Una cámara colgada de un poste no es más que un retoño natural. Hasta hace unos años esos ojos intrusos parecían una amenaza: la gente entraba tímida a los cajeros electrónicos, saludaba risueña a la entrada de los parqueaderos o puteaba con el dedo corazón al zombie que revisa la pantalla. Pero se han hecho tan ubicuas, tan frívolas y tan grises que hasta el mismo Orwell ahorraría sus piedras. En tiempos en los que el vicio de Internet es capaz de registrar nuestros gustos y nuestras perversiones; cuando antes de buscar un destino la máquina nos señala una ruta; en los días en que las bandas magnéticas se encargan de registrar el rastro de nuestros antojos, parece exagerado preocuparsepor el registro de una caminada con afán, rumbo a la clase de cálculo.
Los últimos correteos en la Universidad de Antioquia tuvieron como objetivo unas cámaras de vigilancia en varios corredores del campus. Algunos estudiantes -eso suponemos- las arrancaron y las exhibieron como prueba del totalitarismo y el ambiente opresivo que se pretende imponer. En ocasiones es fácil sentirse libre rasgando un símbolo insignificante: los estudiantes enemigos de la vigilancia deberían pensar que las cámaras también pueden ser útiles para registrar los abusos de los policías; y tendrían que reconocer que la Universidad ha tenido episodios de violencia que ameritan un vistazo permanente sobre algunos lugares: violaciones a cargo de celadores, atracos deencapuchados, vandalismo como diversión. Los enardecidos alegaban que había cámaras en los baños, lo cual haría justificada la protesta y la rabia contra los guardias, convertidos en voyeristas que hacen honor a su empresa: Miro. Vale decir que no pudo encontrarse evidencia de esas cámaras.
En la U. de A., muchos de los inconformismos estudiantiles han terminado por enfocarse en reivindicaciones muy parecidas a las de los presos: quién maneja las puertas, cómo se comportan los guardianes (ESMAD), cuánto los vigilan las cámaras. El último eslabón de todos los problemas -policías y celadores- ha terminado por hacer algo infantiles y cruentas las rebeldías, que podrían ocuparse mejor. Hace poco, las declaraciones a El Tiempo de uno de los líderes de la protesta estudiantil en Chile mostraron que se puede hablar de algo más que los modales de los tombos. Pero hay una señal para el optimismo: la reforma a la ley 30 ha llevado la discusión hacia puntos con más sustancia, además de que una reciente asamblea se ocupó del tema de las cámaras sin que fuera necesario cerrar los salones. Parece que los paranoicos y los capos de las ventas no tienen todo el control.
|
|
****
Hemos mencionado las grabaciones y eso nos lleva a una historia reciente de otra universidad en Medellín. Hace un mes la decana de la Facultad de Derecho de la Universidad Pontificia Bolivariana, María Cristina Gómez, fue invitada de manera cordial a dejar su silla. Llevaba tres años y medio intentando que la facultad discutiera las ideas que la Constitución de 1991 dejó caer sobre los códigos, los juzgados y los abogados del país. La inercia de los profesores eternos, el miedo de los guardias católicos y las reivindicaciones a la tradición que recién cumple 75 años vieron en los nuevos debates una amenaza terrible. La teoría de la conspiración - emparentada con la de algunos en la U. de A.- intuyó y difundió las intenciones de una "infiltrada" en las aulas sacrosantas. Convirtieron el asunto en un duelo moral: crearon una página apócrifa a nombre de la decana y desde ahí comenzó una pelea de susurros y desprestigio.
Las grabaciones tuvieron su papel. Algunos estudiantes grabaron a la decana en una reunión con el fin de encontrar palabras que pudieran comprometerla frente al rector. Antes, una profesora había sido grabada durante su clase, también por estudiantes, para hacer una tarea y tener pruebas para una especie de chantaje. Sus palabras en el salón impidieron una publicación en una revista de la facultad. La UPB no fue capaz de terminar su proceso de civilización. Es posible que logre pasar la acreditación pero perdió la prueba de fuego. No es fácil para quienes todavía creen en los herejes.
Queda claro que las grabaciones en ambientes íntimos de estudiantes y profesores, o el registro en el aula de clase, es un atentado contra todo lo que se espera de una universidad. Pero queda insinuado que la paranoia es la peor consejera a la hora de los debates universitarios. Los enemigos imaginarios pueden convertir las discusiones en ordalías y los desacuerdos en pedreas. Los alumnos deberían pensar que el más grande de los peligros es terminar como instrumento efectivo de los dogmáticos y los obsesos a lado y lado del espectro político.
|