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Dicen que está cesando la horrible noche
Miren y admiren la foto estelar del álbum de la familia Vélez González. Corre el año de 1956. Como ya van y vienen menos balas por la tierra del café más suave del mundo, podemos pasar las vacaciones en "La Humareda", una finca del suroeste antioqueño que de milagro no quedó reducida a ruinas humeantes (seamos desmitificadores: ese milagro se debió en gran parte a la determinación diurna y nocturna de mi papá y sus agregados). La sonrisa Colgate de mi mamá nos prohíbe pensar en los horrores de La Violencia. Pese a que ella la ha pasado mal (mil noticias desmoralizadoras, dos nuevos hijos al mismo tiempo), insiste en ganarse la simpatía de la cámara. Del monstruito que acecha en la penumbra sabemos que no da guerra.
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Manecita incompletica, muy competente yo te haré
El aparato del tío Eligio me inspiro la primera paja de mi vida. Ese inmenso tronco que orinaba contra un árbol me expulsó del país de la inocencia. Y Rubencito se frotó el pepino con su trunca mano y atrás quedó su tranquilidad de beato. En Salgar empecé a ser un salido. En Salgar se me salió el sátiro. En esa tierra de Violencia, donde yacen cuatro astillas de un árbol que no da sombra ni asombros, experimenté por primera vez la violencia del deseo. Tío Eligio, no viviste en vano: gracias a tu grandeza de caballo, empecé a crecer como homo ludens.
("Arabia", San Antonio de Prado, 1961. ¿Qué sabe mejor, el bizcocho de la Primera Comunión o la manzana del pecado? En el gallinero de esa finca de clima templado empezó a derrumbarse mi inocencia. Ahí aprendí una maniobra veterinaria no apta para polluelos. A mí me han tentado muchas veces en mi larga vida de ave del paraíso. Por lo general, sin arte, sin sabiduría. No nos hemos preocupado por librar los dedos de la jaula del analfabetismo erótico).
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¿Quo vadis, marica?
Moncho, qué destino más moncho el de ese hijo tuyo que sacaba cinco en todo, menos en educación física (¿quién iba a imaginar que nuestro ruiseñor, después de los cuarenta, se aficionaría a los hierros de gimnasio? Un día de estos habrá que hablar de la homosexualidad como motor de quijotismos de quincalla). Por haber cortado con tus consignas bolivarianas, ya "hecho y derecho", no me vi dentro de una casa respetable (por ejemplo, el Palacio de la Gobernación), sino en una sala de cine zafio y salaz (por ejemplo, "Cine Metro", donde te hacen unas mamadas magistrales que te dejan manso). Ambos templos, el del poder y el joder, mejor dicho, del Joder y el pasarla bien, quedan en el sector de Guayaquil, que fue del todo guache por muchos años, y ahora es medio eso y medio tedioso (medio oficial): otro paraíso perdido. Cuando me dirigía a la sala de las felatio felices (ya la descarto porque se ha convertido en un reducto de bocas desdentadas), tenía que rozar la torre del gobernador, que entonces ocupaba un muchacho de alma y empaque extemporáneos que había conocido en la Facultad de Derecho (no como manda la Biblia, no seas mal pensado; ten presente que en ese pasado fui una especie de testigo de Jehová). Y me decía, Rubén, Rubén, ¿qué has hecho de tu vida? ¿No te deshace pensar que ese paisano tuyo no demora en llegar a Roma? Él, a un paso de la meta, y tú, en la cuneta más sórdida. Ya en la oscuridad, mientras me deshacía a la manera que sugería la pantalla, me apiadaba del salgareño que se salía con la suya. Pobre hombre; él, por ambicioso (el solio de Bolívar y la solución de un volcán bolivariano), no puede llevar la vida de libertino que tú llevas: no puede ser casi libre.
(Una pose cesarista de 1982. "Va a ser el retrato de tu vida", me aseguró Francisco Vargas, el autor de esa imagen. No lo fue. Cuando la veo, no aparezco yo, sino la sombra del fotógrafo. Un año después de que yo posara para su cámara, con una estola que él me prestó, le quitaron la mirada y lo demás. Otro cuchillo homofóbico. Y otro crimen que quedó impune. ¿El retrato de mi vida? Viéndola bien, mirándola, sí. Es la única imagen de mi álbum que me anima a charlar con mi propia calavera. La sombra de Pacho es eclipsada por la de Hamlet).
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