Sin azogue
El río Palo nace en el páramo de Santo Domingo, en la cordillera Central de Colombia, en medio de montañas ricas en yacimientos auríferos. A lo largo de millones de años, el río ha recibido constantemente granitos de oro, gracias a la erosión y la escorrentía montañas arriba.
Muchos ríos colombianos tienen depósitos aluviales de oro. Desde los años ochenta, algunos mineros han usado retroexcavadoras para extraer el oro de las riberas y dragas para sacarlo de los lechos de los ríos. Utilizan el mercurio para procesar el oro en el sitio, pero dejan que los desechos corran al río y penetren los suelos aledaños. Con estos métodos, los mineros y sus patrocinadores (una retroexcavadora Caterpillar cuesta hasta 300.000 dólares) extraen de los depósitos aluviales todo el oro con rapidez, pero hacen mucho daño a los ríos.
Sin embargo, no todos recurren a estos métodos. Muchos mineros afrocolombianos e indígenas en la región del Pacífico, donde se encuentra el río Palo, solo usan bateas y escalones de madera para extraer y beneficiar su oro. Como sustituto del mercurio, algunas comunidades emplean una planta conocida como escoba babosa (Sida rhombifolia), utilizada tradicionalmente en Suramérica como antiinflamatorio. Estos procesos toman más tiempo (y extraen menos oro), pero no dejan desechos tóxicos en el río.
En 2014, Stephen se encontró con una familia de la comunidad indígena nasa del cabildo de Huellas (Caloto), que estaba buscando oro a pocos metros de su casa, en la ribera del río Palo. Preguntó si usaban mercurio y el padre contestó: «Esa cosa nos enferma a nosotros mismos y no queremos contaminarnos con nada, no queremos tener ninguna enfermedad... Lo hacemos así», e hizo con las manos un movimiento circular por encima de la batea.
Con todo, desde entonces las aguas de ese río se volvieron turbias. Según las autoridades indígenas del cabildo de Huellas, personas que no son de allí, pero que trabajan con varias familias de la comunidad, han emprendido labores de minería con retroexcavadoras:
«... los foráneos que no saben de la Madre Tierra [se han dedicado] a destruirla... Estas pocas familias [están] no [solo] contaminadas con elementos químicos que utilizan para extraer el oro, sino que también les lavan el cerebro (...) incitándolos [a] hacer minería y para que obren en contra del cabildo indígena».
En muchos territorios indígenas de la región del Pacífico, las autoridades han movilizado a la Guardia Indígena —una fuerza policial nativa— con el fin de retirar las retroexcavadoras mediante el diálogo o destruirlas por la fuerza si es necesario.
La veta
La concentración promedio de oro en la corteza terrestre es de 0,0005 gramos por tonelada métrica (g/t), en tanto que la plata viene en una concentración de 0,07 g/t, y el cobre, de 50 g/t; por lo tanto, se encuentra muy poco oro, en comparación con otros metales valiosos. Según el Servicio Geológico de Estados Unidos, todo el oro hallado hasta ahora en el mundo cabría en un cubo de 22 metros por cada lado.
Los depósitos subterráneos de oro se formaron por la acción del agua, la presión o el magma que empujó el metal hacia la superficie. Con frecuencia, estos se producen en áreas con mayor actividad geológica, como las cercanas a fallas tectónicas.
Las vetas de las minas de oro del distrito minero de Segovia-Remedios (Antioquia) son parte del cinturón de oro de Segovia, una región de rocas volcánicas de unos 300 km de longitud por 75 km de ancho que se formaron en el periodo Jurásico tardío, hace 160-145 millones de años. El oro del cinturón de Segovia aparece en vetas lenticulares (gruesas en el centro y delgadas en los bordes, como un lente), en una matriz de cuarzo. También está asociado con pirita, calcopirita, esfalerita y galena. Los mineros llaman cacao a las piritas color marrón que les ayudan a localizar el oro.
Los mineros tradicionales en la región de Segovia- Remedios usan taladros neumáticos y dinamita para extraer el oro de su matriz mineral, y luego lo sacan en canastos llamados catangas que se echan a la espalda. Cada año en Segovia, durante las Fiestas de la Virgen del Carmen, el Oro y la Minería, compiten en una carrera con cincuenta kilos de roca dentro de una catanga. Un minero le contó a Stephen que la carrera era mucho más fácil que el trabajo real en las minas de Segovia, donde tienen que gatear y trepar por túneles sinuosos y calientes, cargando con ese peso.
En estas fotografías de las minas de Segovia y Marmato podemos ver cómo los mineros pican, agrietan, sopesan, recogen, tiran y empujan para arrancar el oro del apretado agarre mineral de la tierra.
La chatarrera
En general, se entiende por chatarrera una mujer que recicla trozos de metal. Pero en el contexto de la minería tradicional, se refiere a una costumbre centenaria: los mineros apartan las rocas que no provienen de la veta en sí, pero que contienen algo de oro, y las dejan en las afueras de la mina. Allí, las personas (mujeres, por lo general) pueden recogerlas y romperlas, para recuperar el oro que llevan dentro.
En su relato Viaje al Nuevo Mundo: 1599-1605, fray Diego de Ocaña describe cómo en las minas de Potosí (hoy Bolivia) «las indias también buscan de las piedras que hay desechadas a las bocas de las minas, que llaman pallar, quebrallas [sic] y escoger lo bueno y apartar lo que no es tal». Incluso en la actualidad los mineros de Potosí descartan relaves para que las pailliris, las viudas de los mineros, tengan la oportunidad de ganarse la vida con la mina. Fernando Márquez, un funcionario de la corona española en Huancavelica (actual Perú), observó en 1785 una práctica similar, conocida allí como pallaqueo: hombres, mujeres y niños indígenas recogían el material que estaba en la superficie y lo llevaban a los mineros para que lo procesaran.
Cuando visitamos la mina de La Roca en Segovia, en 2012, los propietarios nos mostraron con orgullo su chatarrera, donde trabajaban unas 250 mujeres, muchas de ellas viudas a causa del conflicto armado interno colombiano. Pero en 2016 esa chatarrera había desaparecido, pues a los dueños de La Roca los obligaron a firmar un contrato de operación con la corporación Gran Colombia Gold, so pena de exponerse a un desalojo por parte de la policía. Mediante dicho contrato se obliga a La Roca a entregar toda su producción a la transnacional para que esta la procese, de acuerdo con los modernos modelos de negocio que privilegian la eficiencia y dejan, por lo tanto, a las chatarreras por fuera de la foto.
Las retros
Fuimos en motocicleta hasta la vereda de La Porquera, por un camino sin pavimentar que serpentea por entre las colinas de Zaragoza, el pueblo que ofrece una linda vista con sus casas pintadas de oro. Por el camino, nuestro guía nos explicó que, si bien teníamos permiso para visitar una mina y tomar fotografías, no debíamos preguntar, por ninguna circunstancia, quién controlaba la operación.
En la mina, media docena de hombres de aspecto sombrío rodeaban un cráter profundo, abierto por dos retroexcavadoras gigantescas que estaban posadas sobre unas plataformas de tierra en mitad del hueco. Vistos desde abajo, los hombres eran solo siluetas recortadas en el cielo, mensajes abstractos de amenaza. Las paredes del canon artificial tenían grabados los arañazos de las retroexcavadoras, como si un dinosaurio atrapado hubiera tratado de escapar. Y en el fondo del pozo, una masa movediza de unos cien mineros, entre hombres y mujeres, trabajaba codo a codo en medio del fango. Cada cual llenaba de barro su batea y luego la llevaba hacia un lado, para agregarle mercurio y separar unas cuantas partículas de oro.
En intervalos de pocos minutos, las enormes máquinas amarillas emitían una bocanada de humo. Enseguida rascaban otro montón de tierra del agujero, para dejar caer el contenido sobre varias rampas metálicas que se alzaban junto al cráter. Los mineros ubicados en la parte de abajo luchaban por mantenerse en un punto firme, esquivando apenas el vaivén de las garras gigantes.
Arriba, los hombres que estaban en las plataformas metálicas dirigían mangueras de alta presión contra el lodo y las rocas arrojadas allí, para que el material bajara por las rampas de malla metálica, cubiertas con costales empapados de mercurio. La fuerza del agua hacía rodar el material fangoso sobre la malla, de modo que las partículas de oro se pegaban a la tela. El agua cargada de mercurio escurría por las patas de las estructuras, hasta llegar al suelo.
A pesar de estas condiciones, los mineros que trabajaban entre el lodo no se veían de mal humor; solo exhibían una férrea determinación de aprovechar al máximo cada oportunidad. Supimos que la gente del lugar tenía derecho de conservar cualquier oro que pudiera extraer manualmente durante tres horas cada mañana. El acceso se permitía, en días alternos, a los habitantes de Zaragoza y luego a los residentes de las veredas circunvecinas. Con suerte se podían ganar mensualmente cerca de un millón doscientos mil pesos (unos cuatrocientos dólares), una suma digna. Notamos que los patrones de esta mina mandaban no solo por las armas que tenían, sino porque dejaban que la comunidad también explotara el hueco, así fuera mínimamente. En otros ríos hemos visto la misma relación entre grupo armado y comunidad, en torno a la minería. Ese pacto social termina cuando las retros han sacado todo el oro, trabajando veinticuatro horas diarias.
La batea
Elizabeth Ferry -
Stephen Ferry
Editorial Icono
2017