Un jueves santo pasado el medio día. Medellín silencioso y en la tele El mártir del calvario, cómo no. Estoy en mi apartamento, cuarto piso a media cuadra del Parque Obrero, en el barrio Boston. De la nada llega hasta debajo de mi cama un gatito gris y flaco, ha entrado no sé cómo por el balcón. Necesita atención urgente. Repaso sesenta y cinco veterinarias en las Páginas Amarillas, vengo a encontrar una en servicio en la calle Mon y Velarde, justo a cuatro cuadras de mi casa. En ningún otro barrio diferente al Centro puede uno encontrar lo que se encuentra allí a cualquier hora, cualquier día santo o no. Gracias a eso Hugo, como vino a llamarse ese gatito, está vivo y gordo y contento y conmigo todavía en Bogotá, donde ahora vivo. Han pasado nueve años.
En el Colombo Americano, sobre El Palo, conocí a la mujer que fue mi esposa. Ella ya no está conmigo; La Arteria, donde sellamos esa sociedad amorosa con cinco aguardientes y ocho besos, tampoco. Pero sigue ahí el Salón Málaga, cincuenta años y contando. Versalles, otro tanto. La Estancia y El Guanábano y la Lonchería Maracaibo –¿quién que haya trasnochado en Medellín no ha llamado a la Lonchería?– y el Palacio de la Cultura y el Museo de Antioquia y Vásquez y Carré. Ya no está, ay, la Librería Continental, pero sí la Anticuaria, y llegó Palinuro con otras tantas librerías de viejo a proponerles lecturas a los medellinenses. Ya sobre Carabobo no está la Saspelucantina, pero en Junín sigue el Astor, sus sapitos, sus masapanes. No están el Libia ni el Junín ni el Lido ni el Cine Centro, lástima, pero ahí persiste el Colombo Americano con sus salas, con su revista Kinetoscopio
Es que el Centro cambia, se renueva y se conserva, a veces se ve anciano y a veces reverdecido, como esa tía chévere medio joven medio vieja que tenemos todos. De ese terco espíritu de cambio y conservación le viene al Centro de Medellín la gracia que tiene; por eso la atracción que ejerce en los enfebrecidos, en los caminantes, en los trasnochadores, en los que se la rebuscan. Aunque el Centro también es el ecosistema de los señores de bastón y misa de seis, de las señoras de cachirula, de las estudiantes y de los muchachos con barros, pantalón caído y peinados raros. Explíqueme eso. Si me preguntan yo digo: es que el Centro da para todo y es puro contraste. La rosa y la patecabra. La bulla del Hueco y la paz del Pablo Tobón. El punketo de La Playa y el profesor de la Autónoma. La salsa de Palacé y el rock and roll de Maracaibo. Ah, y los tangos de la Boa. En el Centro de Medellín está todo, querido amigo, por eso más que sabroso es necesario. Sólo si me preguntan, claro, diría eso. Si no me preguntan me conformo con seguirlo caminando de pe a pa cada que me paso por mi Medellín querida,
extrañada.