La carrera del pollo
Quizás la competencia más apetecida de todas y reservada para los pollos más viejos de la ciudad, a los cuales se les amarraba una soga distinta en cada pata. Una vez hechas las apuestas, cada jinete cogía una de las sogas y arrancaba en sentido contrario a su opositor, a toda velocidad. Cuando se daba el resultado esperado, el pollo se partía, y los jueces justipreciaban cada uno de los dos trozos según una tabla preestablecida. Cuentan que en muchas ocasiones la carrera del pollo resultó mortal también para uno de los jinetes porque era frecuente que el gallo, con sus años, resistiera el jalón y lo tumbara.
Otra de las pruebas favorita era la carrera entre dos o más jinetes y acontecía entre Cuba y La Curva del Bosque, que en esa época era por donde se cogía el camino hacia San Pedro, y que pasando por Bello y el Llano de Ovejas, coincidía con el camino a Copacabana que venía de Santa Fe de Antioquia.
Entre prueba y prueba se presentaban numerosos actos de chalanismo, siendo los más apreciados por la asistencia femenina, los del famoso caracoleo, que es prueba definitiva en el arte de montar. Había otras competencias, demandadas a veces por los mismos jinetes, como las carreras de largo aliento, en las que se iba perdiendo puntos a medida que se sobrepasaban ciertos hitos: los primeros 100 metros, los segundos, y así hasta terminar. No a todos los jinetes les gustaban estas carreras porque perder en cada hito desacreditaba al animal, y en esa época el caballo constituía el orgullo de su propietario: lo cuidaba, lo bañaba, lo mantenía bien aseado. Pasó el tiempo y el hombre trasladó todas las atenciones del caballo al automóvil, de allí que se observa en las calles lavado de carros, brillado y todo lo demás.
La Curia mandó cerrar
Las Fiestas de San Juan, que se disfrutaban durante dos semanas, una antes y otra después el 22 de junio de cada año, fueron "desaparecidas" por la Administración Municipal al recibir quejas de la Curia Diocesana acerca del extraordinario crecimiento del desorden propiciado por las celebraciones.
Cuando desaparecieron, en la carrera Bolívar se agruparon casas en las que, detrás de la prostitución se mimetizaban robos y hasta asesinatos, lo que le dio una mala fama muy justificada. Al fin las mujeres se enojaron, echaron a los malandrines y entonces los ricos de Medellín empezaron a visitarlas convirtiendo a Bolívar, después de las cuatro de la tarde, en una pasarela de hermosas cabalgaduras. La chiquillería, siempre alborotada, acompañaba la procesión pidiendo regalos. Quien más provocaba ruido era Coriolano Amador, quien en casi todas las tardes desfilaba en hermosos caballos, sacaba monedas de una bolsa y las tiraba al aire para que los niños las recogieran.
Hubo dos edificios definitivos para Bolívar: el Cementerio de San Pedro y el taller del tren de mulas, que funcionó donde hoy es el Hospital San Vicente de Paúl, construido a principios del siglo XX con planos traídos de Europa y con donaciones, como por ejemplo las rejas del Parque Bolívar que Federico Vásquez retiró para modernizarlo y fueron a parar al hospital.
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