Número 63, marzo 2015

Refutación y promesas del mango
Carlos Sánchez Ocampo. Fotografía: Juan Fernando Ospina

 

“Lo más triste que tienen los pueblos son los usos y costumbres”. Grafiti leído en La Paz, Bolivia, año 2012. La Paz es la capital suramericana donde las culturas ancestrales tienen más presencia y vitalidad. Si solo vas a estar cinco minutos allí, sería muy extraño que no encontraras una cholita, muy digna y ataviada a la usanza de sus ancestros: ancha pollera, sombrerito bombín apenas puesto sobre la cabeza* y aguayo a la espalda. Puede ser que busque un feto de llama para hacer pagamento a sus cultivos o voladores para espantar las nubes y el granizo.

Ahora es enero de 2015, es verano en Paraguay y de camino por las calles de Asunción veo algo que termina en aquella frase de usos y costumbres: miles y miles de mangos amarillos, rosa, rojo suculento están ofrecidos en los miles de árboles de este fruto que hay en la ciudad. Nadie trepa un árbol para agarrar uno, ellos mismos están soltándose, tirándose, bajando de las ramas para que la gente los coma de buena gana. Mangos que redimen en su dulzor inimitable toda esa confusión de aire que depara la ciudad. Miles de mangos con todas sus potencias disponibles cayendo sobre techos y patios de casas y escuelas, sobre aceras y paraderos de autobuses, sobre carros y calles. En cada mango, regalada, una suma de ingredientes y beneficios que la naturaleza consideró indispensables y que los hombres, por más sabiduría o mal genio que alcancen, jamás podrán objetar.

Caminar por Asunción en el momento de esta celebración manguífera, que sucede entre diciembre y enero, y ver en las calles el resultado de ese ofrecimiento, me devolvió a aquel grafiti pero libre de la polémica inmediata a que parece estar destinado y, en cambio, nítido y razonable, pues resulta que en Asunción no se acostumbra, no es bueno ni recomendable, comer mango, así que la carga de mangos se pudre delante de todos. Es cierto, aunque “raro”, que algún asunceno se coma un mango. Pero esta crónica trata lo raro de que no se los coman. Es cierto que en Areguá, a treinta kilómetros de Asunción y atiborrada de mangos, ya empezaron una revolución gastronómica y que esa revolución “está madurando”: en Pozo Colorado y Villa Hayes ya quieren repetirla; pero en Asunción la tradición aun no enseña que el mango no es veneno.

El mango, que es inocente y muy convencido de sí, solo produce esa victoria sabrosa y amigable de la naturaleza. Todo el año trabaja en eso y la regala en diciembre. En Asunción, como en todo el país, destinan el primero de agosto para celebrar los yuyos: hierbas aromáticas y medicinales, que comúnmente llaman remedios. De lejos, los paraguayos merecen el primer premio como consumidores de estas planticas. Paraguay todavía es lo que lo que vio Germán Arciniegas en 1948: “una gran nación campesina, agrícola”. Para verificarlo basta ver sus puestos en el tablero mundial del ramo: primer exportador mundial de azúcar orgánica, segundo exportador de mandioca (yuca) y stevia, tercer exportador de yerba mate, cuarto de soja, carbón vegetal y almidón de mandioca. En 2013 el mayor periódico de aquí, ABC Color, publicó: “Paraguay, el país peor alimentado de Suramérica”. En la Guerra Grande mitigaron el hambre comiendo naranjas agrias y es seguro que entonces gustaron del mango; y así, muchas son las razones y vecindades que los acercarían al también llamado rey de las frutas; sin embargo, no acostumbran comerlo ni darle industria y por tanto, este verano toneladas de mangos amarillos, rosa, rojo suculento ruedan por las aceras hasta las alcantarillas, son aplastados por los carros, pateados por la gente, disparados como piedras. Montones de mangos al pie de los árboles, arrumados en bolsas al lado de un poste de alumbrado, debajo de una banca de plaza, perdidos sus beneficios y potencias tan inútil como inexplicablemente. Miles de mangos mezclados con la basura y convertidos en basura. “Hasta un 40 por ciento de lo recolectado como residuo domiciliario son mangos”, Última Hora, enero de 2008.

El desconocimiento de sus beneficios pasa de los abuelos a los padres a los hijos a los nietos hasta convertirse en miles y miles de hermosos y sabrosos mangos basura y más que eso, mangos problema. Ver eso alarmó mi curiosidad, me ocasionó un sentimiento que no sé nombrar, digamos un desnivel de mirada en el paisaje. En internet se encuentra que un paraguayo llamó “delito” a ese desperdicio de recursos y ante la calidad masiva del hecho, propuso "La Ley del Mango”. Impondría el consumo y el procesamiento de la fruta a los propietarios de cada árbol. Por suerte en Areguá están mostrando métodos más convincentes y profundos que una ley.

 

Fotografía: Juan Fernando Ospina

En Colombia son muy pocos los que no han disfrutado un mango verde debidamente cortado y adobado con sal y a veces sofisticado con pimienta, limón y hasta con goticas de vinagre o aceite de oliva. Recuerdo al vendedor de mangos en las puertas de escuelas, colegios y universidades, en paraderos de autobuses, teatros, estadios, circos, iglesias. Lo recuerdo tanto como un asunceno puede recordar al yuyero. Y sucede que así como este hace su dinero vendiendo ramitas, el manguero hace el suyo y avanza a favor de sus responsabilidades y alguno lo hará a favor de sus sueños. En Medellín, todo el año, la venta de mangos es un importante factor de la economía informal y ya tiene su puesto en la historia económica de la ciudad. No es raro que de allí vinieran hasta Areguá, invitados por la municipalidad, unos “especialistas” paisas para que maduraran el sabor verde del mango ante la población. Lo hicieron y de paso les dejaron un tabú, pues cada tradición tiene derecho al suyo y en Areguá obran con la fe puesta en que están sembrando una: comer mango. El tabú: el poder afrodisiaco del mango verde, nadie sabe si arraigará el truco de tan gastado que está.

En muchas partes con la palabra mango se puede decir dinero. No es posible explicar tan mala relación con la excelsa fruta que prefirió Buda y que tanto se aprecia en el resto del mundo. ¿Será por tanta naranja que hay aquí? Un asunceno que lee periódicos recuerda que al menos dos intentos de industrializarlo, siempre con destino a la exportación, han fracasado.

En Areguá saben que hacer comer mango a los paraguayos es un cara a cara con la tradición. Nombran al menos tres viejos impedimentos: produce diarrea, vómitos, hinchazón. Además, no se puede comer verde porque raja o quema la lengua. Si está maduro no puede mezclarse con agua, leche o sal y ni siquiera se concibe arrimarlo a las comidas de mesa. En tales condiciones el conocimiento del mango se ha limitado a negarlo, que es igual a negárselo. Pero hace dos años decidieron aquilatar esa basura de cada verano y así surgió, tan cerca de Asunción, el Festival del Mango que tiene por empeño industrializarlo, vale decir, volverlo mangos y de paso ampliar el horizonte gastronómico de los paraguayos, tallar un rasgo en su cultura, remover un cuerpo extraño de sus costumbres y tradiciones, quitarle sentido al grafiti paceño. UC

 

* Este sombrero, que hace cien años completa el atuendo de una cholita, es resultado de un accidente comercial. Para desembarazarse de un lote de ellos, un comerciante los vendió a las cholas con algún cuento de calle. Ellas lo hicieron un rasgo y un orgullo de su cultura.

 
blog comments powered by Disqus
Ingresar