Cuando llegué a New Order y me dirigí a la barra, vi que el Tuso, un sicario del combo de Castilla, tenía su pistola sobre la barra y la giraba como una hélice muy cerca al puesto del DJ. De pronto dijo en tono amenazante, “esta noche yo les voy a decir cuál es la música que van a poner”; en ese momento supe que New Order había muerto. Era el momento de despedirme de mi bar.
Corría 1989 y habían pasado ya tres años desde los días de New York New York, otro pequeño bar de música romántica en Envigado, donde realmente todo empezó. En la década de los ochenta Medellín era la capital colombiana de la música. Casi todas las disqueras, Sonolux, Discos Fuentes, Codiscos, Discos FM, Discos Victoria, tenían su sede en la ciudad. Ser el columnista de música en El Colombiano me convertía automáticamente en el centro de atención de las mismas, giraban buscando una reseña para sus discos.
Eran días muy divertidos, casi de ensueño. Un día visitaba a Marco F. Eusse, director A&R de Codiscos, y salía con los brazos llenos de todo el rock argentino del sello Interdisc que jamás vería la luz en Colombia. Lo mismo sucedía cuando visitaba a Edwina Vásquez, directora de mercadeo internacional de Sonolux, y le preguntaba:
—Edwina, ¿qué es esto que dice Ilegales?
—Es un grupo español.
—¿Y lo vas a sacar?
—No, para nada. Aquí no hay nadie que programe esa música… Te lo regalo.
Y de regalo en regalo me hice a una discoteca con bandas y solistas que nadie conocía y nadie quería hacer sonar: Charly García, Virus, Serú Girán, Miguel Ríos, Olé Olé, Orquesta Mondragón, Abuelos de la Nada. Al escucharlos me parecía increíble descubrir música tan bien hecha y cantada en español. Pero en Colombia no había espacio para esos sonidos, pues las emisoras juveniles solo reproducían el formato Top-40 de Billboard y las románticas no se movían de Julio Iglesias y compañía.
Para entenderlo bien hay un ejemplo perfecto. En 1985 Codiscos se atrevió y lanzó el álbum Todo a pulmón del argentino Alejandro Lerner. Me encomendaron promocionarlo en todo el país, visité más de diez ciudades y la respuesta fue siempre la misma, resumida perfectamente por Carlos Sierra de La Voz de Colombia: “Es demasiado pop y eso aquí a la gente no le gusta”. La canción que les parecía demasiado pop era No hace falta que lo diga, hoy un súper clásico del archivo. Estaba sin saberlo frente al paradigma de la época.
New York New York
Todo iba a comenzar a cambiar la noche de un jueves de 1986 en Envigado, cuando después de rumbiar en el apartamento con Vickytru, Jota, Panelo y Emilio Sus, y de brincar como indios locos con esa música rechazada, nos fuimos a visitar a Santiago Ochoa, un roquero muy fino que había conseguido trabajo de barman en New York New York, un bar a media cuadra del parque.
Con ese nombre esperábamos algo más cosmopolita. Entramos y no había un alma a pesar de que sonaban los éxitos de Camilo Sesto, José José y otros románticos de moda. Aprovechando que estábamos solos le dijimos a Santiago que nos pusiera los discos que traíamos de grupos argentinos y españoles. Con semejante amplificación, esa noche la terminamos brincando en aquel bar que estaba abierto solo para nosotros y, lo mejor, ya no nos gustaba solo a cinco… ya éramos seis.
Prometimos volver al siguiente jueves. Algunos fuimos con acompañantes y la historia se repitió. Entre brinco y brinco nos preguntábamos casi al grito… ¿y eso qué es? Radio Futura, contestaba el DJ de turno. ¿Y ese cómo se llama? Aviador Dro, decía el otro. Todo era nuevo y fascinante.
La cita del jueves se volvió ritual y cada semana llegaban más amigos de los amigos. Como Javier Rodríguez, que luego dirigiría Cámara FM; Tato, que luego fundaría Estados Alterados, y Elkin Ramírez, con quien estrenamos una noche, en primicia municipal, Escudo y espada, anticipo del primer álbum de Kraken.
Como ya no cabíamos y solo queríamos bailar, arrinconamos sillas y mesas. Jamás olvidaré cuando estando en la barra se sentó a mi lado un tipo muy elegante que nos miraba a todos como observando una invasión alienígena… Era el dueño del bar que llegaba sin aviso. Un joven médico muy tieso y muy majo. Llamó a Santiago y cuando todos pensamos que lo iba a despedir y nos iba sacar a la calle, le dijo que se olvidara de la “plancha”, se quitó el saco y la corbata y se puso a bailar. Fue el primero en lucrarse con la idea.
Unas semanas después y de manera sistemática comenzaron a caer la policía y el ejército. Se turnaban. Hacían quitar la música y nos ponían a todos contra la pared. Cerraban el lugar si alguno no portaba su cédula, si a alguien le encontraban marihuana o simplemente porque la música estaba muy alta. O solo porque sí.
Una vez le preguntamos a uno soldado por qué nos la tenían tan velada y nos dijo, “es por orden del patrón, el patrón no quiere sitios de vicio en su ciudad”. El patrón, Pablo Escobar, era por aquel entonces el amo y señor de Envigado. Era irónico pensar que el mayor narcotraficante del mundo nos persiguiera solo porque teníamos el pelo largo, con algunos tintes, y no bailábamos chucuchucu. No recuerdo haber sentido nunca dentro de New York New York olor a marihuana. Lo cierto es que al final de cuentas lo cerraron.
New Order
Sin un lugar dónde reunirnos quedamos huérfanos. El mundo jamás volvió a ser el mismo para ninguno de nosotros. Las tabernas como Lauro’s donde uno iba a sentarse a oír “música americana”, o las discotecas como Kevin’s, con toda la fiebre merenguera y traqueta de la época, nos resultaban aburridas y clichés.
Empezamos a reunirnos en las casas que algunos voluntarios ofrecían. Eso sí, apenas los padres veían las pintas de los invitados iban cambiando de opinión, jamás pudimos repetir casa. Terminamos reuniéndonos todos los viernes en el Parque de Laureles. Alberto Hurtado ponía la grabadora y la fiesta seguía al aire libre hasta que, naturalmente, llegaba la policía.
A mediados del 87 Paneso, un estudiante de medicina que cambió su carrera por perseguir la buena música, me dijo que en los bajos de la Bolera Acuario había un bar de jazz que estaba quebrado y lo alquilaban. En el edificio de la Bolera solo había cuatro bares funcionando, uno de lesbianas, otro de tango, Boca de Chicle con música de los sesentas y uno más de música vieja, de resto asustaban por sus pasillos vacíos. ¡Era perfecto para que nadie nos molestara! No lo pensé dos veces y con Jairo Álvarez lo arrendamos. Quitamos las sillas y las mesas, tapamos las ventanas y pusimos una vieja registradora de bus a la entrada. El artista Jorge Botero, Boterito, nos donó dos murales brutales que le dieron todo el carácter underground al sitio.
El nombre New Order nació, por supuesto, de la banda inglesa de tecno, pero tenía además la connotación de un nuevo orden de rumba con música que traía una nueva poética, letras provocadoras y que reunía, en una sola tribu, al punk, al tecno, al new wave y al rock duro. Atrás habían quedado los bailes de garaje y los amacices de discoteca. Había nacido el individualismo. El yo salgo solo y bailo solo y no necesito pareja para estar bien.
New Order puede haber sido el primer pub de Colombia. Llegabas, comprabas tu trago en la barra y luego te hacías donde pudieras con tu vaso desechable. Sin meseros ni nadie para consentirte o ante quien darte ínfulas. Desde que abrimos, el lugar siempre estuvo lleno con la comunidad heredada de New York New York, pero acrecentada por el boca a boca que crecía en volumen. Lo neorromántico estaba en su apogeo y sus clientes llegaban cada noche con la moda de The Cure, Depeche Mode, Siouxsie and The Banshees, Plasmatics o Sex Pistols. Mientras el mundo afuera seguía adormilado, entrar a New Order era como entrar a un bar con habitantes de mundos extraños y por ende de extrañas formas.
En un momento dado levantabas la mirada y veías brincando a Fanny Mickey, Camilo Pombo o Pilar Castaño, y en una esquina a los Toreros Muertos, a Alcohol Etílico, o a músicos de Soda Stereo, Enanitos Verdes y Caifanes.
Edison Morales, el DJ de base, sabía exactamente el momento en que el lugar estaba listo para disparar la energía. Solo era escuchar los primeros acordes de El baile de los que sobran de Los Prisioneros para que la pista se llenara y desde ahí hasta el final ya jamás se detenía. Bailábamos por horas, hipnotizados en esa envolvente música que sonaba como queríamos y decía lo que sentíamos. El piso se movía, a veces parecía que nos desplomaríamos sobre los carros del parqueadero. La pista era una masa humana que subía y bajaba al ritmo de la música, todos concentrados mirando al piso, al techo o con los ojos cerrados. Uno que otro pogo pero solo como parte del menú. ¡Y cantábamos! “Litros de alcohol corren por mis venas, mujer / No tengo problemas de amor / Lo que me pasa es que estoy loco por privar / Salta hacia atrás o quítate la ropa, mujer / No provoques más mi pasión / Tengo un fuego dentro / que no puedo contener”.
Super Stereo amplifica a New Order
Providencialmente Fernando Pava Camelo decidió abrir en Medellín su segunda emisora pop, Super Stereo 92.9, “la estación del poder”. Digo providencial porque si bien New Order funcionaba bien, sentía que si lográbamos difundir masivamente esa música podíamos crear un movimiento. La premisa era simple: si funciona en el bar tiene que funcionar en la radio.
Primero creamos Radio Pirata, un programa de una hora los domingos en la noche donde programábamos la música que sonaba en New Order. Tal vez con Radio Pirata no hubiera pasado nada raro si no fuera porque la promo del programa la hicimos con el coro de A quién le importa de Alaska y Dinarama. Ese fue el detonante de un cambio en la historia de la radio y de la música en Colombia.
Cuando escogí la canción para musicalizar la promo le dije al grabador de Radio Super que aparte del coro sonara la estrofa que dice: “La gente me señala / me apuntan con el dedo / susurra a mis espaldas / y a mí me importa un bledo”.
En aquella época decir en la radio “me importa un bledo” era algo irreverente pero aún dentro de lo permitido. Esa frase llamó la atención de los oyentes que inmediatamente empezaron a preguntar cómo se llamaba esa canción y quién la cantaba.
El público pedía que programáramos la canción. La presión fue tanta que hicimos una reunión para saber si rompíamos las reglas y metíamos un tema de New Order en la emisora. Dijimos que sí, pero también dijimos que había que lanzarla con bombos y platillos y empezar a separarnos del resto de emisoras anglo de la época como Veracruz Stereo y Todelar Stereo.
Nace el “rock en español”
Lancémosla como rock en tu idioma dijeron unos, como pop latino dijeron otros, rock en español dijeron otros. En esa mesa estábamos Vicky Trujillo, la Supersónica; Jairo Álvarez, el Capitán Activo; Juan Carlos Gómez, Santiago Ríos, Jaime Piedrahita y el gerente Enrique ‘Blue’ Martínez. Como no hubo consenso, terminé la reunión y me metí a la cabina. Cogí el disco de Alaska y Dinarama, lo saqué de la chuspa, lo puse sobre el tornamesa, cuadré la canción y sostuve el disco con un dedo mientras debajo de él giraba el tornamesa. Abrí el micrófono, anuncié la canción y dije: “Esto es rock en español”.
Al final del día A quién le importa era la canción más pedida por los oyentes, el paradigma se había roto y ahora solo había que desatar todo el potencial de una música que todos habían rechazado un par de años atrás. No estábamos descubriendo el agua tibia. Rock en Argentina, España o en Colombia había desde los sesenta en simultánea con la Beatlemanía, pero fue en Medellín donde le pusimos la chapa de rock en español y le dimos alas.
Cuando esa noche fui a New Order le dije al DJ que me diera las canciones que más le pedían en el bar. Me entregó La muralla verde de Enanitos Verdes, Devuélveme a mi chica de Hombres G, Mi sombra en la pared de Miguel Mateos, Soy un animal de Toreros Muertos, Nada personal de Soda Stereo y Muevan las industrias de Los Prisioneros.
Esa fue la primera andanada de canciones que lanzamos bajo el rótulo de rock en español. Los discos eran nuestros, exclusivos, nadie más los tenía porque ninguna disquera los había querido sacar al mercado. Las canciones las escogimos nosotros, nadie nos dijo promuevan esta o aquella. New Order era la incubadora de canciones que luego pasábamos a Super Stereo ya con certificado de éxitos. A su vez, la emisora le devolvía el favor al bar haciéndole publicidad como el único lugar donde podían escuchar y bailar esa música.
Finalmente un día llamé a Edwina Vásquez, la dura de Sonolux y le dije:
—¿Te acuerdas de ese disco que me regalaste un día de un grupo español llamado Los Toreros Muertos?
—No, no me acuerdo, ¿por qué?
—Pues sácalo —le dije—, porque es número uno en la emisora.
Me hizo caso y en un mes vendió treinta mil unidades y otras tantas de Miguel Mateos, mientras CBS/Sony se cansó de vender a los Hombres G y a Soda Stereo.
El salto a Bogotá
El rock en español salió de Medellín el día que Fernando Pava me llamó y me dijo:
—Cal, mándame esa canción que está de número uno en tu listado de éxitos. ¿Cómo es que se llama?
Era Lobo hombre en París, la que sería la primer canción de rock en español que sonó en Bogotá, casi un año después del boom en Medellín.
Como no habían discos en las tiendas, todo lo que sonaba en Bogotá eran copias en cartucho de nuestros discos de New Order, pero una vez que la capital acogió al rock en español la industria se echó a andar y el fenómeno se salió de nuestras manos y tomó vida propia.
Otros bares comenzaron a programar rock en español. El éxito de New Order atrajo hacia la Bolera Acuario a una horda de empresarios que montaron cuanto bar se les ocurría, atrayendo entre la multitud a los mafiosos de la época que rápidamente desplazaron a la comunidad original del bar. La fiesta había terminado.
Han pasado treinta años y con la misma mística de la peregrinación del ramadán, la comunidad de New Order se reúne cada año para revivir, solo por una noche, aquella época y aquella música que marcó nuestras vidas y cambió a toda una generación en la ciudad, en el país y en Suramérica.