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Número 26 - Agosto de 2011  

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"Papá no suelta el bate"
Fernando Mora Meléndez. Ilustración Verónica Velásquez
 

Ilustración Verónica Velásquez La arena de Varadero es blanca y refinada. Cuba podría hacer frente al embargo exportando este polvo preciso para hacer relojes. Lo malo es que ya no se hacen relojes de arena como en la época en que los corsarios merodeaban por la Isla. Entonces era frecuente ver barcos ingleses y españoles varados en la orilla y por eso es que la costa aún lleva ese nombre. Parece que el azul sereno de las aguas engañaba a los navegantes, quienes no se percataban de la poca profundidad y encallaban en esta dulce trampa.

Ya en el siglo XX, durante la dictadura de Fulgencio Batista, cuando La Habana era Pompeya, las playas tenían un sólo dueño, un francés de apellido Dupont; catorce kilómetros para dorarse la barriga y beber daikirí con las mulatas. Pero después de la revolución las playas pasaron a manos del pueblo que casi no tenía tiempo de veranear porque había mucha caña que cortar y muchos comités para coordinar. En los duros años del Período Especial, con el derrumbe de la Unión Soviética, la playa se abrió para el turismo mundial y la arena blanca volvió a ser de los blancos. Entonces empezaron a venir muchos tíos españoles a dorarse la barriga y a beber daikirí con las mulatas.

Vinieron tantos españoles que los cubanos terminaron por llamar Pepe a cualquier turista, así fuera de Chechenia o de Reykiavik. También por eso empezaron a llamarle PPG a uno de los productos más vendidos a los extranjeros. En un principio se vendía como un remedio contra el colesterol, luego se convirtió en el gran vigorizante sexual. De ahí la sonrisa maliciosa de los vendedores cuando te dicen: "Chico, ¿no te interesa una cajita de PPG?".

Por temporadas Varadero es sólo playa y brisa. El sol anda ocupado en algún comité, que por algo ya no es el astro rey sino el compañero sol. Puede suceder que las gringas que vienen a asolearse se queden con el bloqueador untado y parezca un desquite contra el otro Bloqueo. Entonces no queda más remedio que tomar cerveza Lagarto. Esta bebida, junto con los helados Copelia, son de las pocas cosas en Cuba que no llevan los nombres de los héroes nacionales. Nos late que sería una falta de respeto emborracharse con José Martini o indigestarse con los souflés del Chef Guevara. El sacrílego Ron Cienfuegos se bebe, pero a cien millas de aquí. Algo curioso de los helados Copelia es su eslogan "Elige lo mejor", y esta es la única marca estatal de helados que se vende en La Habana.

Con embargo, hay varias formas de matar el tiempo en Varadero. El que tenga con qué puede hacer un sobrevuelo a la costa en monomotor, a una velocidad de tres dólares por minuto. La peor suerte la llevan quienes tratan de hacer una siesta a la orilla porque esta podadora con alas pasa talando hasta el árbol de sus sueños.

Las olas suaves, a ritmo de bolero-son, permiten disfrutar de los deportes náuticos como el surfing, pasatiempo tan difícil de traducir al español como de ejercitar. Con todo y eso se cuenta la historia de un gusano feliz que practicó durante dos años y un día escapó bailando en su tablita hasta Miami.

Como no hay mucho que hacer en Varadero, un deporte popular es el llamado aboyeo, que consiste en quedarse suspendido en el agua como una boya y esperar que caiga el sol. Esto es acaso más posible que la caída de la dictadura del proletariado. "La sombra tutelar de Fidel todavía nos cubre" —dijo un ciudadano que prefirió no ser identificado. Fidel es el padre, el Che es el hijo y Cienfuegos, cuyo cadáver nunca apareció, es el espíritu santo. Pero el padre está vivo, muerto de risa y merendando, o como dicen algunos partidarios en la jerga del béisbol: "Papá no suelta el bate".UC

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