Síguenos:




Número 28 - Octubre de 2011  

Artículos
Desenmascarados
Amparo Grisales

Eduardo Arias. Ilustración Verónica Velásquez
Imperio de la máscara
Amparo Grisales
Yo me llamo Diana Uribe
Los detectives de Bolaño
El Santo
 

Colombia, país especializado en manufacturar y mantener toda clase de farsas en los más altos pedestales, desde hace tres décadas y media supone, presume y asume que Amparo Grisales es una gran actriz. Que es una dama de las tablas. Que es la diva de los estudios de grabación. Que, como artista, no tiene nada que envidiarle a Vicky Hernández, a Patricia Ariza, a Margarita Rosa de Francisco. Y mucho menos a las nuevas actrices que ella tanto desprecia diciéndoles “niñitas”. Han sido 35 años de reverencias a la diva. Desde 1975, cuando apareció con su estilito altanero en la telenovela la Manuela, ha pisado duro. Como cualquier Eduardo Pimentel que se respete (¿Lo recuerdan ustedes, amigos de Medellín, en el césped del Atanasio Girardot?). Siempre lo hace. Y para posar de artista rebelde, escandaliza con tonterías como aquella de que hizo el amor a bordo de un avión de pasajeros. Como quien dice, pionera de los deportes extremos en Colombia y a nivel surcontinental.

Amparo Grisales, como toda buena pésima actriz que se respete, siempre actúa igual. Siempre es la misma latosa que hace pucheros y alega porque no sabe expresarse de otra manera, que pataletea en la ficción como lo hace en la vida real. Un caso similar al de Garrincha, el famoso futbolista de Botafogo y la selección Brasil que sólo se sabía una jugada pero que siempre le salía bien. Amparo Grisales sólo sabe hacer un gesto, un movimiento de cuello y otro de culo y el país sigue embelesado.

Como buena diva arribista, se proclama gran amiga del gobernante de turno. Lo ha hecho desde los tiempos de López Michelsen y su máximo orgullo era ser amiga de Ernesto Samper Pizano.

A mí me divierte cada vez que ella, en nombre del noble arte de la actuación, ataca y humilla a sus colegas. En el mejor estilo de Pimentel, no, qué Pimentel, de José Luis Chilavert. Insulta colegas, denigra de candidatas del Concurso Nacional de Belleza. Humilla periodistas. Y que lo digan quienes tuvieron la mala suerte de trabajar con ella. Camarógrafos, asistentes de dirección, sonidistas… los desplantes de la doña han hecho historia en los anales de las producciones de telenovelas. Bota pelo para allá y para acá. Taconea y volea cartera (perdón, ella le dirá bolso). Insulta. Hace pucheros. Habla de lo divino y lo humano cuando la entrevistan. Pero… qué mal, pero qué mal actúa la doña.

Amparo, que presume ahora de su sabiduría musical en un concurso de imitadores, le encanta repetir a los cuatro vientos lo estudiada que es. Lo preparada. Y va uno a ver, a oír, y no queda más remedio que decir: “esa platica se perdió”. Durante años se dedicó a pregonar a diestra y siniestra que estaba en la mira de los grandes estudios de Hollywood. Para que la farsa se hiciera creíble, la doña Diva nos hizo el gran favor de irse a vivir a Los Ángeles y desaparecerse de Colombia por unos años. Resultado: un (1) papel de extra con parlamento en película de serie B dirigida por un colombiano. Ah, y cómo se la carcomió la envidia cuando la “niñita” Catalina Sandino fue nominada a un premio Óscar.

Ilustración Verónica Velásquez

 


En estos días se gana la vida humillando al aire a los concursantes de Yo me llamo. Vuelve a ser noticia por lo único que sabe hacer. Mover el pelo, mover el culo, pisar duro, hacer pucheros, insultar y humillar a los que están por debajo de ella.

Cuando lo único que se tiene para mostrar es un chasís, es evidente que se hagan esfuerzos ingentes para que este no se oxide. Amparo Grisales es eso: un chasís al que no se lo come ni el óxido, esta vez en el sentido literal de la frase, sin la ironía de la metáfora. Amparo Grisales es un chasís que hace esfuerzos ingentes por aplazar el día en que no quede otra alternativa que la chatarrización.

Pero bueno. En un país que vive del cuento de que el segundo himno más lindo del mundo después de La Marsellesa es el colombiano (como si el de Antioquia no fuera mucho más lindo que el de Colombia, y lo digo yo, que soy rolo), personajes como Amparo Grisales perduran a punto de echar codo y de poner a babear a medio país lagarto y lambón a punta de gimnasio.

Dicen por ahí quienes la adulan y la veneran, que “Amparo es la única diva de la televisión colombiana”. Si ser diva es ser Susana Giménez o Laura en América, de acuerdo, la Doña es una diva. Qué patético. Nuestra “única diva” no es más que un chasís. UC

Universo Centro