Para el efecto, el poeta ha hecho la mejor definición: “Es el borde de una copa quebrada. / Y en el fondo de la copa está la ciudad, ensimismada, dura”. Por encima de la línea irregular de las montañas corren los vientos alisios mientras la ciudad, encendida, se cuece en sus peores gases. Siempre ha sido así en este valle estrecho. Pero hace poco unas máquinas (carros, motos, camiones) alertaron a otras máquinas (medidores de partículas suspendidas). En todo el Valle de Aburrá hay 23 estaciones para monitorear la calidad del aire. En los años setenta se hicieron los primeros registros en la ciudad y desde 1993 se tienen datos confiables. Nunca antes se habían registrado niveles de contaminación como los que aparecieron en marzo pasado. Durante 26 días del mes dos estaciones (Museo de Antioquia y Estación del Metro La Estrella) presentaron un Índice de Calidad del Aire dañino para la salud. Los ojos, la garganta, los pulmones de los habitantes de Medellín pudieron comprobarlo. Ocho de esas estaciones tienen medidores de partículas menores a 2.5 micrómetros (PM2.5). Las más peligrosas, las que flotan imperceptibles y no caen nunca, las que no respetan nuestros filtros naturales y llegan incluso al torrente sanguíneo. En todas se presentaron niveles de alarma según parámetros de la Organización Mundial de la Salud. Y llegamos a cifras que doblaban el promedio de contaminación por partículas PM 2.5 en nuestra eterna primavera.
Los científicos encargados de medir la calidad del aire parpadearon frente a los datos de marzo. Incluso para ellos fueron una sorpresa desagradable. Muchos factores confluyeron para que llegáramos a esos valores críticos. Marzo y noviembre, meses de transición en nuestras temporadas de lluvias y tiempo seco, son normalmente los peores en las tablas anuales de contaminación en el Valle de Aburrá. Los vientos fueron especialmente débiles y El Niño atizó con el sofoco y los humos de los incendios forestales. Desde el Sahara entraron algunas arenas por el Amazonas y la Costa Caribe para poner la nota exótica. Estuvieron solo en la primera semana de marzo, lo que demuestra que los humos fueron sobre todo propios. La quietud ambiente logró que se hiciera un tapón sobre el valle, no había lo que los estudiosos llaman “dispersión horizontal”, como quien dice, no se movía una hoja. De otro lado, algo de niebla natural y el humo ambiente no dejaban entrar el sol al valle para hacer que el aire ascendiera y se presentara lo que los profesores llaman “dispersión vertical”, algo similar a la respiración natural del valle día a día. No teníamos ni viento ni sol ni aire nuevo, ni vista sobre las montañas, solo un velo malsano y terco.
Los altos valores fueron repentinos, pero la polución es repetida. El 80% del mugre sale de los recorridos diarios de las 636 mil motos, los 630 mil carros particulares, los 30 mil taxis, los 6 mil buses y los regalos de los otros tantos camiones y volquetas. No se puede decir que la ciudad no tiene institucionalidad y estudios alrededor del tema. Hay una red de monitoreo de calidad del aire conformada por universidades y entidades públicas. Se estrenó este año, en plena emergencia ambiental, el Protocolo de Episodios Críticos de Contaminación. De modo que hay una comunicación y unos procedimientos entre quienes obtienen y estudian los datos y quienes tienen la responsabilidad de tomar las decisiones. No se trata de salir a gritar con una mascarilla. Tal vez sea más útil darle visibilidad permanente a quienes conocen el tema, exigir la publicación de datos día a día, aprender un poco acerca del aire turbio que respiramos y entender que la autoridad ambiental no puede limpiar el horizonte.
A la hora de las medidas vale la pena mirar lo que ha hecho Ciudad de México que tiene una topografía similar a la nuestra. Hoy en día tiene mejor Índice de Calidad del Aire que Medellín y hacía trece años no sufría una alarma ambiental como la que vive precisamente en este mes. A pesar de haber hecho algunas cosas bien, saben desde hace tiempo que la calidad del aire es un problema cotidiano. Y que no se trata de cambiar un filtro sino unos comportamientos. En el D.F. aplican un sistema que todos los días saca de circulación 540 mil vehículos, cerca de un 20% del parque automotor. Las revisiones de emisión son obligatorias cada tres meses y poco a poco han crecido en cargas tributarias destinadas a mejorar el transporte público. Sin duda es hora de que los vehículos particulares pierdan derechos y privilegios. Ha pasado el peor momento, pero seguiremos respirando y las motos seguirán en oferta y los carros en la lista de sueños de muchos empleados. Es hora de poner incentivos a vehículos que no dejan una estela de humo y cargas serias a los que necesitan el impulso de la gasolina.