Cinco poemas Juan Ce. Restrepo Pérez
Lo sé todo acerca de esos Hombres
Lo sé todo acerca de esos hombres. El cigarrillo no acabó con mi garganta. El humo de los carros no acabó con mi garganta. Nunca leí un poema en voz alta. Pero me quedó el cansancio. El tedio. El horror.
Las películas de Hollywood no enseñan a recitar poemas. Tampoco enseñan a conquistar mujeres, Tuve el mentor equivocado.
Nunca vi a un niño morir al lado de las vías del tren. Nunca me paré al borde de la cornisa. Nunca me supe un animal extraño. No tengo un solo CD de jazz y no le regalaría nunca mi nombre al mar.
Los señores que escriben poesía en mi ciudad han visto muchos muertos. Se han comido muchas mujeres vampiras y tienen súperpoderes.
Yo ni siquiera he elevado una cometa.
El cigarrillo no acabó con mi garganta. Tampoco esa pesadez desarraigada de enfrentar una causa perdida ha podido acabar con mi garganta.
Yo no grito. Nunca en 29 años he levantado la voz. Los señores que escriben poesía en mi ciudad tampoco.
Ray Ban’s
Los poetas de mi ciudad lloran cuando van en el metro porque piensan que las otras gentes son gentes tristes. No solo lloran, lo escriben.
Lloran porque la gente no llora al verlos llorar, ni se conmueve con sus versos malos. No solo los escriben, los publican.
Los poetas de mi ciudad se quejan de que en el metro solo se ven rostros marchitos. Es el tedio. La hora. El calor. El sueño.
La gente no está triste porque le hace falta poesía. La poesía no compra ron, ni cigarrillos. Tampoco paga por el jabón, o por el arroz o por el sexo. La poesía solo sirve para hacer llorar a los poetas malos detrás de sus Ray Ban falsas. Y para que nosotros, los otros, tengamos que sufrir sus aburridísimos post en Facebook.
Los poetas de esta ciudad son torpes y vacíos. No saben sino llorar, Y no escuchan reggaeton.
Cuando miran hacia los barrios pobres a un lado del río piensan que su más grande martirio es no mirar la belleza de las nubes, o ese verde desabrido de la montaña. Como si en las nubes resucitaran los muertos, Como si en esas laderas no los enterraran.
No solo lo publican, se lo creen.
Los poetas de esta ciudad dicen que lloran detrás de sus gafas falsas porque sus lágrimas también son falsas
Leen a Piedad Bonnet. Citan a Jodorowski. Y no saben Bailar.
Un poema poco memorable
Una vez escribí un poema sobre el olvido y hablaba de todas esas cosas que no recuerdo.
Mi novia lo leyó. Mi madre lo leyó. Mi papá dijo haberlo leído.
En él confesaba haberle metido los dedos por debajo de la falda a una prima francesa, haberme robado una panadería y huir con esa plata al mar. Dispararle tres veces al cuadro del sagrado corazón en la cabeza, Y muy triste por hacerme viejo.
Tenía trece años y no sabía dónde poner las tildes. Mi papá me felicitó por el poema y me regaló un compás. Mi mamá me enseñó a hacer mazapanes y mi novia por primera vez me dio uno de esos besos con lengua.
Pensé que había encontrado el camino correcto para enfrentar los pormenores de una existencia agujereada e imperfecta. Mentira. Tenía trece años y no sabía dónde poner las tildes. Ni siquiera sabía que había escrito un poema.
Era feliz. Una mentira que abrigaba el duelo. Mi papá nunca volvió de la guerra. Mi mamá es arquitecta.
Es un poema poco memorable.
Me dijo un amigo ayer que Abel Aguilar era un personaje literario
Me dijo un amigo ayer que Abel Aguilar era un personaje literario. Un personaje plano de esos que no tiene líneas. Que tiene poquitas líneas. Bueno, de los que se disfrazan. Los que a mitad del libro resultan importantes. Los que solo recuerdan los que han leído el libro más de dos veces. Los que saben leer, y no solamente ven el partido. O ven los goles en las noticias.
Me dijo un amigo ayer que Abel Aguilar era un personaje literario. y yo le dije que Abel nunca había sido protagonista. Rio. Replicó. Sentenció. Sansón Carrasco tampoco y retiró al Quijote de las canchas.
No hay guasca al otro lado del Estigia
Yo también puedo escribir versos vacíos con esa cadencia lenta, solemne, impostada, A JE Na de los que leyeron a Novalis una vez y se lo llevaron pa’l centro.
Untar mis palabras de hermetismos torpes. Epitafios alados, Criptas frías, la muerte y el color azul. Los álgidos cipreses. Un violín pintado con sangre. El grito de Munch. Un niño gamín afuera de una ventana. O cameos desprestigiados de poetas muertos y parafraseos de Chessman, Bacon, Nervo,
I got it. Las mariposas guardan con desprecio el precio inútil de sus silencios. No hay guasca del otro lado del Estigia, no hay tangos en el Lete, ni donde tomarse un aguardiente.
Para qué televisión si hay poetas, me dicen, como si de poesía se alimentara el intelecto, como si ese reciclaje a los muertos tuviera mérito.
Son lindos, todos, soñadores. Creen que la poesía murió apenas este siglo, que algún artilugio moderno desplazó la pesadumbre de los malos versos.
La poesía nació muerta. o es una de esas cosas que nunca existieron.
Como los pies alados de Aquiles, Rambo, Superman, las apsaras o las melusinas.
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