La fiesta de la Barbie
Juan Carlos Castrillón. Fotógrafa y modelo: Helen Ramírez Baldín
En marzo de 1959 Ruth Handler diseñó una muñeca que marcaría un polémico icono de belleza. Esta ingeniosa dama hizo popular su muñeca en Alemania, en un principio se vendía como una especie de juguete sexual para hombres, y si Freud hablara diría: “Lo reprimido retorna”. Poco a poco llegó a su público definitivo y tanto niños como niñas disfrutaban cambiándole la ropa. Su popularidad fue tanta que traspasó las fronteras para llegar a los Estados Unidos, donde el gigante Mattel compró los derechos y desechó la mayoría de las ideas de su creadora, dándole como consuelo el bautizo de la muñeca con el nombre de su hija Barbie. En su primer año en el mercado se vendieron 350 mil muñecas. En 1971 sus ojos se ajustaron para mirar al frente. Fue tanta la influencia de la muñeca que se convirtió en un referente de moda para los magazines de los periódicos más respetados. En 1980 para acallar las voces y acusaciones que definían la muñeca como racista, Mattel lanzó al mercado una Barbie negra y en 1992 se atrevió a construir una muñeca que decía cosas como: “¿Tendremos alguna vez suficiente ropa?”, “¡Me encanta ir de compras!”, “¿Quieres tener una fiesta de pizza?”, lo que hizo que la popular muñeca fuera blanco de todos los movimientos feministas. En 1997 diseñaron una muñeca en silla de ruedas, para comenzar a recomponer un modelo de belleza bastante gastado. En 2009 de nuevo la muñeca aparece con una novedad, con tatuajes para adherir a su cuerpo, incluyendo uno para su cadera. En 2010 intentaron una Barbie con una cámara incluida pero el FBI la prohibió. Es difícil tener claro el nivel de influencia de la muñeca sobre la realidad y de la realidad sobre la muñeca. Lo que sí es real es que muchos de los hábitos y estilos de vida de algunas mujeres parecen sacados de un juego de Barbies.
Los nacidos en la década de los ochenta presenciamos la transición de un prototipo de fiesta romántica en un garaje hasta las doce de la noche, tomando vino de consagrar o vino de manzana, fiesta que cerraba con una balada romántica y un beso mojado que se convertía en la hazaña de la noche. Muchas de nuestras hermanas y primas jugaron con la Barbie y vieron de lejos su convertible y su galán. Muchas veces la adolescencia dejaba claro que las medidas de la Barbie eran muy ajenas al mundo real. Todo cambió cuando los cirujanos plásticos comenzaron su trabajo: cinturas pequeñas, senos grandes y caderas pronunciadas, una mezcla entre la Barbie y la fantasía masculina de afiche de Pirelli. Fue así como muchas mujeres buscaron su sueño de imitar a la Barbie con un par de retoques en el quirófano. Esas mujeres van llegando a los treinta y Mattel y la realidad ahora tienen nuevos modelos y renovadas diversiones para las nuevas Barbies.
Cuando a Luciana y a Luisa les digo que parecen Barbies, las dos aprueban con una mezcla rara de indiferencia y gusto. Luciana tiene 19 y Luisa 21. Vienen de barrios y círculos sociales distintos y a pesar de eso tienen estilos de vida similares. Las dos, al igual que la versión de la Barbie del 2009, comparten el gusto por los tatuajes y algunas preferencias musicales, y buscan una idea fundamental, defender a toda costa su libertad.
Luciana vive con una amiga, se marchó del precario cuidado de su abuela, que era el último intento fallido de vida familiar después de haber fracasado rotundamente en la convivencia con su madre y su padrastro. Se alejó de ellos por una mezcla de rebeldía y abandono. Estaba matriculada en una carrera universitaria, su madre le ayudaba a pagar la mitad del semestre, pero la rebeldía de Luciana sirvió de excusa para evadir obligaciones.
Luciana es bella, blanca como una dalia, mide 1.71, su cabello es castaño, sus ojos redondos y oscuros. Tiene tatuajes en la pierna izquierda, el brazo derecho, la espalda, el cuello, el costado izquierdo, la pelvis, dos dedos, la muñeca derecha, la cadera izquierda y la entrepierna derecha. Su tatuaje preferido es el de la espalda, está justo donde inician las vértebras de la columna junto al cuello, siempre celosamente cubierto por su cabello, un gato siniestro que para ella encarna la maldad oculta en cada ser humano. Pese a los once tatuajes siente que le faltan figuras para marcar su cuerpo estilizado. Es tan delgada y su pecho tan pequeño que parece una niña de catorce años, aunque sus caderas dicen lo contrario. Sabe que es diferente y deseada. Su vientre es perfecto, plano por capricho de la genética, sin una sola estría, cubierto por un fino vello castaño y adornado por un piercing que lanza un brillo al contraste con la luz.
Como todas las Barbies contemporáneas es nocturna. Su comportamiento y su visión del mundo están en el extremo opuesto de la Barbie que repetía frases de ama de casa. Son unas muñecas bellas pero su conducta puede identificarse más con la muñeca Annabelle de las películas de terror. Concilian el sueño en la madrugada, de dos a tres de la mañana en semana y de cuatro a las diez de la mañana los fines de semana, y se levantan de una a tres de la tarde adornadas por unas ojeras lozanas que les dan un aire de misticismo. Cuando estudian evitan horarios en la mañana, por lo general no trabajan formalmente, algunas sin vergüenza se identifican con grafitis gastados en el muro de Facebook: “Trabajo actual: Las princesas no trabajan”.
Luisa es callada, utiliza frases cortas con palabras frías para mostrar su carácter, no acostumbra mirar a los ojos cuando habla con alguien. Una mirada perdida al infinito es su gesto más cercano. Es pálida y bella, su piel parece emanar un color amarillo casi enfermizo. Su cabello, bastante corto, está adornado con una tintura que le deja un rubio intenso. Es de estatura mediana y flaca, sus caderas y senos resaltan en sus bailes. Tiene cuatro tatuajes, una libélula en la muñeca izquierda, un tribal en el dedo corazón de la mano izquierda, una orquídea en la pierna derecha, y una cruz en medio de los senos, todos tatuajes pequeños que considera tienen más clase.
Al igual que el resto de las Barbies contemporáneas es capaz de escuchar electrónica durante todo un día y detesta los oficios domésticos. Lleva una relación distante con sus padres con quienes trata especialmente sobre un permiso para una fiesta el fin de semana o para el pedido de un pequeño capricho de moda. Su día transcurre entre los sonidos musicales de David Guetta, LMFAO y guaracha, un nuevo género que mezcla el clásico merengue, el perreo del reguetón y la música electrónica. Es adicta al WhatsApp y a la actualización desmesurada de su estado en Facebook, y tiene una gran capacidad de potencializar el ocio.
Después de las doce de la noche apenas empieza la rumba para las dos Barbies, la fiesta arranca en una discoteca, pero nunca se sabe dónde terminará.
A las tres de la mañana —Luciana se despierta siempre a esta hora—, no sabe por qué, revisa su celular y tiene unas llamadas perdidas, llamados o susurros oscuros, devuelve la llamada. La idea de arreglarse a las tres de la mañana para salir, tomar un taxi e ir hasta una finca a cuarenta minutos, no es muy tentadora. Lanza un madrazo mental por lo absurdo de contemplar la posibilidad, al final como dice ella, “le dañaron la cabeza”. Llega al sitio a las cuatro y media de la mañana, la reciben con un agua rosada, básicamente un coctel de éxtasis. En el lugar hay un DJ que toca sin piedad guaracha, es su primera fiesta de este estilo. Minutos después llegan unos manes de la vuelta, la miran embelesados, brilla como una rosa blanca en la noche, después de los acostumbrados piropos de traqueto, le pasan una bolsita con un polvo rosa. Luciana pregunta de qué se trata, “Es tusi, pones un poco en la punta de una llave y la inhalas por la nariz”. Mierda, piensa un poco sorprendida, les dice que no y uno de ellos la abraza mientras otro le ayuda a inhalarla. Luciana no siente ningún efecto. Sigue la fiesta y de pronto algo estalla en su cabeza. Son las ocho de la mañana, se pone su vestido de baño rosado, sin preguntarle nada la tiran a la piscina, ahora es ella la que administra la bolsita de tusi, dándose sus pases y poniéndola a rodar. La fiesta crece y cada vez Luciana se siente más “involucrada”, cada vez la música más cerca y los demás estímulos más lejanos. El que manda toda la vuelta ya está ebrio, pero ordena traer más whisky y drogas.
A Luciana no le gusta enredarse con ningún tipo cuando está de fiesta, solo disfruta de la música y los confites. Ya está bastante “involucrada” con el tusi. Llega a un punto en el que pierde sus sentidos, no ve bien, todo está un poco borroso, quiere decir algo pero solo salen incoherencias, siente la música “full”. Un pase cada cinco minutos.
Se quebró las uñas, se reventó los labios pero no siente nada, sus pupilas se dilatan al extremo, quizás también se comió una pepa y esto la pone mal. Para el consumo de tusi, se estabiliza a punta de Old Parr. La historia se repite hasta las dos de la mañana, una faena de casi veinticuatro horas en pie. Para Luciana ese estado es único, se siente libre, no le importa tener un hombre a su lado, es como descargar cualquier preocupación humana.
La fiesta de Luisa comienza un poco antes, llega a las once y media de la noche, entrega un paquete de confites que uno de sus amigos le pidió que recogiera en otra parte de la ciudad. Por lo general su barra de amigos es invariable, sujetos con poder, control territorial, pero sobre todo con acceso a drogas. Su barra de amigos ya se acostumbró a su estilo histérico, pero el resto de la discoteca mira entre morbo y reproche su diminuto short azul, desflecado, que deja ver sus grandes cachetes, listos para moverse al ritmo de la música. Apenas iniciada la rumba y ya la dama está sentada diez minutos con la mirada perdida, los ojos dormidos, como en un letargo dulce, ya en su sistema central navega una pepa de éxtasis azul mezclada con un poco de whisky, poco, ella no es muy amante del alcohol. Son las dos de la mañana, para salir de ese letargo Luisa siempre utiliza la misma solución: Tusi “take tarake take”, puede consumir hasta dos bolsitas por noche, cada bolsita cuesta alrededor de sesenta mil pesos, pero los mejores amigos de Luisa tienen con qué. En la discoteca la fiesta está ácida, es una ronda donde consumen todo tipo de drogas, sin temor de ser observados: unos fuman cripy, otros pierden sus fosas nasales en un pequeño frasco, pero Luisa prefiere un pase de tusi, ese polvito rosado que la vuelve a la vida, con el que siente que la música está viva y la transporta, que le inyecta un ánimo maniaco del que carece en su vida diurna, que es plana, sin mayor sentido.
Luego del pase, la nena no para de bailar, una maratón endemoniada para tirar paso, se da un pase cada diez minutos y ofrece a los más cercanos, son las cuatro de la mañana y uno de los que ordenan invita a una fiesta en una finca, salen rumbo a San Jerónimo. Todos siguen tomando, Luisa sigue “involucrada” con ese polvo rosado parecido a su suéter y que identifica a las Barbies, su insignia preferida. Al llegar a la finca a las cinco de la mañana la fiesta es en la piscina, el sexo es esporádico y casi que pasa a un segundo plano, ahora solo escucha la música, cada vez baila más encorvada, cada vez su fina figura es más caricaturesca, silenciosa; su viaje es solo un grito mudo, un intento por entender o evadir todos esos líos que a su edad no comprende.
El tusi se supone que es una droga de alta gama, se da el carácter de ser un producto selecto, su nombre técnico es 2CB y su composición química es misteriosa, sobre todo en Colombia donde el pirateo no se queda en las películas de temporada y la camisa de la selección. Cuando la ponen bajo la lupa de los químicos encuentran que está compuesta por ketamina, metilsalicilato, MDMA, anfetaminas y diluyentes. Lo que nos lleva a concluir que el tusi son las mismas drogas de siempre con un color rosa llamativo y una estrategia de mercado audaz. Otra explicación sobre el origen dice que es un derivado del peyote, planta endémica de México y que solo crece en zonas desérticas.
Algunos mitos de fiesta explican la llegada del 2CB a Colombia con historias que parecen sacadas de la serie Narcos. Uno sostiene que un ingeniero químico colombiano trajo la fórmula y lo mataron para obtenerla. Otros afirman que intentaron secuestrarlo y no pudieron, entonces decidieron imitar la droga. Lo cierto es que el producto tiene todo tipo de versiones y rueda por las principales ciudades del país.
Las Barbies actuales ya no toman Cherry, como en los noventa, tampoco toman guaro como recién entrado el año 2000. Las Barbies actuales toman whisky y utilizan un polvo rosado para gritar su igualdad, su llamado al poder, una lucha que las puede llevar a una autolisis. A Luciana estas fiestas la liberan, la llevan a su compleja esencia femenina. Después de esa primera fiesta siguieron muchas más, una fiesta eterna en su cabeza, rituales apocalípticos a los que por momentos no se ve un fin. Para Luisa, estas fiestas son su escape, como aquella ocasión en la que estuvo en un evento de electrónica en Cartagena y la fiesta duró quince días, medio se bañaba, medio comía, solo las sustancias la mantenían en pie.
Luisa y Luciana son como dos niñas echadas a rodar en una bicicleta de la Barbie, sin frenos, por cualquier loma del Valle de Aburrá.