Número 82, diciembre 2016
CAÍDO DEL ZARZO
 
GUAYAQUIL
Elkin Obregón S.
 

En aquel momento yo sentí serenidad, la serenidad de la tarde cuando ha llegado un día completo a la memoria de los hombres.
R.C.A.

 
La cámara enfoca unas cuantas personas que entran a un café madrileño; un almanaque en la pared indica el año, 1916. El grupo se arrima a una mesa cuyos contertulios hablan de literatura. Uno de los recién llegados es Jorge Luis Borges, “un joven argentino, alto y delgado, que parece haberlo leído todo”. La frase es de Rafael Cansinos Assens, quien preside la tertulia. Se cocina en esas reuniones el surgimiento del ultraísmo, una vanguardia poética que exalta, por encima de todo, el poder de la metáfora. Borges, subyugado por el verbo elocuente de Cansinos, adhiere a esos postulados, y promete divulgarlos en Argentina, a la que pronto volverá. Pero, ya de regreso a sus pagos, olvida pronto sus promesas, pues no es hombre de consignas ni manifiestos. En su primer libro, Fervor de Buenos Aires, está ya su voz, la que siempre tendrá. Deja atrás las consignas ultraístas, pero no la admiración por Cansinos, al que durante toda su vida llamará su maestro. Aquí hay un fundido.

La cámara vuelve a Cansinos Assens. Es un hombre alto y algo corpulento; su rostro caballuno no se parece a ningún otro, su palabra hipnotiza. Más allá del registro de la lente, digamos que es sevillano, de presuntos ancestros sefardíes. Él, sí, lo ha leído todo. Es políglota, traductor de varias lenguas, poeta, novelista a su modo, ensayista, memorialista. Tal vez su mejor obra, o al menos la más atractiva, se agrupa en tres tomos póstumos, La novela de un literato —editados por su hijo Rafael—, vasta recopilación de apuntes, esbozos, semblanzas y retratos del mundo madrileño y bohemio en el que vivió tanto tiempo. Hay en esas páginas mucha ironía, mucha compasión también. El tercer tomo termina con la inminencia de la guerra, y todo se impregna de fatalidad, todo es despedida. Sabe bien Cansinos que el mundo de su dorada bohemia ha terminado para siempre. Hizo bien su hijo Rafael en dar término allí a esos apuntes, pues nada puede ya decirse. Perseguido por el acoso franquista, Cansinos se retira a sus cuarteles de invierno. Sigue escribiendo, sí, sus estudios eruditos, pero nuestra película no lo sigue ya. Aunque hay un epílogo.

Muchos años después, ya famoso, Borges regresa a Madrid, y expresa su deseo de visitar a su maestro. Un amigo lo acompaña, pero por respeto no ingresa con él a la casa del sevillano. Lo que en ella hablaron esos dos hombres quedó en el misterio. Se acuerda uno del secreto diálogo entre San Martín y Bolívar, evocado por Borges en un cuento magistral, Guayaquil. Al propio autor de El Aleph, tan amante de simetrías, no le hubiera disgustado ese paralelo.

 

Elkin Obregon

 
 
CODA

En la librería Grammata exhibe sus cuadros Raúl Álvarez Mejía, arquitecto y pintor de larga data. Agrupa sus trabajos, al óleo, bajo el título genérico de Nostalgia del ferrocarril. Son obras de gran belleza plástica y de impecable técnica. Bienvenida esta hermosa muestra, tan a contrapelo de una época en que los pintores ya no pintan. Ojalá Raúl les dé ejemplo.UC

 
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