Objetos que brillan en la noche
Santiago Rodas. Ilustración: Samuel Castaño
Para Yasser Alberto Murillo
A la final no te importa tanto, qué va, no te importa. Qué te va a importar: los problemas son lo de menos, manito. De todos modos te toca correr, es de noche y toca correr, ya perdiste feo. Pailas mopri, te dices. ¿Pies para qué los quiero?, te preguntas. Esas gonorreas me están persiguiendo, me están persignando con sus cuchillos, te dices. No son tus manitos, son todo lo contrario. Tus manitos te ayudarían, porque para eso es un manito. Estás solo, más solo que Messi en la selección, piensas. Ellos se te vienen en cocado, te respiran en la nuca. No son capaces de a uno, porque de a uno sí los vas atendiendo: mijo, cómo fue, vamos a wiriar, párese en esta raya que le dibujo con el machete, párese en esta línea invisible que le marco con este coso. Pailas, piensas. Vienen cinco y te están persiguiendo. Wiriar contra cinco es perder. ¿Y qué, por qué te persiguen? No importa, cucho. No importa, es lo de menos. Ya te descolgaste por el parque de San Antonio, escuchas la música de los tambores cada vez más pasito, tan solo pedazos de las canciones, tricitas de las notas: un zumbido. Los oídos se te tapan por el corazón que retumba adentro de las costillas gruesas. Casi se te sale el corazón de la ropa, de la camiseta que estás estrenando; escuchas los latidos, el traqueteo ahí dentro.
La música del parque ya se siente como si la fiesta fuera en otra parte, como si hubiera llegado la policía y la hubiera hecho apagar. Cinco pelagatos, vienen con cuchillos. Te tienen fichado. Jueputa ome, te dices. Bajas por el lado del puente peatonal hasta San Juan. ¿Para dónde agarro? Perros hijueputas, les dices con la mirada. Eres negro, y ellos también son negros. Cinco negros persiguiendo a un negro por pleno Centro. Todos con ñalas y chupa chupa y patecabras. Esa es la imagen que debe ver la gente, aunque hay tanta gente que no hay nadie, nadie ve nada, nadie se mete en las cosas de los negros. ¿Quién se va a meter con cinco negros para impedir que le entren cuchilladas a otro negro? Piensas. Ya te duelen los pulmones de la carrera. Te duelen los pies, te duele la mano de empuñar duro el machete que traes en la derecha, la mano buena, en la que está la puntería. Este machete es lo único que tienes y no lo sueltas ni por el putas. Te va a tocar es volverte el diablo y hacer cosas del diablo.
Subes rápido, agitado, por la bocacalle te alejas de la avenida y te metes entre los barrios, a ver si despistas a esos malparidos. Por acá me les pierdo, por acá no conozco y me pierdo yo también. Debajo del puente ves varios hombres que viven en la calle, y te da envidia; te gustaría estar así como ellos, sentados mirando gente, sin embolates, sin preocupaciones, fumándose sus cosos y viendo los carros y el desfile de San Pachito que acaba de pasar por acá. Sobre todo envidias su posición estratégica para ver a esas negras y a esas morenas bien buenas. Meras cosotas, meras cositas, con esa bola a punto de estallárseles, bien dura, te dan ganas de silbarles, ahí sentado en la manga, decirles, gritarles: Hey, mami, cómo fue, cuándo me lo va a dar pues, por qué tan remilgada, cuándo se va dejar invitar a la casa pa que nos veamos una cintica que tengo en DVD, mera historia, hay un man que rescata a una princesa pero luego resulta que la princesa es un monstruo al que le salen un manado de chuzos por todas partes, el man primero se asusta, pero después no le importa y así se van a vivir juntos y tienen como doce hijos. Negra, cuándo se va dejar llevar para la selva para decirle cuantos pares son tres moscas, ¿cuándo, negrita morena? Quieres decirles en el oído a cada una de ellas: Huy, negra, no se asare, que si usted tiene marido yo no soy celoso, negra.
Pero nada, no te puedes poner a pensar en chimbadas, porque los negros ya te vieron subir por San Juan. Negros carechimbas, me tienen en la mira. Corres por la avenida y ves varios talleres de mecánica. Si te metes en uno de esos talleres los negros te ven y ahí sí no te salva ni la Virgen de Atocha. Ay niño. Nada. Subes por tremenda loma, mejor, casi trepas. Ves un colegio, pero está cerrado: claro hoy es sábado. Nadie es tan güevón para estudiar los sábados en la noche. Los sábados son para cosas chimbas, no para andar corriendo como un quemado ni nada de eso.
Estaría bueno irme a bailar los vallenaticos nuevos que son los buenos para entrar en calor, para hablar con las hembras, y luego solo trap. Pero nada de hembras. Concentración. Si no me les salgo a estos perros que me persiguen, nada de vallenatos ni trap ni de hembritas ni de piecita caleta ni nada.
Recuerdas cuando corrías todo chinga y apostabas, con tus manitos de la misma edad, a que el último que llegara le tocaba comerse un tarrito de kolyno entero, de una sola tacada, que se robaban de cualquiera de la casas. Qué caja esa época, era cuando todo era bueno. El manito que se tragaba el kolyno quedaba con los ojos que se le salían del ardor y todos tirando caja y riéndose del manito hasta que se caían de la risa porque al manito le empezaban a doler las tripas y salía pitando para la casa a ver si se sacaba el kolyno del estómago.
Escuchas una música, una música que crees es de blancos: rock, sí, eso escuchas, y te vas a buscar el origen de esa música. Suena duro, como si fuera un concierto. Si es un concierto debe haber mucha gente, piensas. Entre la gente sí te camuflas y te relajas y te haces el blanco, escuchando música de blancos. Pito, qué, dices. Mero gentío ves al fondo. Acá fue. Mero cocado de gente allá al fondo, piensas. Voy pa allá, sin mente y así me les desaparezco a estas chandas. Te chocas con varios que te miran y te reparan, sobre todo reparan en el machete en tu mano, dicen: Este loco qué ome. Pero sigues clavado, pagando escondite a peso.
Ya no ves a los negros, ya no les ves los filos en sus manos. Te adentras entre el gentío y está bien oscuro. Hay una tarima y una mujer que canta una música sabrosa y le salen luces de colores por detrás en el escenario. No es la música de blancos que pensabas. Bueno, la verdad es que no sabes si te gusta o no, porque tienes la cabeza a mil. Puro martilleo en la sien. Mil es poquito. Caes en cuenta de que esto es un cementerio, es o fue, porque hay un montón de huecos a los lados, pero vacíos, un viajado de tumbas alrededor, tienen velas prendidas, un montón de velas como las de diciembre, una en cada uno de los huecos. Lees un letrero grande que dice: Nada justifica el homicidio, y abajo: Nocopio. Yo no copio de nada, niño, yo voy es para adentro, te dices.
Atraviesas un reguero de gente, de música, de colores. Piensas en que si te subes a la tarima estarás a salvo. Me subo y corono. Sigues remando entre la gente, a ver si logras salir de la muchedumbre que baila, que canta, que mira las luces de las velitas en las tumbas. ¿Cómo vine a dar a un cementerio? Piensas. La música, manito, la música, te respondes. Sientes un ardor en la espalda y de inmediato un sabor a cobre en la boca. Tienes sed, por la carrera, te convences. Te tocas y no ves nada. Miras hacia atrás y ves un barullo, un revolcón, un viaje de gente. Los negros te han visto. Los ves a los ojos. Tienen ojos de hambre, ojos de perros con hambre. Pirobos, me pillaron, perros, me pillaron. Qué va hijueputas, gritas. Ya no tienes el machete en la mano, se perdió. Algunos que no conoces te cubren y no dejan que todos los negros que te persiguen te alcancen. Sientes que te vas. Sientes que se te van las fuerzas, debe ser el cansancio y la sed. La música se para y un silencio sucio se adueña de las cosas por un momento. Los negros ahora corren, se alejan. Ves que salen del cementerio como si hubieran visto un espanto. Perros malparidos, si tuviera el machete otro gallo cantaría, me los wireo de a uno, manito. Perros, masticas. El silencio se vuelve como un trapo mojado que cubre las cosas. Te dejas caer para descansar. El piso está fresquito. Escuchas voces y murmullos, pedazos de palabras, como si la realidad estuviera en cámara lenta. Ya no hay música. Sientes que te levantan entre varios, que te llevan cargado, que te transportan como cuando jugabas con tus manitos y cargaban a alguno para tirarlo por un barranco o un precipicio, para que cayera en un tierrero y después había que correr para que el manito todo enojado no le pegara a ninguno de tus otros manitos.
Sales del cementerio en hombros. Ves las luces en los nichos de las tumbas, ves las velitas, como si fuera diciembre. Qué chimba diciembre, manito. Piensas en los globos que tiras con tus manitos en diciembre, piensas en los globos que se elevan, en la música, en tus manitos, piensas que te gustaría volar igual que un globo.