Ámsterdam
El puerto resopla el viento del Nordzee por las calles empedradas del centro. Canales paralelos conducen el agua salada por la ciudad, trazando sus barrios en hemiciclos conectados por puentes en las esquinas. En la fachada de Stationsplein, un anemómetro con acabados en oro señala a los marineros la oscilante dirección de la brisa. Allí se abordan el tren, el tranvía, el autobús y el metro, los cuales están integrados con velocidad y precisión. Aún así, los amsterdamer prefieren la movilidad de los velocípedos. De hecho, el real censo estima cinco puentes y cinco bicicletas por individuo.
Los edificios son angostos pero profundos. Construidos cuando el impuesto catastral era cobrado de acuerdo al ancho de cada inmueble, poseen grúas en el ápice para subir pianos en los trasteos. En ellos deben intervenir vecinos de tres y hasta cinco condominios. Esto la ha convertido en una de las ciudades favoritas de los músicos europeos.
Semejante impresión de estrechez, sumada a la intervención del agua y del viento en su arquitectura, han determinado la autenticidad de su perspectiva. Por esto los viajeros encuentran torcidas las casas más viejas, o el color del campo en el cuadro Krähen über Weizenfeld de Van Gogh, ilógico. El hecho es que el río Amstel desemboca las aguas y los vientos de la ciudad hacia el Nordzee, generando de este modo una ventilación circular y una percepción oscilante del color y del movimiento —similar a la que sienten los marineros en alta mar—, entre los nativos. De ahí el que ellos sean tolerantes y hayan legalizado la prostitución y la droga de marihuana, generándole a la corona importantes beneficios en impuestos y salud pública.
Decenas de meretrices aguardan a sus clientes en las higiénicas vitrinas del Red Light District. Condicionadas para el acto venusino, les separan puertas de vidrio con cortinas rojas que las concubinas abren y cierran para recibir sus coimas. Todas tienen dispuesta una iluminación de neón rojo que identifica al lupanar, el cual es visitado diariamente por centenares de epicúreos y turistas. El distrito ha sido planeado en un sitio estratégico gracias al cual los amsterdamer, de quererlo, pueden vivir sin encontrarse jamás en sus rutas.
Se destaca la presencia de gatos y motivos fálicos en los kioscos del centro. Lucen banderas XXX en las calles y fotos de la monarquía Orange en los restaurantes. No está permitido fumar tabaco en sitios públicos pero sí en las casas, cafés de café y bares de cerveza. En los Coffe Shop, en cambio, está prohibido el consumo de alcohol; en algunos de ellos no se vende café y solo es posible usar tabaco para acompañar al cannabis en su ingesta.
El cono urbano aglomera más cisnes y gaviotas que palomas. No hay flamencos. Los papás se disfrazan para ir al teatro con los niños el domingo. Ellos son transportados en coches que los adultos adaptan a bicicletas y triciclos. Tiendas de pescado, quesos y tulipanes, se extienden hasta donde termina la calle Albert Cuypstraat. Allí se encuentran más de 120 tipos de quesos. Hay quienes estudian sus sabores toda la vida. De igual manera con los tulipanes y los arenques. Todos los vendedores son políglotas.
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Berlín
Una torre en aguja rasca el ombligo del cielo de Alexanderplatz, en el centro de Berlín. Los nativos caminan alrededor con salchichas en las manos mientras los japoneses toman fotografías. En invierno huele a vino caliente con manzana y los adultos arrastran a los niños con trineos. Entonces los japoneses afirman que Europa huele a leche en salsa de curry.
Cerca de Weinmeisterstraße hay un salón dedicado al cine. Las mujeres fuman cigarrillos entre penumbras rojas de luces de neón. El corredor da a un pasillo derecho donde empieza la galería, cuyos muros tienen puertas a ambos lados y están pintados con colores y formas impredecibles, pero significantes. Toda puerta puede abrirse. La escalera de caracol conduce a una estancia sórdida con gabinetes donde reposan monstruos en soluciones de vinagre y alcohol. Un hombre con cables controla el ruido mientras la gente bebe y fuma. Casi todos son hispanoparlantes.
Según los politólogos, cada teutón consume al año 120 litros de cerveza, desde que tienen juicio y uso de razón. Lo cual, a diferencia de otras culturas, suele suceder a edad temprana. Todos los niños saben inglés, latín y música, pero suelen pasar largas temporadas sin poder patear las piedritas de las calles, durante el invierno. Esto explica el juego aéreo de sus selecciones de fútbol.
Es permitida la entrada de canes en el metro, de ahí el que sea gratis para los turistas. En la esquina de Rosenthalerplatz ofrecen la copa de vino y el buffet por 2 €. Lámparas de araña, un óleo de Napoleón y una gruta con un cosmonauta junto a la Virgen de los Dolores, hacen las alegrías de la estancia. Puedes repetir vino y goulash y dejar tu pago en una botella, a la salida. Es esta una costumbre difundida de un lado del oeste del muro, y practicada tanto en restaurantes como en galerías de arte. En Tachless, por ejemplo, los artistas exponen sus obras en una estructura de cuatro pisos con estudios separados por muros de metal, hechos para ser escritos. Allí son presentadas dichas botellas a las visitas.
Han sido vistos zorros blancos en Elizabeth Kirche; animales que comparten el ecosistema silvestre del ciervo y cuyas imágenes adornan el alcohol de 42 hierbas que procesan las esposas de los cazadores en las selvas aledañas. Ahora bien, el zorro blanco no existe y se trata del mismo vulpinis que en invierno se cambia de chaqueta, porque es zorro. No obstante semejantes atributos, los berlineses prefieren al oso común, al cual tienen por símbolo de la ciudad y le confieren propiedades sagradas, erigiéndole efigies en variopintas superficies que los visitantes pueden adquirir en los kioscos por 1,50 €.
Desde la caída del muro que dividía a la ciudad en Rusia, Francia y los Estados Unidos, ha crecido el desinterés de los ciudadanos por saber la hora exacta. Lo cual quiere decir que el tiempo no tiene importancia para ellos sino únicamente en tanto referencia, esto es cuánto resta o cuánto ha sucedido. O sea que no lo consideran una entidad real. De ahí el que, por ejemplo, los relojes de la estación indiquen los minutos que faltan para la llegada de los trenes. Hecho que comprueba la existencia del tiempo en Berlín, pero a la manera del muro. Para el caso de su geografía ubicamos tantos tiempos como muros recurrentes, según lo visto.
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