzas e introdujo su filosofía en tierras catalanas. Jugaba en su favorito sistema de 3-4-3 —con la figura del rombo en el medio campo— y renovaba la alineación del Barcelona casi por completo cada partido. A partir de entonces, ni la altura ni el físico del jugador serían determinantes para ser llamados al primer equipo, sino el talento y la habilidad técnica.
Los logros de Cruyff han dado para muchos elogios y veneraciones, pero JC también ha sido criticado, sobre todo en su país natal, por su personalidad conflictiva y testaruda. Era un negociador muy duro y por eso nunca llegó a ser técnico de la selección de Holanda, lo que los aficionados holandeses consideraban algo indispensable para conquistar la tan anhelada Copa Mundo. Nunca logró ponerse de acuerdo con la federación de fútbol de Holanda, la KNVB, para asumir ese papel, ni en 1990 ni en 1994, siendo dinero y contratos publicitarios los temas de la discordia.
Durante toda su carrera, JC se opuso al fútbol resultadista, un sistema de juego que odiaba y que consideraba un pecado mortal. Pues para él el fútbol era un deporte de espectáculo, en el que no era suficiente que su equipo ganara un partido “parqueando el bus atrás” y tirando una apuesta al contragolpe. En su filosofía el público debía disfrutar siempre y puesto que lo más bonito para ver es un equipo atacando, entonces todos sus equipos tenían la obligación de atacar. “Resultado sin calidad es aburridor, entonces no tiene sentido”, decía.