EDITORIAL
Renegar del patrono
Que el padre del periodismo colombiano sea un bibliotecario puede ser bueno o puede ser malo. Que haya llegado jalado desde Cuba por José de Ezpeleta, quien fue primero gobernador de la Isla y luego Virrey de la Nueva Granada, suscita dudas y entraña ventajas. Que fuera ebanista y calígrafo habla de sus tiempos libres.
Manuel del Socorro Rodríguez, según quienes lo conocieron, era sobre todo un funcionario obediente y tenaz. En sus manos los periódicos cumplían su principal mandamiento: se imprimían. Y cuando cerraba uno abría otro. El hombre cambiaba el cabezote en la llamada caja de letras y estaba listo el 001. Cagatintas, dirían los peores.
Rodríguez también era un político bastante liso. Un genio de la trasformación, una oruga dispuesta a todos los cálculos. No muchos pueden contar que fueron jefe de prensa de la realeza y panfletista de los revolucionarios ilustrados. Luego de El Papel periódico ilustrado, hazaña de las primeras tintas con sello real, vinieron dos o tres papeles españoles hasta el 20 de julio. Entonces, en plena insurrección apareció del Socorro para auxiliar a los chapetones. Sabía más de tintas que de cualquier otra cosa. Figuró como redactor de La Constitución Feliz, el pasquín de la Junta Suprema que dio cuenta de las novedades más allá del florero. Dicen que su gran virtud era la paciencia. Dijo José María Vergara y Vergara que "no tenía genio, ni inspiración sino laboriosidad".
Como homenaje a nuestro oficio y nuestra plaza le dejamos esta copla dedicada a sus pecados:
Ven aquí, tú, estrafalario
Perrazo con piel de zorro,
Sal aquí, Manuel Socorro,
Pasa aquí, bibliotecario.
Si, aprendiz de boticario:
No mereces ser trompeta
¿Quién te ha metido a poeta?:
¿no reflexionas, mohíno,
que no ha habido escritor fino
que tenga un palmo de jeta?
Francisco Caro.