Número 92, noviembre 2017

Cinco poemas
Juan Ce. Restrepo Pérez

Lo sé todo acerca de esos Hombres

Lo sé todo acerca de esos
hombres.
El cigarrillo no acabó con mi
garganta.
El humo de los carros no acabó
con mi garganta.
Nunca leí un poema en voz alta.
Pero me quedó el cansancio.
El tedio.
El horror.

Las películas de Hollywood no
enseñan a recitar poemas.
Tampoco enseñan a conquistar
mujeres,
Tuve el mentor equivocado.

Nunca vi a un niño morir al lado de
las vías del tren.
Nunca me paré al borde de la
cornisa.
Nunca me supe un animal extraño.
No tengo un solo CD de jazz
y no le regalaría nunca mi nombre
al mar.

Los señores que escriben poesía
en mi ciudad han visto muchos
muertos.
Se han comido muchas mujeres
vampiras
y tienen súperpoderes.

Yo ni siquiera he elevado una
cometa.

El cigarrillo no acabó con mi
garganta.
Tampoco esa pesadez
desarraigada de enfrentar una
causa perdida ha podido acabar
con mi garganta.

Yo no grito.
Nunca en 29 años he levantado la
voz.
Los señores que escriben poesía
en mi ciudad tampoco.

Ray Ban’s

Los poetas de mi ciudad lloran
cuando van en el metro porque
piensan que las otras gentes son
gentes tristes.
No solo lloran, lo escriben.

Lloran porque la gente no llora al
verlos llorar, ni se conmueve con
sus versos malos.
No solo los escriben, los publican.

Los poetas de mi ciudad se quejan
de que en el metro solo se ven
rostros marchitos.
Es el tedio.
    La hora.
        El calor.
            El sueño.

La gente no está triste porque le
hace falta poesía.
La poesía no compra ron, ni
cigarrillos.
Tampoco paga por el jabón, o por
el arroz o por el sexo.
La poesía solo sirve para hacer
llorar a los poetas malos detrás de
sus Ray Ban falsas.
Y para que nosotros, los otros,
tengamos que sufrir sus
aburridísimos post en Facebook.

Los poetas de esta ciudad son
torpes y vacíos.
No saben sino llorar,
Y no escuchan reggaeton.

Cuando miran hacia los barrios
pobres a un lado del río piensan
que su más grande martirio es no
mirar la belleza de las nubes, o ese
verde desabrido de la montaña.
Como si en las nubes resucitaran
los muertos,
Como si en esas laderas no los
enterraran.

No solo lo publican, se lo creen.

Los poetas de esta ciudad dicen
que lloran detrás de sus gafas
falsas
porque sus lágrimas también son
falsas

Leen a Piedad Bonnet.
Citan a Jodorowski.
Y no saben Bailar.

Un poema poco memorable

Una vez escribí un poema sobre el
olvido
y hablaba de todas esas cosas que
no recuerdo.

Mi novia lo leyó.
Mi madre lo leyó.
Mi papá dijo haberlo leído.

En él confesaba haberle metido los
dedos por debajo de la falda a una
prima francesa,
haberme robado una panadería y
huir con esa plata al mar.
Dispararle tres veces al cuadro del
sagrado corazón en la cabeza,
Y muy triste por hacerme viejo.

Tenía trece años y no sabía dónde
poner las tildes.
Mi papá me felicitó por el poema y
me regaló un compás.
Mi mamá me enseñó a hacer
mazapanes
y mi novia por primera vez me dio
uno de esos besos con lengua.

Pensé que había encontrado el
camino correcto para enfrentar
los pormenores de una existencia
agujereada e imperfecta.
Mentira.
Tenía trece años y no sabía dónde
poner las tildes.
Ni siquiera sabía que había escrito
un poema.

Era feliz.
Una mentira que abrigaba el duelo.
Mi papá nunca volvió de la guerra.
Mi mamá es arquitecta.

Es un poema poco memorable.

Me dijo un amigo ayer que Abel Aguilar era un personaje literario

Me dijo un amigo ayer que Abel
Aguilar era un personaje literario.
Un personaje plano
de esos que no tiene líneas.
Que tiene poquitas líneas.
Bueno, de los que se disfrazan.
Los que a mitad del libro resultan
importantes.
Los que solo recuerdan los que
han leído el libro más de dos
veces.
Los que saben leer,
y no solamente ven el partido.
O ven los goles en las noticias.

Me dijo un amigo ayer que Abel
Aguilar era un personaje literario.
y yo le dije que Abel nunca había
sido protagonista.
Rio.
Replicó.
Sentenció.
Sansón Carrasco tampoco y retiró
al Quijote de las canchas.

No hay guasca al otro lado del Estigia

Yo también puedo escribir versos vacíos con esa cadencia
lenta,
solemne,
impostada,
A
   JE
      Na
de los que leyeron a Novalis una vez y se lo llevaron pa’l centro.

Untar mis palabras de hermetismos torpes.
Epitafios alados,
Criptas frías,
la muerte y el color azul.
Los álgidos cipreses.
Un violín pintado con sangre.
El grito de Munch.
Un niño gamín afuera de una ventana.
O cameos desprestigiados de poetas muertos y parafraseos de Chessman, Bacon, Nervo,

I got it.
Las mariposas guardan con desprecio el precio inútil de sus silencios.
No hay guasca del otro lado del Estigia,
no hay tangos en el Lete, ni donde tomarse un aguardiente.

Para qué televisión si hay poetas, me dicen,
como si de poesía se alimentara el intelecto,
como si ese reciclaje a los muertos tuviera mérito.

Son lindos, todos,
soñadores.
Creen que la poesía murió apenas este siglo,
que algún artilugio moderno desplazó la pesadumbre de los malos versos.

La poesía nació muerta.
o es una de esas cosas que nunca existieron.

Como los pies alados de Aquiles,
Rambo,
Superman,
las apsaras o las melusinas.
UC

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