Número 33 - Abril de 2012
Artículos
Fernando Botero, una marca de recepción
Elogio solapado de Fernando Botero
Monólogo del gato que quería ser un bicho raro
¿Son artísticas todas las obras que salen del taller de un artista? ¿Puedo considerarme una obra de arte? Me veo de arriba abajo y se me baja la moral. Soy una obrita de arte de tamaño mastodóntico. Soy un juguete sin cuerda que podría poner a latir frenéticamente las calculadoras de Mr. Christie y Mr. Sotheby. Damas y caballeros, quién da más, pujen, pujen. Dicen que los gatos tienen siete vidas. Esta mole de bronce respira tanta vida como los adornos que fabrica en serie la casa Lladró. Una vez más, el célebre artista nos ha dado gato por liebre. Pero se le agradece que no haya cobrado nada por su enésimo muñeco de piñata. No agradezco que me hayan expuesto al lado de un templo de saber. Me veo de arriba abajo y llego a la conclusión de que la obrita se merece el corazón de una guardería infantil. ¡Qué bien la pasaría en un patio de recreo! ¡Y qué mal la pasarían los tiburones del martillo! Espero que los niños de esta parte de Medellín me confundan con un caballo de tiovivo. Si me tomaran por una obra de arte, que es lo que piensan las autoridades competentes, en cuestión de días me comería el óxido del aburrimiento. Ah, perder los bigotes y la cola y las pelotas. Ah, ser tratado sin ninguna consideración por una turba de inocentes… ¿Lladró yo? ¿Lladró un cadáver descuartizado? Las autoridades competentes tendrán que admitir que soy un gato de pedigrí: ni más ni menos que un Bacon.