No escribió el Sr. Rafael Núñez una letra para nuestro Himno Nacional (ese destino le llegó después). Escribió, en medidos versos alejandrinos, un poema sobre La Guerra de la Independencia. Todas las estrofas aluden a esa guerra, y por eso vemos en él (si lo leemos), los nombres de Bolívar, de Ricaurte, de Nariño, de los lanceros de Los Llanos. Vista desde ese ángulo, su más vilipendiada estrofa adquiere otro sentido. Es ésta, claro:
La virgen sus cabellos arranca en agonía,
Y de su amor viüda los cuelga del ciprés…
No se trata, como creía mi amigo Mico, de La Virgen María, ni Núñez se la había fumado verde. Se trata de una joven, virgen pero viuda de guerra, porque su novio murió en batalla. Por cierto, el tema aparece luego en un bello poema-canción de Juan José Botero, Carmen la leñadora, y también en una muy vieja y preciosa habanera cubana, El soldado, que cantó como nadie María Teresa Vera. Y lo de arrancarse los cabellos, o al menos mutilarlos, en señal de extremo dolor, es algo que ya sabemos desde la Tragedia Griega. Aconsejo dejar en paz al Sr. Núñez (no se habla aquí de política), mediocre poeta, o malo sin remedio, pero coherente. En todo caso, murió sin saber que su poema se había convertido en ese Himno Nacional que sólo aceptamos amar cuando lo oímos desde el podio.
En cuanto a la música, de Oreste Síndici, es música para un himno, género erizado de peligros. Los dos mejores himnos que conozco son colombianos, el de Valparaíso y el de Aguadas. El tercero podría ser La Marsellesa.
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CODA
En la entrega anterior de Universo Centro, el ilustre Carlos Díez me hace un guiño de amistad, que agradezco conmovido. Pero lo que ignoran los no amantes de los cómics es que tras ese guiño hay un homenaje a Little Nemo in Slumberland, un auténtico clásico del género. Su autor fue Winsor McCay, e invito al curioso lector a que lo localice en alguno de sus buscadores. No se arrepentirá.
CODA 2
Alberto Aguirre fue un maestro consumado de la ironía, que manejaba como muy pocos lo han hecho en este país. Curiosamente, no la prodigaba en sus Cuadros, que suelen ser severos y graníticos, aunque siempre de implacable lucidez. Para ejemplo de lo dicho al comienzo (hay muchos más, por fortuna), se sugiere leer su columna del 3 de agosto de 1983 (Cuadro, 2001, Colección Letras Vivas de Medellín, Tragaluz editores).
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