Sábado 21
José, papá de Nereli y tío del muchacho que me recibió en la terminal, reposa en la reclinadora del pasillo que une las dos alas de su casa y me invita a ver el partido del Real Madrid contra el Málaga. Lleva chanclas, una pantaloneta gris, una camisa celeste, el pelo a ras, y suelta un alarido cada vez que los merengues erran un pase.
Este ingeniero civil jubilado, que ya superó los sesenta, planea hacerle remodelaciones a su casa para recibir más huéspedes. El alto costo de las lámparas led tiene suspendidas las obras. En Cuba, me explica, hay productos inaccesibles porque el Estado no tiene total control sobre la oferta y la demanda, ciertos productos son acaparados por una sola persona que termina convirtiéndose en la reguladora de los precios.
Terminada la euforia del balón, José bebe agua para paliar el catarro y me cuenta que hace veinte años una libra de pescado valía un peso, “hoy vale 25”; la libra de cerdo valía un peso, “hoy vale 18”.
—En los primeros años de la Revolución la comida era muy barata, y nos alcanzaba para ir a la playa; pero fue un error del gobierno porque mal acostumbró al pueblo...
Antes de triunfar la revolución, el peso cubano —CUP— estaba a la par del dólar. Hoy Cuba compite por el salario mínimo más bajo del mundo. El hijo de José, por ejemplo, montó una pizzería porque le resulta más rentable que ejercer su profesión.
—Si suben el salario se vacían los estantes. Cuando me dicen que la salud y la escuela en Cuba son gratis y mi salario no alcanza, yo estoy pagando mi salud y mi escuela, si tuviera un salario más alto los podría pagar.
Domingo 22
Hoy regresé a La Habana. Fui al Museo de la Revolución. La cúpula, los ventanales ovalados, y los detalles barrocos le dan una majestuosidad propia de palacio europeo.
El museo es un lugar de culto. En las más de veinte salas están ilustradas las estrategias militares con las que Fidel le arrebató Santiago de Cuba, y el país entero, a la “tiranía”, los nombres de los guerrilleros que acompañaron a Fidel en la operación libertadora, recortes de la propaganda difundida por las Fuerzas Rebeldes, el organigrama de la guerrillerada, fotografías de personalidades famosas que visitaron la isla como Winston Churchill y Jorge Negrete, comparaciones de cuántos hospitales había en Cuba antes y después de la Revolución… y está el satírico rincón de los cretinos, por el que pasan miles de turistas gringos al año, donde están caricaturizados Fulgencio Batista y los presidentes estadounidenses Ronald Reagan, George Bush padre y George Bush hijo. Cada uno tiene una dedicatoria especial, la de Bush hijo dice: “Gracias cretino por ayudarnos A HACER IRREVOCABLE EL SOCIALISMO”.
También fui al Tablao, el sótano del Teatro Alicia Alonso, ubicado al frente del Hotel Inglaterra, convertido en salón de eventos. El recinto rectangular estaba colonizado por la penumbra, a excepción de la tarima donde cantaba Ivette Cepeda.
La entrada costaba una cuarta parte del salario mínimo cubano. Los hombres llevaban pantalón y camisa de rayas. Tacón y vestido las mujeres. De cada diez personas, nueve eran de piel clara y una de piel negra. Las meseras eran negras y los cocineros también.
Esos, supongo, son los contrastes del socialismo.
Lunes 23
Los lunes reina la desidia en La Habana. Los lugares de interés, cerrados. Los bares, vacíos como cáscaras de huevo.
Acompañado por Ivana, una argentina que conocí al desayuno, recorrí El Vedado. En esa zona de la ciudad las casas son de dos plantas, las calles son amplias y arborizadas, y hay restaurantes a los que un asalariado no podría entrar, es territorio de privilegios, la antítesis de Centro Habana. Después caminamos por las cercanías del malecón. Yandi llevaba dos niños a bordo de un bicitaxi, uno de los tantos que pululan como cucarachas en La Habana. Al pasar nos miró con intriga, dejó los pasajeros en una casa, y se nos acercó.
Cenamos juntos y contó que tiene 31 años, que se había recibido de salvavidas, que los recorridos en bicitaxi los cobraba según la nacionalidad del pasajero, que si los padres no mandaban a sus hijos a la escuela podían ir presos, que trabajaba en la Escuela Bolivariana de la República de Bolivia, y que a las mujeres cubanas les gusta robarse las miradas cuando salen a la calle y por eso visten prendas de colores vivos y llevan sortijas.
Yandi también me explicó por qué, a pesar de las penurias económicas, al caer la noche se multiplican las botellas de ron.
—La idiosincrasia del cubano es así: si gana diecisiete dólares en el día, por la noche se los gasta.
El Centro Comercial Carlos Tercero es una colmena capitalista sobre el meticuloso caos de una avenida habanera. La expresión más fidedigna del consumismo desenfrenado. La estructura que demuestra las incoherencias y las grietas de una religión política. Cuatro pisos de martirio sonoro. Los niños juegan en las maquinitas mientras sus papás comen pollo, toman cerveza, cargan bolsas, miran vitrinas. Y, afuera, el mundo parece negar ese espectáculo primitivo.