En su luminoso ensayo titulado Self Reliance (Confianza en sí mismo), Ralph Waldo Emerson tiene una frase sencilla y maravillosa que me resuena con fuerza en la conciencia desde que la leí, sobre todo cuando me cruzo con uno de los grandes y frecuentes dilemas de la moral. Dice el sabio: “Es más lindo decir la verdad que fingir el amor”.
Espoleado por la inspiración de Emerson pero también inspirado por una marihuana hidropónica fantástica, hoy me siento capaz de exclamar con convicción y a todo pulmón una frase que hasta ahora me había producido escalofríos: “Mamá, ¡soy marihuanero, pero no soy criminal!”. ¿Y por qué confesártelo ahora después de quince años? Porque es más lindo decir la verdad que fingir el amor. Y porque no es justo que una persona honrada viva en el clóset.
Desde ya mi conciencia me anuncia que este arrebato me costará caro y que la culpa reptará por mis huesos durante muchas semanas, pero es necesario aclarar nuestras cuentas. Y así como te amo mamá adorada, también amo la benévola planta del cannabis. Un amor como el que siente un poeta por un río, una montaña, un turpial.
Quiero reiterar además que escribo estas líneas bien trabado, como decimos en Colombia, con una deliciosa marihuana hidropónica. Esto lo digo para que juzgue quien lea si los efectos estupefacientes de la susodicha yerba han entorpecido mis facultades lógicas o me han nublado el entendimiento. Pues nunca me he sentido tan lúcido como cuando digo: la verdadera ignominia no está en fumar la bendita e inofensiva planta sino en condenarla. Pero eso sí, el pecado mortal está en prohibirla.
Madre, no sé si sabes que a Giordano Bruno lo quemaron por afirmar que el espacio era millones de veces más grande de lo que pensaban los escolásticos, y que cada estrella en el firmamento era un sol como el nuestro alrededor del cual giraban planetas como el nuestro. El único parecido entre Bruno y yo, claro está, es que ninguno de los dos tiene los elementos para probar científicamente su hipótesis, solo la intuición. Esto para decirte que no son argumentos científicos los que vengo a esgrimir sino filosóficos; y para exhortar a otros que tengan la misma intuición que yo a salir del clóset.
Mira, es que si hoy en día no podemos menos que aplaudir a los valientes homosexuales que luchan contra la discriminación y que so pena de múltiples ultrajes expresan su verdadera sexualidad con orgullo, también estamos obligados a reconocer que existe una prisión tan sofocante e infame como aquella: la del marihuanero obligado a sentir vergüenza y a pedir perdón por un hábito tan saludable, inofensivo y deleitoso como la masturbación mutua o la sodomía consentida. Dios mío pero ¿cuándo entenderán las personas que fumarse un porro no es más peligroso que tomarse un tinto? Porque amigos, madre, lector; si es verdad que es más bello decir la verdad que fingir el amor, es necesario admitir públicamente lo que todos sabemos en el corazón: la marihuana es una planta noble, benéfica y amiga de la humanidad.
Basta de hipocresías. Basta de confundir las causas con las consecuencias.