La luz arrastrada
Simón Murillo. Fotografías: Juan Fernando Ospina
Vestirse es un acto de expresión tan intuitivo que sus orígenes se comparan solo con los del dibujo o la primitiva narración literaria. Nos vestimos por el frío, para protegernos de la fuerza del sol, del suelo sucio y de un exterior que corta, punza y raja, nos vestimos por pudor, nos vestimos por impudor, para evitar miradas o para que todos se volteen a vernos; vestirse es acto automático: como un párpado titilante. La ropa es esa segunda sombra que en vez de arrastrar al calor del mediodía, hay que llevar desde los primeros pañales hasta los últimos.
Sie7e cu4tro sie7te son tres diseñadores de Medellín: Juan Camilo Londoño, Juan Pablo Pemberty y Felipe López. Desde hace varios años hacen ropa que en la capital de la moda colombiana ha sido vista como una curiosidad lejana a los pabellones de Colombiamoda. Para empezar, toda su ropa es negra. Por convicción y por razonamiento, por política y por estética. Sobre todo, lo es por una convicción moral. Pemberty pone la cultura de la ciudad en estos términos: “Nos seguimos diciendo mentiras”.
En su tercera de seis colecciones, una camiseta con el tiro hasta abajo lleva su logo plateado en letras capitales en los omoplatos. El corte de la prenda, hijo de una tradición de skaters y callejeros que va de Nueva York a Manrique, lleva en la espalda una intrincada impresión de cartuchos, orquídeas, balazos, helechos del valle de Aburrá dispuestos con el cuidado de un arreglo floral. En medio de la postal vegetal, una mano esquelética emerge del ikebana paisa en dirección hacia el cuello, como si tanta belleza la asfixiara y quisiese reclamar —volver a reclamar— su lugar entre los vivos. Abajo, en la base de la columna se lee “-MDE-”.
La última de sus colecciones adopta con más sutileza un mensaje similar. Una camiseta con una foto impresa en la que un escudo patrio arrancado del muro de una casa anónima revela una sombra dejada por el mugre y el uso. Al pie, en la barriga del portador se repite el logo de la marca. En la manga de los brazos está escrito “NO OLVIDO” en caracteres rotos.
Ambas camisetas, pequeñas muestras de un catálogo en crecimiento, arrastran la tradición de la camiseta-mensaje, pero más cercanas a una exposición de arte moderno que a un drop de Supreme. Ambas, como un viento que arranca escudos patrios y revuelve las flores, siguen la misma idea, López dice al respecto: “(Debe ser ropa) más allá de la moda. Para que tengamos discusiones profundas. Es que la moda de aquí es estéril y superficial”. Es una diferencia sutil: al final toda prenda será superficial como toda la pintura será superficial. La diferencia no está en la técnica o permanencia de la obra, sino en el momento de cortar, punzar y rajar el caballete: desgarrando el tejido a la mitad y mostrando los hilos que sostienen la pieza.
La tienda, ubicada en Provenza, está flanqueada en todas las direcciones por tiendas de ropa trendy, hoteles boutique y restaurantes cuya hora pico es la del brunch. Pueden verse como una excentricidad monocromática en el arcoíris de la ciudad, una excentricidad que, como todas las anteriores, se rodea de una máscara de responsabilidad social. Al final, una tienda de ropa es una tienda de ropa, y si vale cuatro, cinco o seis veces lo que vale la ropa del Éxito se puede convertir en una ofensa.
En vez de parecer un proyecto comercial parece un círculo de curadores empeñados en construir su arte. Austera y minimalista, recuerda más al Museo de la Memoria que a una tienda de cervezas artesanales, el gris de las paredes enmarcando sus obras de arte: ropa negra que cuelga como fantasmas puestos a secar. Porque, antes que nada, Sie7e Cu4tro Sie7e es un homenaje, un encuentro y un reconocimiento de esos fantasmas que plagan esta ciudad. Las vidas de Londoño y López, familiares al horror nacional sirven de hilo en las agujas.
El padre de Londoño murió asesinado el día de su sexto cumpleaños por bandas criminales aparentemente vinculadas con el paramilitarismo. El padre de López murió asesinado en Urabá por grupos paramilitares cuando este era un niño. En un texto que acompaña la salida de su primera cápsula escriben:
Han pasado ya varios años, aquel día su despedida sonó como adiós. Era un día especial. Él nunca llegó…
Frente a mí, su sombra, su maletín negro y tres dígitos por descubrir.
Intentos, combinaciones, tiempo. La sombra ahí.
Una tarde fría, al fin lo descubrí.
Tic, tic, tic, tic, tic, tic, tic.
Tic, tic, tic, tic.
Tic, tic, tic, tic, tic, tic, tic.
7 4 7
—Estaba vacío.
—Él ya no está, su sombra es fuerza.
—Sigue aquí.
Cuando el padre de Londoño murió le dejó un maletín negro cerrado por una combinación. Después de muchos intentos y días en que el número aparecía en sueños y calles, el definitivo fue con 747. Cuenta que al momento de abrir el maletín, “salió la sombra… como si de ahí saliera una sombra que te cubriese”.
López, tímido y de una amabilidad nerviosa, le da unas caladas al cigarrillo y añade: “Nosotros deberíamos de vender bandas negras de luto toda la hijueputa vida”. Y retoca Londoño ante el paso de unos turistas: “La imagen que se tiene de la ciudad es de viejas chimbas, todo el mundo borracho, la alegría a pesar de estar tristes. Es que ya vestirse de negro es un acto político”. Atrás, entre las filas de ropa negra flota el fuego de una vela, encima de un pequeño altar con una estrella de Belén.
En vez de un encierro repleto de muerte, como sería esconder el maletín en un clóset, quemarlo o pintarlo, la alternativa era vestirse con la sombra, un acto de reconciliación radical. Esta puede ser la única marca orgullosa de vestir la muerte. “Esto no es un capricho. Hay una poética de lo que es la sombra: no se despega de uno”, dice Pemberty, y Londoño añade: “Hay que pasar del luto a la fuerza”.
Por supuesto, en el mundo de la moda los discursos intelectuales o políticos pisan sus propias trompas incrustadas de oro y diamante con más frecuencia que político costeño. Dior celebró su feminismo vendiendo camisetas blancas empastadas con el repetido hasta el cansancio We should all be feminists. “All”, refiriéndose a una minoría que podía pagar los setecientos dólares que costaba la prenda. Apropiación de artistas emergentes u olvidados, cadenas de ensamblaje en condiciones espantosas en países del tercer mundo, uso de algodón cultivado por trabajo esclavo. Juan Pablo habla pestes de “la falsa democratización de la moda de Karl Lagerfeld”. Los beneficios exorbitantes arrojados por compañías de moda fruto de pobres estándares, explotación de mano de obra barata, o ambos. El maletín negro heredado en las peores condiciones por su padre a Juan Camilo, y que ahora mismo sirve de exhibidor en su tienda, actúa de recordatorio constante sobre el valor de los objetos.
El negro no es la única decisión radical. La ropa de la marca es asexuada, organizada en términos de siluetas. Las fotos de sus cápsulas en vez de mostrar monas oxigenadas muestran una enorme diversidad de modelos, algunos con tatuajes, cicatrices y lejos de las convenciones de belleza. Las prendas vienen con una pequeña etiqueta invitando al cuidado, a regalarla, a cambiarla y a usarla con respeto: es una prenda de luto. Las fotos de sus colecciones, en que modelos gritan y bailan en fondos negros o caminan por callejones antioqueños son la llamada a una estética nueva en una Medellín trágica en la que se hace sancocho en la calle. Donde la tradición y la memoria no esconden la tragedia pasada y actual de la ciudad.
Otros diseños miran decididamente al futuro en términos de corte y confección. Unos pantalones cortos actúan en la bota como unos aladinos y se ven como la ropa de playa de un espectro londinense. Vestidos negros, pensados para hombre y mujer, cargan la inspiración no solo de las consecuencias de la guerra sino de diseñadores vanguardistas como Rei Kawakubo y Shayne Oliver. Muchas de sus prendas esconden entre la oscuridad detalles extraños en el corte o el tejido que se abren para el que mira dos veces.
Cuando uso la camisa de la mano esquelética emergiendo entre las flores siento una sensación normalmente ajena al arcoíris del vestir. Antes de estar a mi disposición, siento que le debo una responsabilidad a la ropa. Como si mi cuerpo se convirtiera en vehículo de un mensaje antiguo que hiciera de mí un actor. No puedo decir que su ropa, por hermosa que la encuentre, “me empodere”, por el contrario, me recuerda, vestido con un simple algodón, lo vulnerable que soy. Flores de las que emerge la muerte.
Dos de sus últimas cápsulas llevan el nombre Sobrenatural. Giro (¿temporal?) al optimismo, las prendas están pensadas para homenajear al esfuerzo sobrenatural de “las personas para transformar la realidad local y reponerse de las adversidades”. Es un fondo que estuvo desde el comienzo: detrás del horror debe de haber una capacidad de sobreponerse. No podemos huir de la sombra, pero sí confundirnos con ella, volverla nuestra aliada. Vestirnos con ella.
Londoño, al que siempre he visto vestido de negro, es una persona grave por la que a veces flota un humor anárquico y sorprendentemente negro: “En Halloween, Felipe y yo nos vestiremos de paramilitares”. Lleva tatuados en los dedos de las manos el número de su destino. Una amiga en común habla de la admiración que siente por López y Londoño y la coherencia intelectual del proyecto. Sie7e Cu4tro Sie7e, que empezó en 2008 cuando todavía estaban en la universidad donde se conocieron, es, una vez más, una anomalía por la duración que una marca independiente tiene en el panorama comercial antioqueño.
La relación de los tres con la ciudad es cuanto menos extraña. Fuente de inspiración directa en sus diseños a la vez que mito detrás de su furia creativa. Una camiseta de la tercera cápsula lleva una impresión del Centro de Medellín alrededor de la calle Colombia, otras remiten a la flora local, y el motivo del balazo, la trepadora icónica de la ciudad, reaparece una y otra vez.
En este sentido, esta tienda se apega y redefine la tradición cada vez más devaluada del streetwear, es decir, la ropa de calle de orígenes estilísticos en la rebeldía juvenil y el skate. Sin embargo, mientras marcas de fama e ingresos globales han devaluado cualquier pretensión de rebeldía original a la repetición inane de un logo, Sie7e Cu4tro Sie7e logra, por toda la violencia, dolor y contradicciones que rodean su historia, convertirse en una verdadera prenda de la ciudad. Si a la pregunta, “¿qué hago ante todo el sufrimiento que veo en esta ciudad?”. Las respuestas se vuelven incontables y el peso lo arrastra, siempre tiene una elección: vístase de luto. Esa forma de vanidad que usamos por nosotros y por los demás, para que nos compadezcan y para comunicar un dolor que evade el lenguaje primario y se transforma en la fuerza del vacío.
Hay un maletín, una herencia, que vuelve a estar lleno de medias, sombreros, colgantes. Si antes era un objeto de habitaciones de hotel, el trabajo y el descanso de la casa, ahora se ha convertido en una entidad pública, exhibiendo el paso del tiempo a todos los que pasen a una tienda de paredes grises y ropa negra. Abierto de par en par, la clave por fin descifrada, la sombra proyectándose en la mañana, la tarde y la noche.