El primer fogonazo de los recuerdos de mi infancia viene desde un domingo de sol implacable de mediodía. Yo tendré unos cinco años y voy con mi papá y mi hermano mayor en una busetita Volkswagen. “Vamos a visitar a la tía Raquel”, nos ha dicho. “Raquel”, un nombre murmurado muchas veces en la sala del comedor, al cual nunca había podido yo darle forma física. El auto de juguete nos deja en el tristemente célebre Hospital Mental de Antioquia, en Bello, donde “Ella” se encuentra recluida. Atravesamos varias puertas de seguridad, la vemos. Se halla en una celda como las de los comisarios del Oeste en películas que he visto, sin entender mucho, en los matinales del teatro San Javier. Vestida con una inmensa bata rosada, Raquel tan blanca, blanca pelicastaña, los labios pintados de un color rojo intenso, nos abraza fuertemente a los hermanos aterrorizados, y luego mi papá nos despacha hacia un patio para conversar a solas con su hermana.
“Sepan que la tía Raquel se cayó de un caballo cuando estaba chiquita y se quedó así, muy enferma. Hay que darle pastillas y ponerle inyecciones todos los días. Cuando se pone muy brava hay que llevarla al hospital”, decía mi papá al regreso. No comprendo mucho: “¿si está tan enferma por qué no está acostada?”, divago. Desde entonces les cogí un miedo inmenso a los caballos que pastaban con libertad silvestre en los prados y colinas del barrio de la infancia. Nunca aprendí a cabalgar, ser un “jockey” sigue siendo para mí un misterio. Pensaba que si me caía de una “bestia” de esas iría a parar muy enfermo al Hospital. Más tarde supe que, antes de su media vida prisionera en el Mental de Bello, Raquel había pagado cárcel por pecados inexistentes en el tenebroso Manicomio de Aranjuez, el mismo donde durante cincuenta años purgó sus crímenes mentales el poeta del Canto de los Antioqueños, el dulce Epifanio. (Debo aclarar que yo sí me caí de un tercer piso a los seis años y quedé para siempre con la cabeza muy grande e informe, para burla de los matones de la escuela, y por eso soy así, tan raro como muchos intuyen, tan bobo que parezco inteligente y viceversa, más lo uno que lo otro).
Pocos años después, cuando se hizo difícil mantener a Raquel en el Mental, los hermanos y hermanas casados, apoyados por sus cónyuges, se turnaron para tenerla en sus casas por temporadas, hasta su liberación del cuerpo a principios de los noventa. Yo solo puedo evocarla aquí mediante una lectura oblicua de mi rayada memoria, más llena de grietas cósmicas que de contenidos terrenales: Raquel ofreciéndoles “arroz sanforizado” y chocolate muy espeso a las visitas perchudas, Raquel, María Raquel, acariciando las cabezas de mis compañeritos cuando iban a que yo les hiciera las tareas, Raquel fumando días y noches y yendo a comprar sus “Dandys”, más baratos que el Pielroja en la tienda mixta de la esquina cuando los barrios eran barrios de verdad con cantina y legumbrería anexa en cada cuadra. Lo más tatuado en mi única retina: Raquel bailando desnuda en el solar de mi casa a medianoche; había hecho una gran fogata con palos de la carpintería y “colombianos” viejos, en su radio transistor se oía a todo taco “quisiera ser el diablo, salir de los infiernos, con cachos y con cola el mundo a recorrer, si no te arrepientes vieja te cojo de las tetas, te agarro de las mechas y te arranco la cabeza…”.
Esa noche hubo que llamar de urgencia a la famosa Botica de los Isaza para que mandaran una inyección que le puso la generosa vecina de la finca de enfrente, Teresamaya. Raquel de nuevo bailando a nuestro alrededor en la terraza mientras elevábamos los globos de diciembre, y, finale, Raquel contándome un sueño que logré escribir apretujado y del cual solo recuerdo jirones de dril naval de Fabricato: “Hace ya como un día puse en cocimiento esta vegetación de amarillas flores para las niñas destos mis ojos que me estaba danzando así sin tino, despierta todavía en noche clara rezando los ‘Circunstanciales Salmos’ al Señor de Praga y sus diablillos, ‘que venga, que no venga’ cuando se me llegó al costado el Grande Arcángel Belial, empezó a mirarme como un perro cuando sufre bubas y se puso a chuparme este lado del alma…”.
El sueño era muy extenso, tres páginas a máquina, y el sueño mismo una maquinaria de imaginación exacerbada y violenta, un arte del delirio que se puede enseñar pero que nadie puede aprender hoy, embrutecido este pueblo mío con sus supercelulares y sus gafas google. ¿Qué clase de miles de sueños pudo haber tenido o fabricado Raquel en su cabecita durante los 56 años de su mal llamada esquizofrenia? Pienso que su caída del caballo en la finca de La Estrella donde el abuelo Papá Luis trabajaba de cuidandero y hacía levantar a sus hijos a las gélidas tres de la mañana a arrear las vacas, esa caída simbólica fue más bien su ascensión en cuerpo y alma a ese territorio que la ciencia califica brutalmente como “locura”, y del que solo los videntes pueden dar cuenta en sus tormentas lunares y sus explosiones de sabiduría adelantada a sus épocas: ¿Una cuestión de sistemas nerviosos y cerebrales divididos, esquizos, algo puramente orgánico según la ciencia, o un asunto de alteza espiritual en crudo cuya comprensión se nos escapa? Esto último proclamo yo.
Raquel huyó con su caída de los sobrecogedores trabajos del cuerpo para adentrarse en los deslumbrantes talleres donde el espíritu se talla como joya y brilla como cortante naranja de vidrio en los desiertos del ser. Recordemos a Van Gogh y al Santo Señor Artaud, al nadaísta Darío Lemos. ¡Oh cántame Raquel otra de tus tablas-sueños mientras en mis insomnios clamo por caerme, como te caíste vos de para arriba por sobre los caballos negros de la esquizofrenia remachada a punta de electroshocks y duchas de hirviente hielo! Cántame una tabla más modulada entre tus labios de comercial de pintalabios “Paramí”, de tu cara de luna enmascarada detrás de tu colorete de adobe y polvos “Loretta Young”. ¡Ah! No puedo irme sin recordar a Liza Minnelli, la de “cabaret, la vida es un cabaret”, cuando decía: “Todos los alcohólicos y todos los locos iremos al cielo porque en la vida ya hemos tenido suficientes pruebas del infierno”. Hermanos: que la imaginación no sea la loca sino la cuerda de vuestra casa. Ya abrí inscripciones para mi nuevo Seminario de Iluminación Frenética en el teléfono de rueditas 548070. ¡Llamen ya!.
El Loco de la casa
El tío Ernesto Emperatriz Raquel cántame una tabla El hombre blindado