Según un experimento que podría derrumbar todo el edificio teórico construido por la física en los últimos cien años, los neutrinos viajan más rápido que la luz.
Desde su concepción teórica en 1930 hasta hoy, cuando estamos en capacidad de detectarlos y resultan de uso común en los laboratorios especializados, los neutrinos son considerados una curiosidad cósmica: nacen en los hornos termonucleares de las galaxias (o en la tierra, en colosales y costosos aceleradores de partículas), prácticamente no tienen masa y no interactúan con la materia, la atraviesan; para los neutrinos, una placa de plomo de varios kilómetros de espesor es como mantequilla. Es decir, son insensibles a las fuerzas electromagnéticas o nuclear fuerte y sin embargo, responden a la gravitatoria y a la nuclear débil. Como si se fueran a ratos con Newton y a ratos con Einstein.
Y fueron justamente unos neutrinos los que recorrieron 730 kilómetros bajo tierra (desde el Laboratorio Europeo de Física de Partículas (CERN), en Ginebra, Suiza, hasta el detector del experimento Opera, ubicado bajo el macizo de Gran Sasso, en Italia) y para sorpresa del equipo científico responsable del experimento, llegaron más rápido que la luz. O bueno, ni tanto: unos 60 nanosegundos antes de lo esperado (un nanosegundo es un millón de veces más corto que una milésima de segundo). Esta diferencia significa que los neutrinos viajaron un 0,0025% más rápido que la luz. En una distancia de 730.000 metros (la velocidad de la luz es de 299.792.458 metros por segundo), es como decir que los neutrinos llegaron una fracción de segundo antes de ser lanzados.
Existe un precepto científico que reza: Por favor, piense siempre en la posibilidad de estar equivocado. Y de ese precepto se pegaron los responsables del experimento e invitaron a la comunidad científica internacional a replicarlo, a ver ellos en qué pudieron fallar, pese a que han venido repitiendo el proceso desde hace más de tres años con idénticos resultados. Necesitan críticos o aliados, porque contradecir la teoría de la relatividad no es asunto de poca monta.
Ahora bien ¿qué significa para la vida práctica este hecho que ha sido motivo de discusión hasta en los cenáculos académicos del Guanábano? Pues en principio, nada. La teoría de la relatividad muy pocos la entienden y en cuanto a sus aplicaciones, las encontramos sobre todo en los sistemas de localización por GPS o en las centrales nucleares que generan energía eléctrica y en sus accidentes, como los de Chernobil o Fukushima. O en el recuerdo de Hiroshima y Nagasaki. Y en el temor de tantas otras armas de destrucción masiva que siguen ahí, con el gatillo en alto, a la espera del irresponsable o el loco que desate el apocalipsis. Claro que la relatividad tiene una manera mucho más simple, inocente y segura de ser admirada: Basta observar el cielo en una noche estrellada y saber que lo que vemos allí es una majestuosa fotografía del pasado, las estrellas vistas como eran hace tantos miles o millones de años; lo que tarda su luz en llegar hasta nosotros.
Y es allí justamente donde podría derivarse el hecho más paradójico en la física teórica, de ser correctas las mediciones de los científicos europeos. Digamos que la luz y su umbral de velocidad máxima, es una especie de guardián que protege el orden causa-efecto.Primero es el terremoto y después el tsunami; primero la caída, luego el golpe. Pero si se llega a la velocidad de la luz, el tiempo se detiene y no pasa nada de nada, y a mayor velocidad, el tiempo retrocede y entonces nos encontraríamos en un extraño mundo donde primero es la cosecha que la siembra y donde los hijos nacerían nueve meses antes de encargarlos, tiempo después de sacarlos de la tumba.
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Sería una completa locura que se pudiese romper la barrera de la velocidad de la luz, como pudo haber sido considerado locura hace poco más de treinta años llevar consigo un teléfono móvil o hablar de cuerpo presente y por una muy reducida tarifa con familiares que están al otro lado del mundo a través de la internet. O hace apenas cien años, que se pudiera viajar a la luna o enviar robots a explorar el Sistema Solar y más allá, como las sondas Voyager, que hace años atravesaron la heliopausa, el límite de influencia de nuestro Astro Rey, y que siguen su viaje por el vacío interestelar.
En esta lógica de sueños locos que con el tiempo se vuelven familiares, desde hace varias décadas los físicos teóricos hablan de la existencia, no de un Universo, sino de un Multiverso. Dicho en palabras llanas, en la física cuántica es un hecho comprobado la existencia de las antipartículas, que son imágenes espectrales de las partículas subatómicas de nuestro Universo, que se generan sin saberse muy bien por qué y que salen disparados no se sabe para dónde. Ahora, puesto que todo el Universo está hecho de átomos (el mismo Universo alberga inconmensurables cantidades de materia oscura y antimateria), lo más lógico es concluir que el Universo mismo genere antiuniversos (hasta AntiUniversocentros debe haber), otros mundos, otros planetas Tierra e incluso otras humanidades que las pueblan, y donde seguramente ya también se habrán dado cuenta que los neutrinos son unas partículas bastante singulares e inasibles y que quizá, de atraparlas o saber interpretar su paradoja, nos ayuden a abrir esos umbrales multidimensionales donde no hay imaginación ni teorías relativistas que impongan límites.
Para aprender más sobre neutrinos y relatividad visita:
Einstein en Explora.
Exposición del Museo de Historia Natural de Nueva York.
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