Nacido en cuarentena
Santiago Cembrano. Fotografías de Liberman Arango
I
Anyis Landaeta sintió que debía ir a la clínica. Luego de meses de espera e incertidumbre, su cuerpo le decía que pronto nacería su bebé. Despertó el domingo 19 de abril y salió bien temprano para la Clínica La Piloto de Medellín en compañía de su esposo Carlos Hincapié, un colombiano que está de regreso luego de una estadía en Venezuela. Había cerca de veinte mujeres embarazadas que esperaban. La mujer encargada de la limpieza pasaba y recordaba que debían guardar distancia entre sí al sentarse, y que era importante que todos los presentes usaran tapabocas. No había pantalla de turnos que indicara cuánto demoraría la espera. Las mujeres —unas con una gran panza, otras con barrigas más pequeñas, unas más viejas y otras saliendo de la adolescencia— empezaron a hablar. Alzaban la voz para salvar la distancia: ¿Primer parto? No, ya tuve dos hijos. También intercambiaban comentarios sobre ecografías y cuidados del parto. Una mujer, mientras esperaba, se desmayó. Nadie se alarmó mucho.
Cuando Anyis y Carlos supieron que tendrían un nuevo hijo todavía vivían en Venezuela. Meses después vinieron a Colombia con sus tres hijos —Dilan Stiven, de 7; Narem Manuel, de 4 y Edison Samuel, de 2— y el cuarto que cargaba Anyis en su vientre. El hambre y la desesperanza, y ver cómo sus hijos empezaban a enfermarse, fueron los motivos de su decisión. Primero, Carlos había intentado trabajar en la frontera con Colombia, ayudando a pasar maletas, televisores y comida por el puente; con eso mandaba plata a San Fernando de Apure, donde estaba su familia. Tuvo problemas ahí y volvió a su casa. Vio a su familia demacrada y salieron para Colombia el 15 de enero de 2020. En el camino los robaron, perdieron su dinero y documentos. Pasaron por Cali, donde Carlos tenía familia, pero tampoco encontraron muchas alternativas ahí.
Llegaron a Medellín y encontraron como forma de subsistencia vender dulces en la calle, y así poder pagar diez mil pesos cada día por la habitación en la que dormían los cinco. En esos días de supervivencia en las calles de Medellín, la familia Hincapié fue viendo la panza de Anyis crecer. Esperaban una niña, para que fuera la princesa de la familia, pero no sabían en qué condiciones iba a llegar el parto. Cuando empezó la cuarentena por el coronavirus, los echaron de la habitación en la que dormían. En el parque de San Antonio, en el Centro de Medellín, encontraron una cuadrilla de la Alcaldía, que los llevó al Centro de Alojamiento Temporal del Coliseo de Florencia, un espacio que les permitiría tener un techo y comida para pasar la cuarentena. Ahí, Anyis había recibido los cuidados necesarios mientras la fecha del parto se acercaba. Y ese domingo 19 de abril, mientras esperaba, pensaba que había llegado la hora.
Había cuatro consultorios en el primer filtro, en los que se examinaba el estado del embarazo y qué acciones había que tomar. Por la tarde, a Anyis le hicieron una ecografía y unos exámenes de sangre. A su lado estaban dos mujeres embarazadas, también venezolanas, una de las cuales había sido encontrada por funcionarios de la Alcaldía deambulando por la calle luego de varios días sin comer. Las enfermeras que atendían sus casos comentaron que la mayoría de embarazadas que llegaban a la clínica eran venezolanas; insistieron en que la planificación familiar era importante, luego de que las tres admitieran que no lo hacían, pero entendieron que la situación económica podía dificultarlo. Hacia el final de la tarde Anyis supo que no tendría su bebé ese día, y que la ecografía mostraba que estaba sano. Determinaron que la fecha de nacimiento probable iba a ser el 30 de abril. Con esa fecha en mente volvieron a Florencia, sin ningún bebé en brazos, para sorpresa de todos los que la esperaban en el Alojamiento.
En la noche del jueves 23 de abril, Anyis empezó a sentir algo de dolor, una presión leve que le hizo pensar en un cólico. Cuando despertó, el viernes 24 de abril, el dolor intermitente había aumentado su intensidad y frecuencia. Al mediodía la revisó el doctor del Alojamiento de Florencia y vio que ya tenía cuatro dilataciones: tenía que ir a la clínica. Luego de almorzar, llegó el carro y se fueron Anyis, Carlos y Lorena Patiño, la directora del alojamiento. En dirección a la clínica el carro pasó por lugares donde la familia Hincapié vendía dulces en los días antes de la cuarentena. Carlos lo narra así: “Era como ahí vendíamos o ahí nos sentábamos o ahí una persona nos colaboró con almuerzo para los niños. Es bonito recordar cómo nos cambió la vida con esta bendición, porque nadie nos colaboraba en los días antes de la cuarentena”.
Cuando estaban entrando a la clínica se encontraron con Eliana. Ella también se había estado quedando en el Alojamiento de Florencia y también estaba embarazada. Con Anyis se habían acompañado en sus procesos. Eliana había llegado a la clínica el día anterior, lista para el parto. Su rostro, lleno de la tristeza más profunda posible, contaba la historia antes de que su voz lo confirmara: había perdido al bebé. Con esa mala noticia, que dolió como una pérdida propia luego de lo unidas que habían llegado a ser, Anyis entró a la clínica.
Esta vez había menos mujeres esperando, seis o siete. Pasaron las horas en la sala de espera mientras Anyis, adolorida, se retorcía en su asiento. Al frente suyo, una mujer como de setenta años la miraba con dolor. Pidió agua y se tomó media botella de un trago. Cuando no pudo aguantar más, Lorena —Anyis la llama la profesora Lorena— pidió ayuda y, al fin, la revisaron. El bebé ya estaba a punto de nacer. Antes del parto, había unas regulaciones extra que tenía que cumplir, medidas adicionales por el coronavirus. Mientras pensaba que no aguantaba más le pidieron que se quitara los zapatos y se pusiera otros, que se desinfectara con alcohol y que se bañara.
Afuera, Carlos esperaba alguna noticia de su esposa y su nuevo hijo al pie de una tienda frente a la clínica. Ahí también salían los médicos a tomar café. Les contó su situación y recibió consejos. “Que cuidara mucho a mi bebé, porque estaba naciendo en un tiempo demasiado difícil”. Quería saber si sí había nacido, porque mientras esperaba vio a madres que salieron llorando luego de haber perdido a sus bebés. Su paciencia estaba al límite, así como el aguante de Anyis dentro de la clínica.
Anyis recuerda que le dijo a la doctora: “Pues yo la verdad no creo que aguante a bañarme, y ella me dijo bueno, súbase a la camilla. Cuando me subí ahí mismo me dieron muchas ganas de pujar, y la doctora me decía que esperara para que subiera a la cama donde iba a tener el bebé”. La doctora le decía que aguantara, pero Anyis no pudo más: “Reventé fuente y el bebé fue pa fuera. Me tocó tenerlo ahí en la camilla donde me atendieron, no dio tiempo a subir a la cama”.
El procedimiento fue irregular, pero Nicolás Hincapié Landaeta nació bien. Anyis le había pedido a Dios en los días anteriores que el parto fuera rápido y fácil, y así fue. Menos de media hora después de que Anyis hubiera entrado en camilla, una enfermera salió para pedir la ropa del bebé y anunciar que todo había salido sin problemas. Liberman Arango —fotógrafo y reportero principal de este artículo— salió y le dio la noticia a Carlos: era padre de un bebé sano. “Eso me ayudó, porque estaba desconcertado. El clima que estamos viviendo es muy raro, los tiempos están muy pesados”, dijo el nuevo padre.
Anyis salió en silla de ruedas con el bebé en sus brazos. Antes de que Carlos pudiera entrar a verlo se vio el impacto del coronavirus. Antibacterial antes de entrar a la clínica y otra vez antes de ver a su hijo. Lo recibió con besos y caricias, derretido, manifestando el amor que podía a través del tapabocas, a él y a su esposa. Luego de unos minutos, Anyis fue a la habitación donde dormiría esa noche con su bebé, y Carlos y Lorena volvieron a Florencia. Los hermanos de Nicolás, emocionados y ansiosos por conocer a su hermano, pudieron verlo con fascinación en una foto que había tomado Lorena.
II
Qué momento más extraño para nacer, ¿no? La vida a la que llega Nicolás se siente frágil y fragmentada. Los números de muertos aumentan, así como el miedo frente a una amenaza invisible que somos todos y no es nadie a la vez. El futuro siempre es incierto, pero en esta época lo es aún más, como manejar en medio de la niebla, con solo un par de metros visibles delante del carro. Eso no lo sabe Nicolás, claro. No sabe que la pandemia y la cuarentena definieron su vida desde que inició.
Para Carlos es un momento contradictorio, una realidad que asusta y al mismo tiempo les entregó un alivio temporal. Si no hubieran llegado al Alojamiento de Florencia, dice, quizás no habrían visto nacer a Nicolás; quizás habrían contraído el coronavirus en la calle. Por eso no para de dar gracias a Dios (y al alcalde Daniel Quintero). “Acá he tenido alivio, en la calle estaba preocupado. Gracias a Dios, por este lugar pude tener a mi hijo dignamente. Si no, no sé qué hubiera sido de nuestras vidas cuando nació Nicolás”, señala Carlos.
Días después del nacimiento de Nicolás, en el Alojamiento Temporal sus hermanos Dilan, Narem y Edison están contentos y celosos a la vez. “Quieren estar encima de él todo el tiempo, cuidarlo; pero cuando uno no les presta atención por estar con él se enojan”, dice la madre. En su felicidad, le agradecen a Dios que todo haya salido bien. Anyis considera que tal vez tuvieron suerte con el momento en que nació Nicolás. “Está la pandemia, pero no estuvo ni tan mal este momento. Si no fuera por esta contingencia, no sabríamos en qué situación habría nacido el niño. Gracias a la cuarentena dimos con este albergue y acá me entendieron y me dieron todo para el bebé”.
Siendo Nicolás el cuarto hijo de la familia Hincapié Landaeta, Carlos, de 35 años, asegura que con su esposa no quieren más hijos. Ambos tienen planeado operarse para asegurar ese cometido. Él, además de los cuatro hijos que tiene con Anyis, de 23 años, ya tenía cuatro más cuando la conoció: ocho en total. “No los he traído a sufrir al mundo, han sido bendiciones que Dios me ha dado y yo he aceptado”, explica.
Dice que está feliz, pero está llorando. Con su voz quebrada, recuerda la incertidumbre que enfrentó con su familia, sin saber dónde dormir. “La calle es difícil. Esta fue una bendición, pero hay gente que ha muerto por falta de estas bendiciones”. Por eso, aunque entiende que por la pandemia es importante mantener la distancia personal, recalca que “sentimentalmente debemos estar mucho más unidos, para poder comprender cómo esto está derribando vidas. Cada día hay que pedirle a Dios que el amor sea más grande de él a nosotros y de nosotros a él y los demás”.
La familia Hincapié está bien, pero saben que la cuarentena terminará. ¿Qué pasará entonces? “Cuando termine la cuarentena… ahí sí ni idea. Salimos sin rumbo, a buscar y empezar de cero”, responde Anyis. Para Carlos no hay otra opción que salir a la calle y esperar la bendición de Dios, seguir con su día a día. Tiene muchos planes para sus hijos, por ellos es que se rebusca cada día. Con la llegada de Nicolás, le gustaría conseguir un empleo y “aprovechar una tierrita que me regalaron por Villatina. Con quinientos mil pesos podría conseguir madera y algo de zinc en una chatarrería para empezar a hacer una casa”.
Hemos escuchado que, tras la cuarentena, el mundo será distinto. Habrá que encontrar formas distintas de habitar y de relacionarnos entre nosotros. Desde el nacimiento de Nicolás, Carlos ha estado pensando sobre el tipo de mundo en el que quiere que crezcan sus hijos. Por ahora, lo que espera es que, al menos, su familia pueda tener un techo, “No importa si es con un subsidio de vivienda que tenga que pagar después. Necesito con urgencia eso para controlar el futuro de mis hijos”. Se encomienda a Dios y, entre lágrimas, le pide que controle la situación y la pandemia desaparezca; solo puede hacerlo Dios, dice, pues los humanos hemos sido desobedientes de las leyes y órdenes divinas. “Quiero que Nicolás y sus tres hermanos puedan crecer en un mundo en el que puedan ser saludables y llevar una vida digna. Que crezcan y sean grandes personas, de agrado para todo el mundo. Le pido a Dios que, en medio de esta pandemia, pueda ver crecer a Nicolás también”.
Por el momento, les queda esperar y disfrutar del tiempo en familia, de noches en que no tienen que pensar en cómo van a lograr comer luego de que despierten. Han sido días dolorosos para muchas familias en Colombia, pero para la familia Hincapié ha sido una época de felicidad, acentuada por la llegada de Nicolás. Antes de llegar al Alojamiento, recuerda Carlos entre lágrimas, hablaba con su esposa y le preguntaba por qué les estaba pasando eso a ellos. Ella mantuvo su energía alta y la fe en Dios firme. Como agradecimiento con la atención que les han dado, le pidieron a Lorena, la directora del Alojamiento, que fuera la madrina de Nicolás. Ella aceptó. “Nos da alegría porque ya es parte especial de nuestra familia”.
Cuando nació Nicolás, Carlos se despidió del personal médico del hospital y dijo, “Bueno, ya gracias a Dios me llevo a mi hijo para la casa”. De inmediato se corrigió, avergonzado: no era su casa, era un Alojamiento Temporal de la Alcaldía. Y Lorena fue la que lo corrigió de nuevo: “Es su casa, allá estamos todos juntos, allá pertenecemos en este momento”.
III
Durante los primeros días de vida de Nicolás, cambió la administración del Alojamiento Temporal de Florencia. Lorena Patiño ya no era la directora. Días después, a Carlos y Anyis les avisaron que iban a ser trasladados. Los tomó por sorpresa: esperaban que se extendiera su estadía por toda la cuarentena. Les dijeron que iban a pasar a un lugar amplio en el que estarían bien, pero llegaron a una nueva habitación en un inquilinato en el Centro de Medellín, un espacio más pequeño e incómodo que el que tenían. Han tenido conflictos con el administrador por los llantos de los niños, que están asustados. Carlos volvió a Florencia para pedir ayuda y averiguar por el proceso de los documentos de la familia. Lucía, la nueva directora, le dijo que ya lo habían ayudado y que tenía que irse. La Policía del Alojamiento lo amenazó con táseres. Ahora Carlos y su familia buscan reunir plata para pasarse a otro lugar; de lo contrario, es probable que lo del inquilinato termine en violencia: no puede taparle la boca a sus hijos para que no lloren, como le ha sugerido el administrador.